El último día de la COP25 de Madrid parecía un simulacro del futuro que nos espera si no se toman medidas drásticas para reducir el calentamiento global: el viento agitaba los carteles de la fachada, impidiendo incluso una protesta de la organización ecologista Greenpeace, algunos anuncios publicitarios languidecían rasgados y la poca gente que iba quedando caminaba de un lado a otro como acechados por un desastre natural. Dentro de los pabellones del Ifema, el recinto ferial de Madrid donde se ha celebrado durante 11 jornadas de diciembre, la estampa también era desalentadora: los estands de cada país lucían vacíos, los puestos informativos permanecían cerrados y los cubos de basura acumulaban los últimos desechos de la cita: montones de carpetas, papeles, sobras de comida y vasos o platos arrugados (biodegradables, eso sí).

Lo más importante, sin embargo, no se veía: la frustración de la mayoría de participantes. Los acuerdos alcanzados el domingo, 48 horas después de la clausura inicialmente prevista, dejaban un poso de insatisfacción y descontento. El documento no ha supuesto un avance significativo respecto del Acuerdo de París firmado en 2016. El consenso entre los 200 países participantes no ha sido unánime y, por tanto, algunas medidas urgentes se han quedado sin aprobar, como el desarrollo del artículo 6 del documento parisino, que regula los mercados de dióxido de carbono. La número 25 y la más larga de las cumbres climáticas de la historia, ha estado de nuevo marcada por las desavenencias y las tensiones entre naciones ricas y pobres.

Así, por ejemplo, Estados Unidos, China, India y Rusia se han negado a comprometerse a medidas más duras para reducir emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera, suponiendo entre los cuatro un 55% de las necesarias para que no superemos el punto sin retorno climático. Y, en el marco europeo, Hungría, Polonia y Chequia pusieron objeciones al ‘objetivo verde’ (que aboga por el fin de los combustibles fósiles) y la desaparición de las centrales nucleares.

La economía por delante de la vida

Todos estos obstáculos han demostrado a su vez la brecha que existe entre los gobiernos y la ciencia. Mientras el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU) ya ha anunciado la emergencia climática –irreversible, si no se atajan inmediatamente los factores que han provocado un aumento de 1,5 grados centígrados de media la temperatura mundial o la progresiva extinción de especies-, los órganos institucionales aún sitúan los réditos económicos por delante de los medioambientales.

De ahí que las valoraciones de los protagonistas hayan sido negativas. “Estoy decepcionado con los resultados. La comunidad internacional perdió una oportunidad importante para mostrar mayor ambición", manifestó Antònio Guterres, secretario general de la ONU. “Pero no debemos rendirnos”, añadió el portugués. La propia presidenta de la cumbre y ministra de Medio Ambiente chilena, Carolina Schmidt, concluyó el domingo que era “triste” no haber llegado a un acuerdo final. “¡Estuvimos tan cerca!", añadió. Y Teresa Ribera, ministra para la Transición Ecológica, calificó de “agridulce” el resultado.

Pero quien de verdad ha censurado la inutilidad de esta reunión, con más de 25.000 participantes (y su correspondiente huella de carbono), han sido las diferentes agrupaciones medioambientales y una de las voces principales de esta edición, el movimiento Fridays for Future (inspirado por la activista sueca Greta Thunberg). Jennifer Morgan, directora de Greenpeace internacional, soltó un lacónico “es completamente inaceptable” sobre el borrador que había a unas horas del cierre de la cumbre. Alden Meyer, miembro de la Union of Concerned Scientists (Unión de Científicos Preocupados) indicó que “nunca” había visto “una desconexión tan grande entre la ciencia y lo que piden los ciudadanos en las calles y los negociadores de una cumbre”. “Los Gobiernos la han cagado", alegó por último Mohamed Adow, de la Red de Acción por el Clima.  

Greenpeace remarcó posteriormente en un comunicado que “de nuevo, el miedo a que sus lucrativos negocios se vieran afectados” ha evitado “un acuerdo multilateral que abordara de forma decidida la emergencia climática”. “Durante la COP25 se ha cerrado literalmente la puerta a la ciencia y a las exigencias de la sociedad civil". En cambio, los políticos se pelearon por el modelo de tráfico de emisiones del artículo 6, que amenaza los derechos de los pueblos indígenas y pone un precio el medio ambiente. Durante las negociaciones los equipos políticos enviados por los países no han mostrado ninguna voluntad de alcanzar compromisos para reducir las emisiones a la velocidad e intensidad que, según la literatura científica, se necesita para limitar el calentamiento global a 1,5 grados centígrados”, apunta.

Mario Rodríguez, director de Greenpeace España, comentó: “La clase política no puede seguir haciendo oídos sordos a la evidencia científica y al clamor social que exige una respuesta contundente y urgente a la emergencia climática. Esta COP deja sí o sí demasiado trabajo pendiente, que no hay que esperar un año para culminar. La acción política en España y en toda Europa debe asumir desde ahora la lucha contra el cambio climático como máxima prioridad, atendiendo a los intereses de la sociedad y no a los de los oligopolios industriales”.

Palabras vacías

"Ha habido una movilización sin precedentes por la urgencia a actuar, pero no nos han escuchado. Los gobiernos y empresas que realmente tienen el poder sobre la mesa y deberían plantear ambición no lo han hecho, resulta muy decepcionante", señaló la coordinadora de Amigos de la Tierra, Blanca Rubial. Para el responsable de Clima y Energía de Ecologistas en Acción, Javier Andaluz, se ha perdido "una oportunidad" especialmente en temas “fundamentales” de financiación. “Ante la inacción hemos visto que ha resonado la voz de la ciudadanía. Hay una enorme distancia entre la gente que está en la calle y los políticos que está aquí”, zanjó.

Igual que lo que afirmó la directora ejecutiva de SeoBirdLife, Asunción Ruiz: “Los resultados de esta cumbre están muy lejos de la urgencia que la gente está gritando en las calles y de la incontestable verdad de la ciencia”. Mar Asunción, responsable del programa Clima y Energía de WWF España, lamentó el desenlace y señaló que “no hay ni ningún compromiso para que los países tengan que presentar objetivos más ambiciosos” en 2020. En ese sentido, Ruiz incidió en que la sociedad civil “va a seguir actuando, presionando”. “Clamamos que, por favor, los gobiernos actúen. No pueden defraudar. El llamamiento de esta COP es demasiado débil para garantizar que todos los países garanticen objetivos de reducción más ambiciosos”, sentenció.

Ya minutos antes del final, en la tarde del domingo, cundía el desánimo de los jóvenes que pululaban por los pasillos. En una rueda de prensa de Fridays For Future, los ponentes tenían una cosa clara: “Los resultados de la COP25 son insuficientes y una imagen dolorosa de lo poco que los políticos se preocupan por el planeta. Nos solidarizamos con los pueblos indígenas, las personas del Sur Global y las personas que ya están sufriendo la crisis climática. Ya no aceptaremos palabras vacías. Necesitamos líderes que escuchen a la gente”, exponían sus portavoces frente a una pequeña audiencia y mostrando pinturas de colores en el rostro en homenaje a diferentes tribus.

El último encuentro de esta iniciativa rezumaba pesimismo: hubo gritos por los manifestantes asesinados en las protestas de Chile y aplausos con cada soflama expresada en inglés o castellano. Al final, la chilena Ángela Valenzuela concluía que “el liderazgo climático ha estado presente en la COP25, pero no de la mano de los gobiernos. Es el movimiento de la justicia climática lo que va a transformar el mundo”. Habrá que esperar a que la siguiente cumbre prevista para 2020 en la ciudad escocesa de Glasgow no acabe de forma semejante, con pabellones y esperanzas vacías.