A quien se haya aventurado en alguna de las variantes del Camino de Santiago le resultará familiar el mundo de las Vías Verdes, antiguos trayectos ferroviarios hoy renovados y adaptados para ir en bicicleta, a pie, caballo o en silla de ruedas. Ambas propuestas son auténticas alternativas a los circuitos turísticos preparados por el gran mercado, y por tanto, previsibles, de ambientes comunes y donde el viajero debe ser un auténtico mago de la curiosidad para descubrir algo distinto de lo indicado en las guías de viaje. En las Vías Verdes se respira naturaleza, silencio y una gran sensación de paz: son 1.900 quilómetros de espacios de libertad.

Quien desee preparar unas vacaciones diferentes debe dejar el coche aparcado en el garaje o en la acera más próxima a su domicilio y plantearse usar el transporte público, y aquí no valen ni aviones ni otros caprichos de la velocidad. Las Vías Verdes están pensadas para llegar a ellas en tren o en autobús. De hecho, en las fichas técnicas que se pueden consultar en su web se indica cómo llegar por ferrocarril y se entiende que si no es posible habrá que espabilarse con otros medios de transporte para alcanzar el punto de partida. Cierto es también que empresas locales aprovechan el potencial que ofrecen estas rutas para ofrecer excursiones preparadas y guiadas, para quien prefiera dejarse llevar por buenos conocedores del medio.

A lo largo del trayecto, el viajero podrá reposar en alguna de las antiguas estaciones, hoy convertidas en oficinas de turismo, áreas de descanso y, en el mejor de los casos, en albergue y cafetería abiertos al público, como ocurre en Sant Joan de las Abadesses (Girona), parada casi obligada de quien recorra la Via del Ferro i del Carbó (del hierro y el carbón, ya puede imaginar el lector qué cargaba el tren que pasaba por la antigua vía).

Algunas estaciones permanecen cerradas a la espera de ser remodeladas para disfrute de cicloturistas y otros usuarios. En cualquier caso, en estos centros de interés, y también en restaurantes, infraestructuras culturales y otros establecimientos turísticos, se puede conseguir el sellado del pasaporte de las Vías Verdes. Sí, en efecto, muy parecido a la Credencial del Peregrino que todo buen caminante debe portar si quiere recorrer el Camino de Santiago. En el caso de las vías, el pasaporte sirve en ocasiones para obtener descuentos en hoteles y fondas de los pueblos cercanos y también, como no, es una prueba fehaciente por si a la vuelta familiares y amistades dudan de la hazaña lograda.

Otra característica que asemeja esta propuesta a la del Camino de Santiago es la bondad de su entorno: ríos, bosques, campos y caminos de tierra que no han llegado a caer en el desuso definitivo gracias al esfuerzo por recuperarlos y darles un fin ecoturístico. Para recorrer las Vías Verdes hay que estar en forma, pero el esfuerzo físico es suave, ya que los caminos transcurren por zonas llanas y amplias, sin apenas desnivel. Por ello, están al alcance de familias con hijos pequeños e, incluso, bebés (se puede circular con carritos) o personas con movilidad reducida. En algunos tramos, están adaptadas para invidentes.

Las Vías Verdes se suelen planificar en general para ir en bicicleta, a diferencia del Camino de Santiago, donde lo más habitual es ir a pie, ya sea en grupo o en solitario. Otro punto que distingue ambas iniciativas es que el recorrido del Camino de Santiago a menudo viene marcado por los albergues que acogen al peregrino, distantes en ocasiones uno de otro y que, en consecuencia, obligan al caminante a acabar la etapa en un determinado lugar, ya que si decide escoger el final de manera arbitraria se arriesga a dormir al raso. Las Vías Verdes, en cambio, son más adaptables a las necesidades de cada cual.

En general, no existe una red de alojamiento prevista y preparada, sino que es el viajero quien tiene que buscar dónde va a pernoctar. También es cierto que es muy distinto si el trayecto se lo plantea un aficionado o el club ciclista de una localidad cercana, que pueden cubrir la etapa de ida y vuelta en una sola jornada. Y aquí radica otro de los encantos de las Vías Verdes: además de acoger al viajero foráneo son concurridas por los vecinos del lugar, que tienen un lugar seguro, agradable y fuera de la contaminación acústica de las vías urbanas en las que coinciden coches, motocicletas, cruces de semáforos y otros artilugios.

Las Vías Verdes son, en esencia, una forma de turismo sostenible y de respeto hacia el medio ambiente, y también una manera de acercarse al patrimonio histórico y cultural de muchos pueblos y pequeños núcleos habitados (o no).

Quien después de leer estas líneas se anime a preparar una o varias etapas de algún recorrido, sepa que deberá ir, como en el poema machadiano, ligero de equipaje. Eso sí, provisto de ropa de abrigo, agua, algún alimento energético y una linterna, pues algunos de los antiguos túneles no disponen de luz artificial y el cicloturista no chocará con un vehículo a motor, pero se puede llevar un buen susto.

El Programa de las Vías Verdes se inició en 1993 por el entonces Ministerio de Obras Públicas, Transporte y Medio Ambiente y hasta ahora han colaborado Renfe, comunidades autónomas, diputaciones, ayuntamientos, grupos ecologistas, ciclistas y otros colectivos ciudadanos. Está coordinado por la Fundación de los Ferrocarriles Españoles (FFE), quien se encarga de añadir y rehabilitar tramos de antiguos trayectos que ya no tienen servicio de tren o cuyas obras quedaron inconclusas. Todavía existen unos 5.700 quilómetros que podrían ser incorporados a la red verde. El tiempo y la voluntad política de invertir en unas partidas u otras dirán si ésta se hace mayor.

El centenar de Vías Verdes se puede conocer a través de su web, de cuatro DVD donde se incluye el contenido íntegro de la serie Vive la Vía, emitida en varias ocasiones por TVE, o en unas guías editadas por Anaya. Los DVD son muy completos, e incluyen un folleto de una veintena de páginas con información muy útil y práctica para llevar en la mochila.

Cada Vía se ilustra con una ficha técnica donde el viajero podrá encontrar la localización, longitud, tipo de firme (tierra o asfalto), accesibilidad, medio natural, patrimonio cultural, cómo llegar y también apartados con la descripción, mapa, perfil, historia, datos de interés, enlaces a webs y opiniones de otros usuarios.

La Vía Verde Ojos Negros es, de momento, la más larga de todas. Son casi 200 quilómetros que recorren el trazado de los trenes que transportaban el mineral de las antiguas minas de Ojos Negros (Teruel) hasta el puerto de Sagunto (Valencia). Transcurre cercana a la actual línea del ferrocarril y es muy rica en contrastes, ya que enfila arroyos y viaductos; pasa por el túnel de Albentosa, que tiene la particularidad de que fue aprovechado para el cultivo de champiñones una vez que dejaron de pasar trenes; llega hasta la ciudad de Teruel, cuyo conjunto monumental es Patrimonio de la Humanidad; serpentea por campos de encinas y árboles de hoja caduca, y alcanza los huertos repletos de naranjos de la costa para acabar en las playas valencianas.

Así pues, el aliciente es inmejorable. Se recomienda no hacerla en época de mucho calor y si se va en grupo es conveniente consultar las condiciones de admisión de bicicletas a bordo de los trenes, ya que varían según el convoy regional que se desee tomar. De todas maneras, para la persona neófita, mucho mejor iniciarse con alguna de las vías más cortas.