El panorama resulta totalmente absurdo. A pesar de que se producen comestibles suficientes para una correcta alimentación de los más de 7.000 millones de personas que habitan el planeta, unos 868 millones pasan hambre ─el 98% de los mismos viven en países en desarrollo─. Mientras, cerca de un tercio de los alimentos producidos globalmente para consumo humano ─unos 1.300 millones de toneladas anuales─ se desperdicia y por si ello fuera poco hay más de 500 millones de ciudadanos obesos.

La ingesta de alimentos es una necesidad vital del ser humano y la seguridad alimentaria es un derecho recogido en el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y en el número 11 del Pacto Internacional por los Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966, un tratado internacional vinculante ratificado por 160 estados.

En el mundo hay 868 millones de personas hambrientas y 500 millones de obesos

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la seguridad alimentaria existe “cuando todas las personas tienen, en todo momento, acceso físico, social y económico a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos que satisfacen sus necesidades energéticas diarias y preferencias alimentarias para llevar una vida activa y sana”.

Por el contrario, se habla de inseguridad alimentaria cuando las personas no pueden hacer frente a sus necesidades nutricionales mínimas durante un período prolongado o de forma transitoria, lo que provoca hambre o malnutrición. Las causas de este fenómeno son múltiples y se registra tanto en los países industrializados como en los que están en vías de desarrollo: la intensidad varía en relación con las condiciones sociales y económicas ─especialmente el nivel de ingresos y el precio de los alimentos─ pero también depende de la inestabilidad política y de factores naturales.

Despilfarro de proteínas

El sistema vigente ha configurado un panorama rocambolesco. La búsqueda de beneficios económicos ha provocado la mercantilización de la comida: los alimentos se convierten en productos de comercialización, se eliminan variedades y se homogeneiza el mercado. Una muestra de ello es la fuerte presencia de empresas multinacionales en el sector ─semillas, fertilizantes, distribución...─.

Siguiendo el estímulo del beneficio económico, cultivos que podrían emplearse para el consumo humano y mitigar la hambruna se dedican a la producción de biocombustibles y a la ganadería. En concreto, la producción ganadera mundial, que tiene un gran impacto medioambiental, ocupa el 70% de las tierras cultivables y el 30% de la superficie terrestre del planeta, y emplea anualmente unos 77 millones de toneladas de proteínas vegetales para producir 58 millones de proteínas de origen animal destinadas al consumo humano, según la FAO. Además, la ganadería emplea agua en una cantidad de cinco a 10 veces mayor que la agricultura.

La ganadería mundial emplea de 5 a 10 veces más agua que la agricultura

La escasez de recursos hídricos, las sequías y la desertificación son sólo algunos de los fenómenos que son cada vez más frecuentes como consecuencia del cambio climático, causado en gran medida por el sistema alimentario industrial. Además, los citados efectos castigan con más fuerza a los países más pobres, que al mismo tiempo ven como les arrebatan sus tierras: Estados Unidos, Reino Unido, India, China, Brasil y países del Golfo Pérsico han adquirido más de 80 millones de hectáreas de tierras cultivables desde 2010, sobre todo en África, con el fin de destinarlas al cultivo de productos para la exportación o para usos industriales.

En este contexto, en la Cumbre Mundial sobre Alimentación de 1996, el movimiento internacional La Vía Campesina, que agrupa a cerca de 200 millones de agricultores, lanzó el concepto de soberanía alimentaria, con el que definen la facultad de los pueblos para desarrollar sus propias políticas agrarias y alimentarias y garantizar el acceso de sus poblaciones a una nutrición digna y apropiada.

Sus integrantes consideran que hay que priorizar al productor y al consumidor final en lugar de al intermediario, apostar por un comercio de proximidad y valorizar la cultura alimentaria local, así como desarrollar un modelo de producción sostenible para las comunidades y el medio ambiente por delante de las demandas de mercados y multinacionales.

Con el objetivo de reconocer la contribución de la población rural con pequeñas explotaciones agrarias en la lucha contra el hambre y la pobreza, la FAO ha declarado 2014 como el Año Internacional de la Agricultura Familiar. Los expertos consideran que la agricultura familiar es una herramienta fundamental para la seguridad y soberanía alimentarías, así como para la sostenibilidad. Su reforzamiento puede dar esperanzas a la lucha contra el hambre en el planeta.