Siempre se había creído que, antes de la llegada de los colonizadores europeos, la Amazonia era un enorme bosque húmedo sin presencia humana, un desierto verde y húmedo apenas poblado por pequeños grupos de cazadores o recolectores nómadas anclados en el Paleolítico y alejados por cientos de kilómetros de tupida vegetación los unos de los otros.

Pero, en realidad, como han constatado en los últimos tiempos los arqueólogos gracias a las últimas tecnologías, como la observación aérea por medio de Google Earth o drones, georradares y láseres, durante siglos (desde hace unos 2.500-3.000 años) prosperaron en esta región de América civilizaciones con densidades de población considerables que erigieron ciudades y que fueron posiblemente aniquiladas por las enfermedades introducidas por los invasores que se adentraron en la selva en busca de las riquezas de El Dorado.

El uso de carbón vegetal permite retener los nutrientes y evitar emisiones

De hecho, el más conocido de ellos, Francisco de Orellana, hablaba al regreso de su expedición de 1541 de numerosas granjas y cultivos e incluso de enormes ciudades amuralladas en el Amazonas. Pero durante décadas los investigadores lo consideraron un mentiroso contumaz deseoso de agradar a sus audiencias y de conseguir recursos para otras expediciones en busca de la mítica urbe construida con oro.

Los vestigios de las construcciones de aquellas culturas amazónicas, realizadas en su mayor parte con materiales perecederos, fueron rápidamente cubiertos o desintegrados por la selva y el duro clima ecuatorial. Sin embargo, tal vez el principal de los legados de aquellas civilizaciones se halle debajo de los pies de quienes los buscan.

Se trata de la llamadas en portugués terras pretas do indio (tierras negras del indio), descubiertas por la ciencia a finales del siglo XIX. Se trata de una capa del suelo de este color y de extraordinaria fertilidad que se puede encontrar en algunos lugares de la Amazonia (una región caracterizada, pese a su lujuriante vegetación, precisamente por la pobreza de sus suelos).

En un primer momento se atribuyó su origen a la actividad volcánica o a la sedimentaria. Pero a finales de los años 40 del pasado siglo, un investigador planteó su posible origen humano, una teoría hoy aceptada por la inmensa mayoría de los investigadores. Las tierras negras no sólo fueron aprovechadas por los indígenas, sino que serían el resultado de su gestión de la tierra para la agricultura: aquellas gentes fertilizaron sus parcelas mediante la fabricación del carbón vegetal que hoy encuentran en ellas los científicos.

Son “uno de los suelos más ricos del mundo” y “fueron producidos por pueblos indígenas primitivos con el fin de generar un sistema agrícola”, señala Gaspar Morcote, responsable del grupo investigador formado por botánicos y arqueólogos de la Universidad Nacional de Colombia que descubrió su presencia en amplias zonas de La Pedrera, en la cuenca del río Japurá, en la región de Caquetá, cerca de la frontera con Ecuador, a mediados del año 2011. 

Combatir el cambio climático

Restos de cerámica, vestigios de flora, ollas, semillas, huesos de animales empleados como alimento y estructuras de casas encontrados sobre ellos confirmarían su origen humano. ¿Cómo se generaban estos suelos tan fértiles sobre los originales, pobres en nutrientes y erosionados?

Los investigadores creen que las tierras negras son el resultado del empleo sistemático de un método de tala y carboneo en lugar del de tala y quema utilizado en tantos lugares del mundo para abrir espacio a los cultivos y proporcionarles suelos con nutrientes.

Expertos de la Universidad Cornell (en Ithaca, Nueva York, Estados Unidos) descubrieron en Brasil que este procedimiento agrícola no sólo generaba un suelo muy rico para la agricultura –el carbón vegetal ayuda a retener durante mucho tiempo el nitrógeno, al igual que el fósforo, el azufre y materia orgánica–, sino que almacenaba una enorme cantidad de carbono, casi el 50% del de la biomasa afectada, en lugar de emitirlo a la atmósfera en forma de metano u óxido nitroso, como sucede con las quemas. 

Mientras los barbechos en estos terrenos podían ser de tan sólo seis meses, en otras tierras cercanas podían necesitar ¡entre ocho y 10 años! Y los cultivos crecen sobre ellos de forma increíblemente más rápida que sobre las tierras amarillentas y poco nutritivas del resto de la Amazonia.

Las cosechas se triplican y los barbechos pasan de 10 años a seis meses

"El estudio de las terras pretas de la Amazonia nos enseña cómo podemos restaurar suelos degradados, triplicar los rendimientos de las cosechas y, además, desarrollar tecnologías que prevengan cambios críticos en el clima mundial", asevera Johannes Lehmann, del Departamento de Ciencias de los Cultivos y los Suelos en Cornell.

"Esta técnica constituye una forma de captura mucho más prolongada y significativa de dióxido de carbono atmosférico que cualquier otra opción, lo cual la hace una herramienta poderosa para mitigar el cambio climático", considera Lehmann.

Así que tenemos una técnica que puede ayudar a recuperar suelos erosionados, generar tierra fértil donde cultivar sin tener que contaminar mediante fertilizantes, y encima retener y almacenar carbono. La siguiente pregunta era obligada: ¿se podría exportar a tantos lugares del mundo faltos de suficientes espacios para cultivar?

De hecho, ya se había hecho hace milenios. Según los expertos de la Universidad de Bayreuth (Alemania), “estos viejos suelos artificiales de más de 2.000 años se encuentran no sólo en la cuenca brasileña del Amazonas y otras regiones de América del Sur como Ecuador y Perú, sino también en África Occidental (Benin, Liberia) y en las sabanas de África del Sur”. 

Inspirándose en las tierras negras amazónicas, los expertos han ideado el biochar, un material obtenido por medio de la carbonización de biomasa: madera, estiércol u hojas calcinados en situación de escasez de oxígeno durante largo tiempo y a temperaturas relativamente bajas (unos 700 grados centígrados). Según sus defensores, este material puede hacer el suelo mucho más fértil, retener carbono y con ello combatir el calentamiento global, reducir el volumen de residuos agrícolas e incluso generar energía limpia y renovable.

El especialista en calidad y control de suelos de la Universidad de Wageningen (Países Bajos) Ellis Hofland advierte de que "es importante aclarar que no hay que quemar un bosque tropical para obtener energía y abono. El biocarbón debe provenir sólo de residuos orgánicos, y por ello no nos servirá para reducir a gran escala el C02 de la atmósfera". Si los indígenas de la Amazonia o sus coetáneos africanos conocían hace 2.000 años las ventajas del carbón vegetal... ¿por qué las olvidamos nosotros durante tantos siglos?