Las autoridades de un colegio de Granada niegan la entrada a una niña cuyos padres no querían que usara mascarilla. Le ofrecen clases telemáticas.

Andrew Wiggins, jugador de Golden State Warrios, no está vacunado y su equipo muestra su preocupación por que no pueda jugar los partidos que se desarrollen en San Francisco, dado que las autoridades locales no permiten la entrada a recintos cerrados si no se está vacunado.

En Francia, la nueva normativa suspende la actividad profesional de tres mil trabajadores de la salud que no están vacunados.

Y así un largo etcétera.

Los intereses que chocan en estos casos son variados: la libertad del sujeto, la seguridad de control de la pandemia, el principio de igualdad de acceso a la vacunación, los intereses económicos del empleador…

En los casos que hemos señalado, el conflicto se produce entre la libertad del individuo a entrar en determinados espacios y los derechos a la sanidad, a la educación y al trabajo.

 

¿Somos realmente libres?

 

Nuestra libertad se ve afectada por el hecho de vivir en sociedad. Así, cuando cogemos un coche nos obligan a pararnos en semáforos, stops y cedas al paso (a veces, en pasos de cebra). ¿Por qué, si mi libertad no tiene que estar restringida por unas normas impuestas por un determinado gobierno?

La realidad es que mi libertad para deambular con un vehículo a motor depende de las restricciones del código de circulación. Esas restricciones me garantizan que no voy a encontrarme un vehículo fuera de mis expectativas. Si un conductor se las salta, consideramos normal que se le sancione y se restrinjan sus derechos. La sociedad en su conjunto lo acepta porque se trata de una situación de riesgo en una tecnología aceptada por la mayoría de la sociedad a pesar de su peligrosidad para la vida y el medio ambiente.

En el caso de la limitación de las libertades de movimiento o de trabajo por no estar vacunado, nos encontramos con un debate similar. La libertad de la persona a no vacunarse puede ser entendida por el miedo a los efectos secundarios. Y debe ser respetada en la media en que únicamente la persona va a sufrir los riesgos de no vacunarse.

Sin embargo, en una situación de pandemia como la que vivimos, la insumisión a adoptar ciertas medidas deja desprotegida a la colectividad. Ante eso, la sociedad no puede obligar a nadie a vacunarse. Pero sí tiene margen para limitar la libertad de determinados ciudadanos que son un potencial riesgo a los intereses colectivos.

Al fin y al cabo, no podemos admitir que la educación, la sanidad o las actividades económicas en recintos cerrados y con poca ventilación se vean limitados o puestos en peligro para una gran mayoría por individuos aislados. Más aún cuando los sujetos que se escudan en su libertad para no tomar medidas se benefician de los “riesgos” asumidos por la mayoría para que ellos sigan disfrutando de una sanidad, una educación y una mejora económica.

 

Libertad, sí, pero también fraternidad

 

Cuando la revolución francesa se despojó de la tiranía de los monarcas absolutos, estableció tres principios sobre los que sostener la sociedad: libertad, igualdad y fraternidad. Es esta última la que obliga a pensar en los intereses que benefician a la comunidad, estableciendo un equilibrio con la libertad.

No creo que limitar el acceso a determinados recintos sea una restricción que afecte al derecho a la libertad. De igual modo que su no limitación afecta al derecho a la sanidad, a la educación, a la posibilidad de tener el comercio abierto para poder trabajar y ganar un sueldo.

En el caso de una pandemia como la que sufrimos, y dado que el índice de vacunación permite pensar que estas limitaciones a la libertad van a durar relativamente poco tiempo, creo ponderado, apropiado y ético optar por limitar determinados aspectos de la libertad de aquellos que no quieren tomar las medidas de prevención que han demostrado ser eficaces.

El derecho a la libertad no es un bien absoluto. La libertad, como derecho individual, está limitada por la sociedad, que está compuesta por muchos otros individuos con los que hay que convivir, cada uno con sus derechos.

Hasta el mito de la individualidad plena que es Robinson Crusoe, vivir sólo en una isla con su máxima libertad, necesitaba de la compañía de Viernes, que limitaba su derecho absoluto a ser libre.