A pesar de la intensidad de la lluvia y el granizo, miles de ciudadanos tomaron el pasado 18 de mayo las calles de Burgos. Algunos de ellos llevaban máscaras antigás o guadañas. En las pancartas que ondeaban podía leerse un gran No sobre la silueta de un pozo de extracción. Fue la primera manifestación contra el fracking organizada en España.

El escenario elegido para levantar la voz contra este polémico método de explotación de energías fósiles, que aún no se ha implantado en nuestro país, no era casual. Burgos es la provincia española donde más permisos se han solicitado para realizar sondeos y catas en busca de gas no convencional.

Medio centenar de sus municipios ya se han opuesto de forma oficial a la fractura hidráulica. Consideran que existen demasiadas dudas e incógnitas sobre su seguridad y que los riesgos para la salud y el medio ambiente que este procedimiento podría comportar son demasiado elevados. Por eso piden a la Junta de Castilla León y al Gobierno que prohíban su práctica.

La postura favorable al fracking del ejecutivo de Mariano Rajoy la dejó clara en febrero el ministro de Industria, José Manuel Soria: "Este ministerio considera que esta técnica debe ser permitida siempre que se cumplan las medidas de protección del medio ambiente y de las personas". Un mes después, el gobierno comenzaba a regular y dar cobertura legal al procedimiento extractivo y establecía la obligatoriedad de una evaluación de impacto ambiental en todos los proyectos de exploración.

A miles de metros de profundidad

A diferencia del gas natural o el petróleo, que se alojan en grandes bolsas subterráneas, el shale gas, traducido al español como gas pizarra o esquisto, se encuentra solidificado en el interior de la roca madre. Para liberarlo es necesario romper la roca, lo que se conoce como fracking.

El primer paso consiste en introducir una tubería vertical hasta gran profundidad –entre los 2.000 y 6.000 metros–. Una vez alcanzada la capa de pizarra, se realiza una perforación horizontal de entre 1,5 y 3 kilómetros de longitud y se inyectan a alta presión miles de litros de un compuesto formado por agua, arena y productos químicos.


Fragmentada la roca, el gas retorna a la superficie junto con el agua y los aditivos químicos a través de la tubería, arrastrando a menudo sustancias peligrosas y metales pesados como el mercurio o el plomo.

Grupos ecologistas, plataformas vecinales, sindicatos y algunos partidos de izquierda se oponen frontalmente a la nueva técnica. Los principales argumentos que esgrimen son la toxicidad de los disolventes que se utilizan para fragmentar las rocas, la posible contaminación de los acuíferos por la fuga de alguno de estos productos o de otros que están enterrados en el subsuelo, el favorecimiento de episodios sísmicos, la ocupación de grandes superficies de terreno y el consumo de ingentes cantidades de agua.

Los partidarios del fracking, principalmente el sector extractivo, consideran infundadas las críticas. "Todas las actividades industriales de obtención de energía comportan riesgos", afirma Mónica Vicente, portavoz de la plataforma Shale Gas España. "Lo importante" –añade– "es que tenemos la tecnología, el conocimiento y la legislación necesarias para controlarlos y desarrollar esta técnica de forma segura. En Estados Unidos se utiliza para la extracción de gas natural y petróleo desde hace más de 60 años, y a Europa comenzó a llegar en los años 70 del pasado siglo".

Ya se han concedido en España más de 70 permisos para buscar yacimientos de esquisto

La mitad del gas esquisto español se concentra en la cuenca vasco-cantábrica, la zona donde también hay mayor respuesta social contra la fractura hidráulica. Prueba de ello es la ley aprobada por Cantabria, que ha dado luz verde a una moratoria contra el fracking. Provincias como Valladolid y Soria también han refrendado mociones contrarias a este sistema. En Andalucía se han constituido varias plataformas antifracking y algunos ayuntamientos se han manifestado abiertamente en su contra. El Parlament de Cataluña y las Cortes Valencianas, en cambio, han rechazado su prohibición.

Según la Ley de Hidrocarburos, si la zona que se quiere explorar se extiende por más de una comunidad autónoma o limita con el mar, el proyecto pasa a ser competencia del Gobierno central. Si está solo en su propio territorio, la responsable es la comunidad autónoma. Esto hace que moratorias como la aprobada por Cantabria sólo sean aplicables a alguno de los permisos activos en la región, ya que el resto han sido concedidos a nivel nacional.

Hasta el momento, se han otorgado en España más de 70 permisos de investigación, que podrían conllevar, según la asociación de empresas españolas de exploración y producción de hidrocarburos ACEIP, inversiones por valor de entre 700 y 1.000 millones de euros, cifras que podrían triplicarse en caso de ser autorizadas 75 licencias aún en tramitación. El paso siguiente, la concesión de una explotación de gas esquisto, aún no se ha dado.

Independencia energética

"España importa casi el 100% de los hidrocarburos que consume. La explotación de gas no convencional podría convertirse en una importante fuente de riqueza para el país, que permitiría reducir nuestra dependencia energética, crear empleos e incrementar la competitividad de las empresas", asegura desde Shale Gas España su portavoz.

Según un estudio elaborado por ACEIP y la consultora Gessal, los recursos de gas no convencional de España permitirían cubrir durante 70 años el ritmo de consumo actual. El Consejo Superior de Colegios de Ingenieros de Minas, por su parte, rebaja esta cifra a 39 años, en su informe Gas no convencional en España, una oportunidad de futuro.

"Contamos con un cierto conocimiento de las formaciones geológicas, gracias a los estudios realizados anteriormente para buscar gas o petróleo convencional. Aunque estas investigaciones no han sido demasiado grandes, en zonas como Cantabria, la Rioja, Pirineos, Levante y Andalucía hay claros indicios de que este recurso es abundante", explica Ángel Cámara, decano del Colegio de Ingenieros de Minas del Centro de España y uno de los autores del documento.

"No hay un solo dato directo de cuánto gas hay en los yacimientos", replica el geólogo y responsable de Energía y Cambio Climático de Greenpeace, Julio Barea. "Son todo estimaciones, con las que están creando una auténtica burbuja especulativa, como ya ocurrió en Polonia". En este país, uno de los primeros de Europa en desarrollar este procedimiento, los macroproyectos de fracking están siendo descartados por las compañías concesionarias a causa de la desconfianza creciente de los inversores en su rentabilidad futura.

Los defensores del sistema dicen que podría garantizar el consumo nacional durante 70 años

"Es el momento de sentarnos y plantearnos qué modelo energético queremos", añade Julio Barea. Y lanza al aire una pregunta: "¿Queremos seguir apostando por los hidrocarburos y por un gas difícilmente extraíble, con impactos ambientales directos, cuando la concentración de CO2 en la atmósfera acaba de cruzar el umbral histórico de las 400 partes por millón?".

"España es muy rica en recursos energéticos", continúa el portavoz de la asociación ecologista. "Somos la Arabia Saudí de Europa. Tenemos sol, viento y mareas. Hasta hace menos de dos años éramos un referente mundial en energías renovables y el Gobierno se las ha cargado. Durante los últimos seis meses, la fuente que más energía eléctrica ha aportado ha sido la eólica... ¡Imagínate si España apostara a fondo por ellas! Podríamos ser independientes energéticamente en un plazo de tiempo relativamente corto", apunta Julio Barea.

Un cóctel secreto

Se sabe muy poco del cóctel de productos químicos que se mezclan con el agua y la arena para fracturar la roca, y que equivalen al 0,5% de los fluidos. En Estados Unidos, el país con mayor experiencia en este campo, dichos compuestos están exentos de regulación federal y los proveedores se amparan en el secreto comercial para no revelar su composición.

Según un informe del Comité de Energía y Comercio de la Cámara de Representantes estadounidense, las compañías emplean 750 productos químicos, de los que 650 contienen elementos clasificados como cancerígenos o contaminantes para el aire y el agua. Otro estudio, éste de la organización The Endocrine Disruption Exchange, analiza las 363 sustancias claramente identificadas y alerta de que el 25% puede causar cáncer y mutaciones, el 37% podría afectar al sistema endocrino, más del 50% causarían daños en el sistema nervioso y casi el 40% provocan alergias.

Pero los disolventes químicos no son los únicos que podrían contaminar la tierra, el aire y los depósitos subterráneos en los que se almacena el agua. Uno de los componentes básicos del gas natural es el metano, cuya capacidad de generar efecto invernadero es 25 veces superior a la del dióxido de carbono. Según un estudio norteamericano de la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration) y de la Universidad de Colorado, en algunas cuencas se han registrado ya fugas del 4% de metano, más del doble de lo anunciado por la industria.

"Ahora mismo, lo que se está planteando es evitar la exploración, cuando ésta no representa ningún riesgo, sino una oportunidad para conocer nuestro subsuelo y saber exactamente qué tenemos", apunta el decano del Colegio de Ingenieros de Minas del Centro de España, Ángel Cámara.

"Los acuíferos con agua potable para el ser humano se encuentran a una profundidad de entre 300 y 500 metros. Hablamos de perforar a entre 1.000 y 2.000 metros por debajo, donde se acumulan formaciones geológicas, muchas de ellas impermeables. Sólo se producirá contaminación si hay una mala práctica pero, de otra manera, es imposible", añade Cámara.

Su opinión no puede estar más alejada de la de Julilo Barea, responsable de Energía y Cambio Climático de Greenpeace: "Hay cientos de posibilidades de que haya una fisura, de que no se cimente bien la tubería..., por eso apelamos al principio de precaución. En Estados Unidos hay miles de denuncias por contaminación, por explosiones, por enfermedades, por seísmos, y no estamos hablando de un país subdesarrollado, sino de uno tecnológicamente puntero. ¿Estamos diciendo que lo vamos a hacer mejor que ellos?".