Uno a uno, el consumidor responsable deposita las botellas, los tarros y los frascos en el contenedor más próximo a su domicilio. Tras dejarlos caer por la pequeña abertura redonda que caracteriza al iglú verde, los recipientes se rompen en mil pedazos creando una banda sonora inconfundible, un estrépito que siempre habíamos asociado con algún accidente doméstico y que ahora se ha convertido en sinónimo de un acto cívico que beneficia a nuestra economía y al planeta. 

El vidrio nos acompaña desde los albores de la civilización. Los restos más antiguos, recuperados por los arqueólogos en Asia Menor, Mesopotamia y Egipto, datan de unos cinco milenios antes de nuestra era. Las diferentes culturas fueron perfeccionando el arte de moldear el sílice y la caliza por medio del fuego. Los egipcios empezaron a utilizar la técnica del soplado con caña y los romanos la perfeccionaron añadiendo óxidos metálicos como colorantes y exportaron el vidrio a todo su imperio.

El gran hueco que el vidrio se ha hecho en nuestras vidas no sólo viene dado por su aspecto práctico –es muy útil para conservar y almacenar productos perecederos– sino también por el estético –permite crear bellos motivos decorativos–. En la vidriería San Juan, en el Poble Espanyol de Barcelona, se conjugan ambas. Es uno de los últimos hornos artesanales de vidrio que quedan en nuestro país y en él se trabaja todavía el arte del vidrio soplado.

Entrar en esta vidriería es como retroceder en el tiempo. Sólo nos devuelven al presente la cantidad de turistas que disparan sus máquinas fotográficas. “Vendemos unos pocos souvenirs, pero nuestro negocio fuerte lo hacemos con el suministro de aceiteras y botellas a la hostelería”, explica Manolo Caparrós, quien lleva cinco años gestionando el establecimiento junto con su hermano Juan.

Mientras, los artesanos toman el vidrio del horno, fundido a 1.400 grados centígrados, con las cañas, unos tubos cilíndricos de acero hueco, y empiezan a dar la forma deseada a la masa transparente y homogénea con grandes tijeras y pinzas o mediante los moldes para el soplado. El objeto extraído del molde se sigue trabajando para añadirle nuevos elementos y finalmente pasa por el taller de acabado –escondido dos plantas más abajo– y por el arca de recocido, en la que se enfría lentamente el vidrio para evitar la formación de tensiones internas que podrían provocar que explotara.

Cada clase de vidrio debe seguir un camino diferente para su posterior reciclado

Los artículos que no se venden o que presentan alguna imperfección se funden y emplean para crear otros nuevos, ya que, frente a otros materiales, el vidrio tiene la inmensa ventaja de que se puede reutilizar o reciclar infinitas veces.

Pero según su composición, cada clase de vidrio debe seguir un camino diferente. Así, por ejemplo, el vidrio plano procedente de ventanas, espejos, platos y jarros, así como las bombillas, los fluorescentes, la cerámica y la porcelana, deben trasladarse a los puntos verdes. Los envases vacíos que han contenido medicamentos se tienen que llevar a los puntos SIGRE de las farmacias y los recipientes de vidrio limpios y sin tapa deben acabar en los contenedores verdes que pueblan nuestras calles.

Depositar los envases de vidrio en el iglú verde es una actividad cotidiana que nos acompaña desde el año 1982, cuando se instaló el primero en España. Hoy hay más de 189.000 en 8.000 municipios, lo que representa uno por cada 249 habitantes. En 2013 se arrojaron en ellos 687.683 toneladas de vidrio, el equivalente a 2.620 millones de envases. La cifra supone unos 17 millones más que en 2012 a pesar del descenso del 1,2% experimentado por el consumo.

Es decir, que pese a que se consumen menos envases de vidrio, se reciclan en proporción muchos más, destaca Ecovidrio, entidad sin ánimo de lucro que gestiona la recogida y el reciclado de estos residuos. Si se suma a esta cantidad el vidrio obtenido por otros canales, el total asciende a 849.728 toneladas.

En las islas Baleares (26,5 kilogramos de vidrio por habitante), País Vasco (25) y Navarra (24,1) fue donde más se recicló porcentualmente el pasado año. Por detrás, Cataluña, La Rioja, Cantabria, Castilla y León, Comunidad Valenciana, Aragón y Murcia, todas ellas por encima de la media estatal de reciclado de vidrio por ciudadano en 2013, situada en 14,6 kilogramos por habitante.

Los iglús verdes están acompañados por contenedores de color azul –para el papel y el cartón–, amarillo –para los envases de plástico, tetrabriks y latas– y, en algunos lugares, también por el más pequeño depósito marrón, en el que se deben echar los residuos de materia orgánica, como los restos de alimentos y de papel de cocina. Los desechos reciclables que no acaban en uno de ellos finalizan en vertederos, incineradoras o abandonados en nuestro entorno, contaminando y desperdiciando valiosos recursos materiales.

En España, la recogida selectiva municipal se lleva a cabo por medio del Sistema Integrado de Gestión (SIG). El punto de partida legal para la aplicación de este método se encuentra en la Ley 11/97 sobre Envases y Residuos de Envases, donde se estableció que las empresas envasadoras tienen la obligación de recuperar los residuos de los recipientes de sus productos puestos en el mercado para su posterior reciclado. Pueden cumplir con esta norma adhiriéndose a las entidades que gestionan el SIG, Ecovidrio y Ecoembes. Las compañías que así lo hacen colocan en sus artículos un logotipo distintivo: el Punto Verde. 

 

La cadena del reciclaje

 

Los envases que utilizamos para almacenar líquidos o sólidos en nuestras casas y que tiramos al contenedor verde se destinan, sobre todo, a fabricar recipientes de iguales características que tras un proceso complejo volverán a las estanterías de nuestras cocinas. Pero, ¿cuál es el trayecto que siguen?

Camiones cargados con el vidrio acumulado en los iglús de municipios de Girona y del norte de Barcelona llegan a la planta de reciclaje de la empresa Santos Jorge, ubicada en Mollet del Vallès, a 17 kilómetros de Barcelona, una de las pioneras en el tratamiento de vidrio en España. A su llegada, los vehículos se colocan sobre una báscula industrial que permite conocer el peso del material recibido. Así se inicia el proceso de tratamiento del vidrio doméstico procedente de la recogida selectiva urbana.

En el presente año estas instalaciones gestionarán 40.000 toneladas de vidrio, 20.000 menos de su cifra máxima. “Transformamos envases de vidrio en una materia prima secundaria, el calcín, vidrio triturado y sin impurezas que suministramos a las fábricas de envases”, explica el gerente de la empresa, Armand Sánchez, tercera generación de una saga de recicladores de vidrio.

En 1945, su abuelo, Manel Santos, empezó a recuperar vidrio en el barrio barcelonés de Poble Nou. Compraba las botellas a los envasadores, sometía el vidrio a un sencillo tratamiento casero y lo vendía a los fabricantes de vidrio. Con la actual planta de Mollet, operativa desde 1975, su padre, Armando Sánchez, le dio un sentido industrial a la empresa.

Sánchez padre impulsó la implantación de los contenedores verdes en las calles llegando a un acuerdo con el Ayuntamiento de Barcelona en 1982, explica su hijo junto a una foto en la sala de reuniones de la fábrica en la que Armando posa con Narcís Serra, el por entonces alcalde, junto a uno de los primeros contenedores de vidrio de la ciudad y de todo el país. También invirtió en el reciclaje de vidrio industrial, que hoy se lleva a cabo en las instalaciones que la empresa tiene en Montblanc (Tarragona).

Después de la llegada del camión, los residuos se descargan en unos grandes embudos llamados tolvas. Por “confusión o pereza de los ciudadanos”, comenta Sánchez, el vidrio que llega a la planta va acompañado por otros elementos como plásticos, metales y madera. Así que hay que separarlos. “El 45% de las botellas de vidrio que llegan vienen con el tapón”, añade Daniel Cruz, director comercial de la empresa. Ecovidrio calcula que el 2% de los residuos que van al iglú verde son impropios.

Los impropios forman montañas debajo del laberinto de cintas transportadoras

Los materiales férricos, como el acero procedente de latas o tapas, se atrapan mediante un imán de gran tamaño. A continuación, se extraen a mano los impropios voluminosos, como bolsas y botellas de plástico. Estos residuos se acumulan, conformando grandes montañas, debajo del laberinto de cintas transportadoras por las que viajan los envases de vidrio en sus distintas formas antes de llegar a sus nuevas vidas.

Pero el material que da más problemas es, sin duda, la cerámica, ya que es difícil de separar y por su composición química necesita de mayor temperatura de fusión que el vidrio. Como no se funde, se forman pequeñas piedras que provocan la ruptura del envase reciclado. “Nos llegan unos 10 kilogramos de cerámica por tonelada”, explica Sánchez.

Tras las primeras cribas, se procede a molturar el vidrio en granos de 0 a 50 milímetros para a continuación seguir filtrando impropios como los metales no férricos –mediante un separador magnético, que utiliza el principio de la corriente de Foucault– y los materiales cerámicos denominados infusibles, que se expulsan haciendo circular el vidrio por unas cintas vibradoras que conducen a una ventana de luz cuyas electroválvulas, al detectar elementos opacos, emiten una inyección de aire para sacarlos de la corriente de vidrio.

Después de todas estas operaciones, se verifica el resultado. El calcín es de calidad cuando el máximo de infusibles –materiales que no se funden a la misma temperatura que el vidrio– no supera los 50 gramos en una tonelada. “Si no es de buena calidad, el material distorsiona la fabricación de nuevos productos porque las imperfecciones hacen que el vidrio no aguante estructuralmente la tensión y reviente en el proceso de envasado”, detalla Sánchez.

Una pequeña parte de esta materia prima secundaria se destina a la fabricación de productos para la construcción, pero la mayoría se envía a fábricas de envases de vidrio, donde el calcín se mezcla con arena, sosa y caliza y el resto de componentes químicos y se funde en los hornos.

Para elaborar los recipientes, se utiliza una técnica mixta que mezcla la del soplado y la del prensado. El vidrio fundido se divide en gotas de un peso igual al del envase y es inyectado en unos moldes donde se sopla. Después, pasa por una serie de procesos de presión, prensado y vacío. Los nuevos recipientes obtenidos se introducen en un túnel de recocido.

Posteriormente, se envían a las envasadoras, donde se llenan con alimentos o bebidas antes de volver a los comercios. Las empresas que envasan o embotellan sus productos en vidrio son las que financian el sistema de recogida selectiva abonando una cantidad por cada envase que introducen en el mercado.

 

Más concienciación

 

“El reciclado integral de envases de vidrio es respetuoso con el medio ambiente. Aporta una serie de ventajas al entorno como la reducción de la erosión producida durante la búsqueda y extracción de materias primas y el ahorro energético tanto en la fusión del vidrio, ya que la temperatura utilizada es inferior a la del vidrio nuevo, como en la extracción y acondicionamiento de las materias primas”, exponen desde la Asociación Nacional de Empresas de Fabricación Automática de Envases de Vidrio (ANFEVI), que representa al 90% del sector. 

Según Ecovidrio, gracias al reciclaje de envases, el pasado año se evitó en España la extracción directa del medio natural de 825.220 toneladas de materias primas y la emisión de 460.748 toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera, y además se ahorraron 1.038.401 MWh de energía en la fabricación de nuevos envases.

Unas cifras que podrían aumentar si la tasa de reciclaje de vidrio en nuestro país fuera superior. Según los últimos datos oficiales del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, del año 2011, ésta se sitúa en el 66,6%, por encima del 60% que exige la Unión Europea, pero por debajo del promedio de los países del continente, que superó en 2012 el 70%, según datos publicados por la Federación Europea de Envases de Vidrio.

La UE ha establecido una tasa de reciclaje del material del 90% para el año 2030

“En España se recicla tanto como en Francia o Italia y más que en Reino Unido, Portugal, Eslovaquia, Polonia, Hungría o Grecia. Nos superan, sin embargo, mercados como Alemania y Bélgica, en los que encontramos tasas de reciclado superiores al 90%. En estos países existe una mayor tradición y concienciación medioambiental de los ciudadanos”, explican desde Ecovidrio a EcoAvant.com.

Para Ecovidrio, “todavía existe un porcentaje significativo de ciudadanos que podría reciclar vidrio más asiduamente”. El gerente de Santos Jorge, Armand Sánchez, coincide en el diagnóstico: “El handicap que tiene España en relación al reciclado es cultural: tenemos que evolucionar”, mientras que el director comercial, Daniel Cruz, pide más implicación a las administraciones para concienciar a la ciudadanía.

Precisamente porque la concienciación medioambiental es básica para aumentar los porcentajes de reciclado, en 2013, Ecovidrio invirtió 6,5 millones de euros en planes de comunicación y sensibilización y desarrolló talleres educativos en 10.000 centros escolares de toda España. “Gran parte de estas iniciativas se desarrollan en colaboración con las administraciones públicas, ya que es la vía para consolidar aún más nuestro objetivo”, exponen. Un ejemplo de ello es la campaña que Ecovidrio y el Ayuntamiento de Zaragoza pusieron en marcha durante las Fiestas del Pilar, en la que se entregó un ramo de flores para la tradicional ofrenda a cada persona que depositara un kilo de vidrio en diversos puntos establecidos para ello.

El objetivo de Ecovidrio y la Administración es cada vez más ambicioso. La Comisión Europea propuso el pasado julio elevar las tasas de reciclaje obligatorias para todos los países miembros de la UE. En lo que se refiere a los envases de vidrio, ha establecido un aumento gradual hasta llegar al 90% para el año 2030. Meta muy difícil de conseguir hoy para el conjunto de España, uno de los países europeos que menos recicla, en el que más residuos acaban en los vertederos, pero no imposible si cada uno de nosotros pone su granito de arena para que el ciclo eterno del reciclado no se detenga.