Es una evidencia científica incontestable que las vacunas han salvado millones de vidas desde su descubrimiento a finales del siglo XVIII. Enfermedades que diezmaban países enteros como la rabia, el tétanos, la difteria, el sarampión, la fiebre amarilla, la varicela, el tifus, la tosferina o la tuberculosis han podido ser prácticamente erradicadas de todos los lugares del mundo donde existe acceso a estos medicamentos, que por desgracia todavía no son todos los del planeta.

La viruela constituye el mayor éxito alcanzado: se la considera eliminada en todo el mundo, y la terrible poliomelitis está cerca de serlo. La incidencia del sarampión en el mundo cayó un 74% entre 2000 y 2010. Pronto podrían sumarse a la lista de enfermedades prevenibles, si las investigaciones culminan los prometedores resultados obtenidos hasta ahora, la malaria o el sida. Incrementa la importancia y la necesidad de estos fármacos el hecho de que la globalización está favoreciendo que los agentes infecciosos circulen con mayor rapidez que nunca en la historia y puedan regresar a lugares de donde desaparecieron hace décadas.

La agencia de la ONU para la protección de la infancia, Unicef, estima que las vacunas evitan cada año la muerte de entre dos y tres millones de niños, y lamenta que una quinta parte de los menores del mundo no puedan ser inmunizados contra las enfermedades más habituales en sus lugares de origen, lo que “cuesta la vida a un niño cada 20 segundos”. Unos dos millones de personas pierden la vida al año por dolencias evitables mediante la inmunización.

Un niño sin vacunar fue la primera víctima de la difteria en España desde hacía 30 años

La Organización Mundial de la Salud (OMS), que tiene en marcha un Plan de Acción Mundial sobre Vacunas 2011-2020, señala que estas sustancias “han reducido la incidencia mundial de la polio en un 99% y la enfermedad, discapacidad y muerte a causa de la difteria, tétanos, el sarampión, la tosferina, Haemophilus influenzae de tipo b y la meningitis meningocócia”.

Mientras en el mundo pobre existe un grave problema de falta de acceso a las vacunas, en los países desarrollados existen colectivos que se oponen a la proliferación de las mismas, e incluso tratan de evitar que sus hijos las reciban, alegando su ineficacia, sus posibles efectos secundarios o los intereses de los gobiernos y las grandes multinacionales de la farmacia. El tema genera polémica cada vez que algún menor pierde la vida a causa de alguna enfermedad que casi con toda seguridad no hubiera contraído de haber sido vacunado. En 2015 murió por esta causa de difteria un niño de 6 años de edad en Olot (Girona) cuyos padres preferían los “tratamientos alternativos”. Era el primer caso en España en 30 años. En nuestro país, aunque no resulta obligatorio, el 95% de los niños son vacunados de hasta 14 enfermedades, según las comunidades autónomas.

Ahora, en Francia, donde el Gobierno ha aprobado hacer obligatoria la vacunación de los niños contra 11 enfermedades a partir del año que viene, la asociación Autisme Vaccinacions (Autismo Vacunaciones), anunció en verano la presentación ante un tribunal de París de una demanda colectiva en nombre de un centenar de familias contra cuatro grandes farmacéuticas, Sanofi, Pfizer, Eli Lilly y GlaxoSmithKline.

Pseudoterapias sin base científica

El magmático movimiento antivacunas, que agrupa a padres preocupados por falta de información a menudo intoxicados por bulos y falsas creencias, seguidores de ciertas religiones, partidarios de terapias pseudocientíficas, teóricos de la conspiración enemigos de las farmacéuticas e iluminados de todo tipo, tiene uno de sus máximos referentes mundiales en el médico británico Andrew Wakelfield, que en 1998 publicó en la prestigiosa revista The Lancet un estudio que aseguraba que la triple vírica contra el sarampión, las paperas y la rubeola causaba autismo, una falsedad que recientemente difundía en un programa de TVE el presentador Javier Cárdenas.

El estudio de Wakefield se demostró, según el Consejo Médico General, "deshonesto e irresponsable", con datos manipulados en su propio beneficio, pues cobró cientos de miles de libras por defender estas tesis, la revista retiró el artículo y su autor fue expulsado en 2010 del Colegio de Médicos.

En España abandera la causa la Liga para la Libertad de Vacunación que dirige el médico Xavier Uriarte, cuyos puntos de vista han logrado el altavoz de la Asociación Vida Sana, así como la monja Teresa Forcades o el polémico agricultor y curandero Josep Pàmies, defensores de pseudoterapias sin fundamento científico alguno (el segundo publicita un supuesto medicamento a base de dióxido de cloro con el que afirma que se cura el Ébola y defiende que hay infusiones que combaten con éxito el cáncer).

La OMS advierte de que sin las campañas volverían las dolencias erradicadas

La Liga considera que “aplicar la vacunoprofilaxis masivamente, es decir, infectar de modo artificial a la población, comporta riesgos notables” y atribuye el empeño en vacunar masivamente a las poblaciones en países sanos “la inercia burocrática de los programas de vacunación y la presión interesada que importantes sectores económicos ejercen sobre la Administración” mientras que en los países en desarrollo las vacunas son “incapaces de hacer retroceder las enfermedades infecciosas en poblaciones desnutridas o que carecen de las mínimas condiciones higiénicas”.

La OMS replica que “las enfermedades contra las que podemos vacunar volverían a aparecer si se interrumpieran los programas de vacunación” y que “si bien la mejor higiene, el lavado de las manos y el agua potable contribuyen a proteger a las personas contra enfermedades infecciosas, muchas infecciones se pueden propagar independientemente de la higiene que mantengamos”.

En su libro Los peligros de las vacunas, Uriarte afirma que “ante cualquiera de las enfermedades, tanto eruptivas […] como no eruptivas —difteria, tos ferina, polio, gripe y hepatitis— la actitud más adecuada es dejar transcurrir el proceso natural de la enfermedad” cuando, según las estadísticas, la mortalidad por difteria era, por ejemplo, de entre el 30% y el 50%. La página What's the harm? (¿Cuál es el daño?) trata de llevar la cuenta de las víctimas por la falta de vacunación. Llevan más de 670.000, entre fallecidos y afectados en general. 

"Los médicos tenemos la obligación de dar a nuestros pacientes aquello que la evidencia científica y clínica nos dice que es mejor, y la vacunación, junto con la higienización y la potabilización del agua, nos hicieron salir hace 150 años de la Edad Media", afirma el presidente del Colegio Oficial de Médicos de Barcelona, Jaume Padrós, para quien, además, “el hecho de que todo el mundo se vacune es un elemento de protección sobre los que no se vacunan. Si nadie se vacunara ¿qué pasaría? No vacunar es un acto de irresponsabilidad y de insolidaridad respecto a los demás".

Las vacunas “son de los medicamentos más seguros que hay, pasan por todos los controles y se les exige un perfil de seguridad muy alto porque se utilizan en personas sanas y en niños. El ensayo antes de que se autorice una vacuna se hace en más gente que otros medicamentos”, aunque “no hay nada cien por cien seguro y se conocen una serie de posibles efectos adversos que se vigilan continuamente, pero siempre son mucho menos graves que pasar la enfermedad” asegura Margarita del Val, una de las mayores especialistas españolas en inmunología e infecciones virales, que trabaja en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

Pese a la existencia de millares de estudios científicos que rebaten sus argumentos, las creencias antivacunas prosperan en reductos de bienestar como los barrios ricos de Los Ángeles. En algunos colegios elitistas las cifras de niños sin vacunar alcanzan cifras como el 57% o el 68%, similares a las de países entre los más pobres del globo, como Chad y Sudán del Sur. Recientemente, en Detroit (Michigan), una mujer ha asegurado en varios medios estadounidenses que “prefiero ir a la cárcel antes que poner las nueve vacunas a mi hijo de nueve años” que le exige una sentencia judicial. Esperemos que no tenga que hacerlo.