La capacidad humana para hallar soluciones a los problemas parece tan infinita como la capacidad de crearlos. Un original y ambicioso proyecto iniciado en Noruega pretende captar dióxido de carbono (CO2) procedente de la actividad industrial, el principal causante del calentamiento global, para convertirlo en alimento para peces en piscifactorías.

Resumido así, puede parecer algo excesivamente fantasioso, pero los expertos creen que no lo es. El salmón noruego (de la especie del salmón atlántico, Salmo salar) es conocido –y consumido, fresco y ahumado– en todo el globo, especialmente en Asia, pero quedan ya pocos ríos en el país (y en el conjunto del planeta) que estos peces, que pasan parte de su vida (los primeros dos años y su etapa final) en el agua dulce y el resto en el mar (de uno a tres años), puedan remontar para completar su complicado proceso reproductivo, así que la mayor parte de la producción procede ya de granjas.

Los peces de granja no ingieren el ácido de forma natural y se les da como suplemento 

El país escandinavo genera el 60% de los salmones de criadero del mundo, que junto con otros productos marinos constituyen la segunda mayor industria exportadora del país, tras los hidrocarburos: en 2013 esta actividad generó casi 10.000 millones de euros. En las instalaciones acuícolas se alimenta a los animales con el ácido graso Omega 3, que se obtiene a partir de otros peces de menor valor comercial o de krill.

En estado salvaje, los peces consiguen los ácidos grasos –tan beneficiosos para su salud y la humana– al alimentarse de algas (la principal fuente de Omega 3 del océano) o de peces más pequeños que las han consumido. Pero los ejemplares de piscifactoría carecen de esta posibilidad, así que se les proporciona el Omega 3 como complemento dietético.

Noruega es también el mayor productor mundial de aceites de pescado y Omega 3, con el 40% del total. Pero no es suficiente. El sector de la acuicultura no deja de crecer y demanda cada vez más. Por otra parte, la actividad productora de petróleo y gas del país genera enormes cantidades de dióxido de carbono, que esta iniciativa ayudaría a evitar que acaben en la atmósfera reutilizándolos de manera provechosa.

El Proyecto Omega 3, para el que el Parlamento noruego comprometió el año pasado una partida de cerca de un millón de euros, pretende captar CO2 de plantas de hidrocarburos, evitando que se emita a la atmósfera, utilizarlo para cultivar algas y procesar éstas para conseguir el ácido Omega 3 que se suministrará a los salmones en las granjas.

Un 'círculo virtuoso'

Para ello se está construyendo una pequeña planta piloto en el Centro Tecnológico de Mongstad (TCM, por sus siglas en inglés), a unos 70 kilómetros de Bergen, en la costa suroccidental del país, la mayor instalación mundial dedicada a la investigación sobre formas de capturar y procesar el CO2.

Se trata de un complejo gestionado por la petrolera estatal Statoil y las multinacionales Shell y Sasol que dispone de dos grandes plantas destinadas a captar CO2: una de ellas, con capacidad para almacenar 80.000 toneladas procedentes de una refinería cercana, y la otra, para otras 20.000 toneladas de una central de gas.

El recinto destinado a la producción de algas, una instalación de unos 300 metros cuadrados, dispondrá de tanques de agua de mar donde estos organismos crecerán a una temperatura de unos 25 grados centígrados gracias al aporte artificial de CO2 (que les llegará disuelto en una corriente de agua) y luz solar, todo lo que necesitan para realizar la fotosíntesis.

Una tonelada de gas permitirá producir entre 300 y 400 kilos de aceite para el pescado

Los promotores de la iniciativa calculan que con una tonelada de CO2 se podrá producir una tonelada de algas, a partir de las cuales, una vez secadas y prensadas, creen que se podrán obtener entre 300 y 400 kilos de aceite de Omega 3. La biomasa de algas obtenida podría además generar otros productos con salida comercial.

"Hoy la mayor parte del aceite Omega 3 se produce en Perú y en otros países, y eso no es sostenible. La demanda del mercado es de aproximadamente 100.000 toneladas al año. Y en Mongstad tenemos CO2 puro, agua de mar y vapor, así que la oportunidad para desarrollar esto será mejor aquí que en cualquier otro lugar”, señala Svein Nordvick, director general de CO2BIO, una sociedad participada por algunos de los principales grupos del sector acuícola (como Salmon Group o Grieg Seafood) o del sector de la alimentación para peces, que gestionará el proyecto.

Tras un periodo de prueba de cinco años se decidirá si la idea es viable para emprenderla a gran escala y con fines comerciales. En la financiación del proyecto, cuyo presupuesto final es de 12 millones de coronas (alrededor de 1,38 millones de euros) participan, además de la administración estatal, el consejo del condado de Hordaland (donde se halla Mongstad), el Fondo de Investigación de la Industria de Pesquerías y Acuicultura y diversos ayuntamientos de la zona.

Según CO2BIO, esta posible solución ofrece la oportunidad de crear un “círculo virtuoso” en el que el CO2 generado por las actividades industriales se utilizaría para fabricar alimentos contribuyendo a satisfacer las necesidades de una población mundial en constante crecimiento y evitando la generación de más emisiones, y acabaría formando parte de un residuo orgánico 100% compostable.