En un contexto mundial en que las formas democráticas de gobierno están siendo cuestionados desde distintas esferas, es muy útil recordar que en 2024 estaban programados comicios presidenciales, legislativos y/o locales hasta en 21 países de África subsahariana.
De las citas electorales previstas, ocho pueden considerarse “limpias y libres”, y la mayoría dieron como resultado cambios de gobierno. En otros ocho países, las elecciones, que han confirmado al grupo en el poder, han sido cuestionadas en mayor o menor medida por la oposición o por los observadores internacionales.
Finalmente, otros cinco de los comicios programados se suspendieron, o pospusieron, debido a golpes de Estado en años anteriores y otros eventos.
Las ocho elecciones limpias
A nadie puede sorprender que los países donde las elecciones se llevaron a cabo en un contexto de mayor normalidad fueran aquellos con una tradición democrática más consolidada.
Senegal, Ghana y Cabo Verde –en África Occidental–, Botsuana, Sudáfrica, Namibia y Mauricio –en África Austral– y Somalilandia –en el Cuerno de África– se sitúan habitualmente entre los diez primeros puestos del Índice Ibrahim de Gobernanza Africana, y son considerados regímenes libres (o parcialmente libres en el caso de Senegal y Somalilandia) por Freedom House.
En la mayoría de estos casos, además, las elecciones tuvieron como resultado la victoria de la oposición y un consiguiente cambio de gobierno de carácter pacífico.
Botsuana ha vuelto a ser ejemplo democrático y de estabilidad ante su primera alternancia en el gobierno, con la victoria del Umbrella for Democratic Change de Duma Boko y la aceptación pacífica del resultado por el Partido Democrático de Botsuana, tras 58 años en el poder.
En Ghana, la alternancia ha cumplido con la pauta de cambio de gobierno cada ocho años entre el National Democratic Congress y el New Patriotic Party: esta vez John Mahamma (NDC), quien ya fuera presidente entre 2012 y 2017, repite en el cargo tras una sola vuelta.
Una situación parecida se vive en Cabo Verde, donde dos partidos se alternan en el poder desde la independencia. En esta ocasión, el Partido Africano da Independência de Cabo Verde (PAIGC) ganó 15 de las 22 cámaras municipales en disputa, dando la vuelta a la situación anterior en la que el Movimento para a Democracia (MpD) gobernaba en 14 de ellas.
Más conflictivo fue el proceso en Senegal, que estuvo a punto de descarrilar por el empeño del anterior presidente Macky Sall en posponer las elecciones indefinidamente. Solo fuertes movilizaciones sociales lograron impedirlo, facilitando la victoria a los líderes del Patriotes Africains du Sénégal pour le Travail, l'Éthique et la Fraternité (PASTEF): los actuales presidente y primer ministro Diomaye Faye y Ousmane Sonko, respectivamente. Las elecciones legislativas de noviembre confirmaron el apoyo a PASTEF por una mayoría de los votantes.
También las elecciones en el estado isleño de Mauricio vinieron acompañadas de movilizaciones sociales contra la prohibición temporal de las redes sociales por parte del gobierno. Y, también aquí, el primer ministro fue derrotado, de manera contundente, por el candidato de la opositora Alliance du Changement, Navin Ramgoolam.
Mención aparte merecen las elecciones en Somalilandia, un estado solo reconocido por la vecina Etiopía que se está convirtiendo en un referente por su combinación de instituciones elegidas e instituciones con una legitimidad tradicional.
Fue precisamente la Cámara de Ancianos la que pospuso en 2022 las elecciones presidenciales, de sufragio universal, y que han resultado en la victoria del candidato alternativo, Abdirahman Mohamed Abdullahi “Irro”, sobre el presidente en el cargo desde 2017.
Solo en Sudáfrica y Namibia han vuelto a ganar los partidos dominantes, pero el sudafricano Congreso Nacional Africano de Cyril Ramaphosa tendrá que gobernar en coalición. Una novedad significativa es que por primera vez hay una mujer, Netumbo Nandi-Ndaitwah, al frente del Estado namibio.

Las ocho elecciones cuestionadas
Hay otros países cuyas elecciones fueron en mayor o menor medida cuestionadas, y que en algunos casos estuvieron seguidas de protestas y enfrentamientos con los cuerpos de seguridad. Todos ellos son clasificados como parcialmente libres por el índice de Freedom House (salvo Chad, que es no libre), y podrían ser calificados como autocracias electorales. Pero, aunque comparten ciertas características como un sistema presidencialista, las diferencias son también importantes.
Mozambique y Tanzania tienen regímenes de partido dominante, como también ocurre en Sudáfrica y Namibia. Pero, a diferencia de estos, la celebración de elecciones se combina con mecanismos autoritarios para asegurar su mantenimiento en el poder.
En Mozambique, la victoria del Frente de Liberación de Mozambique (FRELIMO) y su actual líder Daniel Chapo en las elecciones presidenciales (70,7 %) fue denunciada como fraudulenta. Desde la proclamación de los resultados se produjeron, además, numerosas protestas y manifestaciones por parte de los seguidores de Venancio Mondlane, de Podemos, que fueron respondidas de manera violenta por las fuerzas de seguridad provocando más de 300 muertos.
Mayor fue la victoria reclamada por Chama Cha Mapinduzi (CCM) en los pueblos y calles en los que se elegían gobiernos locales en Tanzania, llegando al poco creíble resultado del 99 % del sufragio. Las debilidades del sistema electoral y los abusos contra disidentes y opositores se consideran malos precedentes para las elecciones presidenciales previstas para 2025.
El caso de Ruanda es similar a los dos anteriores, en la medida en que la legitimidad del Frente Patriótico Ruandés de Paul Kagame sigue fundamentándose en la guerra que puso fin al genocidio de 1994. En un contexto en el que no hay espacio político para la oposición o la expresión del descontento, la victoria de Kagame por más del 99 % de los votos permiten entrever los mecanismos adicionales existentes para asegurar su mantenimiento en el poder.
En el Sahel, muchos analistas consideran que Mauritania, de la mano de Mohamed Ould Ghazouani, está en un proceso de transición hacia un régimen más estable que los precedentes, y estas segundas elecciones en un clima pacífico se consideran un paso más hacia cierta democratización. El principal líder de la oposición, el activista antiesclavista Biram Dah Abeit, las denunció, sin embargo, como un “golpe electoral”.
Por su parte, las elecciones presidenciales de mayo en Chad sirvieron para apuntalar a Mahamat Déby, hijo del anterior autócrata, y que protagonizó un golpe de estado en 2021, inmediatamente después de la muerte de su padre. Los grupos de la oposición boicotearon las posteriores legislativas, provinciales y locales, en diciembre, que dieron la inevitable victoria a políticos alineados con el presidente.
En el Índico, las elecciones legislativas de Madagascar dieron, por su parte, una escasa mayoría del 42 % al bloque del presidente Andry Rajoelina, que ganó unas elecciones igualmente cuestionadas en noviembre de 2023, con el boicot de la oposición y una bajísima participación.
El proceso de democratización reiniciado en el país en 2013 parece haberse estancado a pesar de la periódica celebración de electorales. También en Comoros, unas elecciones atravesadas de irregularidades confirmaron de nuevo a Azali Assoumani en la presidencia.
Finalmente, en el Golfo de Guinea, las legislativas de Togo confirmaron el dominio abrumador del partido del presidente Faure Gnassingbé. Este llegó al gobierno como sucesor de su padre, en el poder desde 1967, en una dinámica de creación de dinastías políticas que podemos observar en otros países como el mismo Chad.
Las cinco elecciones que no fueron
2024 debía de haber sido también año electoral en cinco países más. Una combinación de guerras, golpes de Estado y decisiones de los gobernantes en plaza impidieron que se celebraran.
Los gobiernos surgidos de los golpes de Estado en Mali (2020) y Burkina Faso (2022), en una ola de golpes que atravesó el Sahel en esos años, suspendieron las elecciones previstas sine die.
Otros de los comicios pospuestos hubieran sido los primeros de su género. Desde su independencia de Sudán en 2011, las elecciones presidenciales previstas en la constitución de Sudán del Sur han sido pospuestas en numerosas ocasiones. La cita electoral, que enfrentaría si se concretara al presidente Salva Kiir Mayardit y al vicepresidente Riek Machar, se ha marcado para 2026.
En Angola, el gobierno del MPLA, liderado por João Lourenço, que ganó las presidenciales y legislativas de 2022 por la mínima, retrasó las elecciones municipales hasta 2027, por miedo tal vez a que su resultado ponga en peligro su endeble hegemonía.
Solo en Guinea-Bissau, en un contexto de intensa inestabilidad y creciente autoritarismo por parte del presidente Umaro Sissoco Embaló (MADEM-G15), las elecciones presidenciales se han pospuesto a la fecha más cercana de noviembre de 2025.
El futuro de un continente que pide democracia
Las elecciones de sufragio universal para la selección de la jefatura del gobierno, la asamblea legislativa o las autoridades regionales y locales constituyen un elemento común a una gran mayoría de estados subsaharianos.
El año 2024 demostró además que, en algunos países, se han convertido en un mecanismo eficaz para cambiar pacíficamente a gobiernos y grupos en el poder. Cuando acabe este 2025 habrán tenido lugar hasta 16 nuevas citas electorales.
Por otro lado, no han dejado de existir desde las transiciones de los noventa lo que se ha dado en llamar autocracias electorales donde ,a pesar de la celebración periódica de comicios, los ocupantes del gobierno se mantienen en el poder gracias a una diversidad de mecanismos no democráticos como el patronazgo, la represión y el fraude.
En los últimos tiempos, no solo el aumento de golpes de estado, sino también el deterioro de los derechos políticos o de la libertad de prensa y la disminución de la participación electoral constituyen dinámicas que van en la dirección contraria de una consolidación de la poliarquía como forma de gobierno en África.
A ello hay que sumar la existencia de conflictos como los de Sudán, República Democrática del Congo o los países del Sahel Occidental, y otros de menor intensidad, que ponen en cuestión tanto la hegemonía del estado como los derechos humanos.
El contexto mundial que favoreció las reformas políticas hacia una mayor democratización hace tres décadas ha cambiado enormemente. Desde los años 2000, los dirigentes de las grandes potencias, desde China hasta Estados Unidos, pasando por Rusia, no tienen entre sus objetivos el apoyo a las sociedades civiles o a los grupos prodemocráticos en África.
Pero es necesario reconocer que, en los tiempos en que mayor influencia tuvieron para condicionar las situaciones políticas en el continente, los gobiernos de los países más liberales también hicieron prevalecer sus objetivos económicos y de seguridad sobre los derechos de los africanos.
Sin embargo, las aspiraciones de mayor responsabilidad política, más seguridad, menos corrupción y un mejor reparto de la riqueza siguen siendo reivindicaciones básicas de muchos africanos, cuando acuden a las urnas, manifiestan su descontento en las calles o incluso cuando apoyan golpes de estado contra autoridades ineficientes y autoritarias.
La lucha por mayores derechos políticos y sociales está hoy más que nunca en manos de los africanos, incluidas sus organizaciones regionales. Hasta qué punto sobrevivirá la ola democrática iniciada en los años 1990 en torno al modelo de la democracia liberal es algo difícil de prever.
Una versión ampliada de este artículo fue publicada en la Carta del Grupo de Estudio de las Transformaciones de la Economía Mundial “2024: año electoral en África Subsahariana”’.
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