Con inviernos tan fríos como los de Suecia, el consumo de calefacción se dispara. Ante tal dispendio de dinero y de energía, la pareja formada por Marie Granmar y Charles Sacilotto, inspirados en la obra del arquitecto sueco Bengt Warne, ha optado por introducir su vivienda en una caja de cristal, una estampa digna de una película de ciencia ficción.

Ambos han reestructurado su casa de vacaciones, situada a las afueras de Estocolmo, rodeándola con paneles de vidrio transparentes de aproximadamente cuatro milímetros de espesor, que forman una especie de invernadero de 200 metros cuadrados. El vidrio está diseñado para soportar las inclemencias meteorológicas y, en el caso poco probable de que se rompiera, lo haría en fragmentos diminutos, incapaces de herir a nadie, explica Sacilotto.

La vivienda no es autosuficiente, pero el consumo energético ha caído a la mitad

El vidrio funciona como un colector solar creando un microclima mediterráneo y permite cultivar en el interior del habitáculo productos atípicos en la zona, como tomates, pepinos e higos. Además, el calor residual se almacena en los cimientos de la vivienda. Gracias a la energía del sol y al aislamiento térmico, mientras la temperatura exterior es de cero grados centígrados, o incluso por debajo, en la vivienda se consigue llegar a los 15-20 grados. Y, en verano, cuando el calor aprieta, en el techo se abren automáticamente unas ventanas que permiten liberar el mismo.

Granmar admite que su morada no es completamente autosuficiente: "No se consigue la climatización perfecta durante todo el año”, reconoce. Pero aunque la familia todavía tiene que emplear calefactores en algunas habitaciones durante los meses más gélidos, el ahorro energético es enorme: han reducido el consumo en un 50%.

Y, además, en su burbuja, la pareja puede disfrutar de una vida en armonía con el entorno. Han suprimido la cubierta de la casa para crear una gran terraza en la que pasar el tiempo libre, cultivan una gran variedad de hortalizas y frutas y han reducido el volumen de residuos. Asimismo, han construido un sistema para tratar las aguas residuales con el que son totalmente independientes de la infraestructura de saneamiento de la ciudad y que les permite regar con ellas el jardín y los cultivos. Y utilizan la materia orgánica sobrante de la cocina y del jardín para elaborar compost. Todo está pensado para devolver a la naturaleza lo que se toma de ella.

 

Desconexión con la naturaleza

 

La instalación les ha costado unos 80.000 euros, que constituyen una verdadera inversión: a nivel individual, ahorran en las facturas de la energía y en la cesta de la compra; y a nivel colectivo, consumen menos recursos y contaminan menos, una nada desdeñable aportación al futuro del planeta.

Y es que a partir de los años 70 del siglo pasado, el crecimiento demográfico y la deforestación de la Tierra se dispararon y el consumo humano empezó a superar lo que la naturaleza era capaz de restituir por sus propios medios. Y la tendencia se ha ido incrementando con el paso de los años: en 2015, la humanidad agotó en menos de ocho meses el presupuesto natural anual de la Tierra (los recursos que se pueden regenerar de forma natural en un año), denuncia la organización internacional Global Footprint Network (GFN).

“El coste de este exceso de consumo se está haciendo cada día más evidente por medio de la deforestación, las sequias, la escasez de agua, la erosión del suelo, la pérdida de biodiversidad y la acumulación de dióxido de carbono en la atmósfera”, explican desde la GFN. “Continuar con el modelo actual significaría usar los recursos equivalentes a dos planetas en 2030”, añaden.

De continuar con el modelo de vida actual, en 2030 necesitaríamos dos planetas

La idea para convertir su casa en un invernadero le surgió a la pareja sueca siguiendo los principios de la eco-sostenibilidad difundidos por el arquitecto de la misma nacionalidad Bengt Warne, quien entre 1974 y 1976 construyó en Saltsjöbaden la primera Nature House. Se trata de una vivienda autosuficiente y funcional construida con materiales naturales, que respeta el entorno y se integra en él.

El inmueble fue diseñado para ser el hogar de Warne y su familia, pero acabó convirtiéndose en un centro de investigación, desarrollo y prueba de edificaciones sostenibles hasta que en 1981 lo compró otra familia. Cuatro décadas después de que el prototipo inicial viera la luz, la idea, fácil de implementar y a la que se le pueden incorporar paneles solares y aerogeneradores, sigue enamorando a muchos: se ha extendido tanto por Suecia como por Alemania y los Estados Unidos.

Warne se adelantó a su tiempo y ofreció mediante sus creaciones su visión de la vida en la que las casas no sólo consumen energía, sino que también la generan; en donde se cultivan alimentos y no sólo se ingieren. En definitiva, inventó espacios para hacernos reflexionar sobre nuestro modelo de vida y nuestra desconexión con la naturaleza.