Las ramas, con todo su follaje, alineadas y unidas entre sí por una cuerda, fueron lanzadas al mar desde la Marina, una pequeña embarcación de pesca local, frente a la playa del Rec a finales de marzo. En abril se depositaron también en el fondo dos jaulas confeccionadas con materiales biodegradables para que actuaran como incubadoras de los miles de huevos que los pescadores locales arrastran con sus redes ─1.000 cada día de media─. Los profesionales de la pesca, afectados por la caída imparable de las capturas, se han implicado a fondo en el Proyecto Sepia, iniciativa pionera en Europa en su género.
El primer año se han recuperado 130.000 huevos atrapados en las artes de pesca
La Cofradía de Pescadores de L'Escala ─localidad gerundense con una arraigada tradición pesquera, conocida por sus afamadas conservas de anchoa─ y el Ayuntamiento son los impulsores de este proyecto en el que participan biólogos, pescadores, responsables de las administraciones y empresarios y que trata de revertir un proceso de desaparición de las poblaciones de moluscos provocado por la pesca excesiva, la contaminación de las aguas ─agrícola e industrial, agravada por la invasión turística de la zona desde los años 60─ y el cambio climático. La cercana población de L'Estartit ─donde ya se llevó a cabo una experiencia similar en 2010─ se sumó de inmediato a la estrategia, y Roses, el principal puerto de la zona, también se está planteando su aplicación.
Las ramas con las que se ha sembrado el fondo solían ser abocadas al mar por los ríos y, al parecer, mientras a las sepias les atrae la textura y el olor del lentisco, los calamares muestran predilección por las de pino, según constató un estudio realizado por el Parque Natural del Montgrí, las islas Medes y el Baix Ter, que protege parte del litoral y las aguas de este sector de la Costa Brava. Como ahora, con la mayor parte de la costa urbanizada, la aportación natural de estos materiales se ha reducido al mínimo, y como además los barcos arrastreros han erosionado los fondos arenosos, dejando a los animales sin lugares donde enganchar sus huevos, los biólogos han decidido proporcionarles nuevos refugios.
Así, sepias y calamares disponen de un nuevo espacio donde depositar sus arracimadas puestas, en un sector de un kilómetro de longitud situado a unos ocho metros de profundidad. Además, gracias al proyecto se recuperarán numerosos huevos atrapados por las redes de arrastre y otras artes de pesca. Antes, los pescadores los devolvían al mar, pero, faltos de un lugar al que agarrarse, las corrientes los arrastraban y los depredadores los devoraban. Ahora, las incubadoras de etileno diseñadas por una empresa catalana permiten que vuelvan al mar en un lugar cerrado y protegido del que los diminutos juveniles pueden salir sin problemas.
Atracción turística
Por otra parte, los impulsores del proyecto han diseminado algunos neumáticos viejos para favorecer la reproducción del pulpo, otra especie muy apreciada gastronómicamente que ha sido pescada en exceso durante décadas. "Hay que sembrar para cosechar, devolverle al mar lo que es del mar para poder recibir algo de él", señala el biólogo Boris Weitzmann, padre del proyecto junto con el pescador Isaac Moya, que destaca el "cambio de mentalidad" que ha permitido su implementación.
En agosto, el refugio de las sepias se convirtió en una atracción turística para los visitantes de las playas de El Molí d'Empúries. Bajo las sombrillas no se hablaba de otra cosa. Numerosas personas se sumergían en una pequeña parte del refugio colocada deliberadamente dentro de la zona delimitada para el baño con finalidades de sensibilización del público, a unos 100 metros de la playa y a dos de profundidad. Allí podían contemplar cientos de huevos aún sin eclosionar adheridos a las ramas, y con suerte también numerosas sepias recién nacidas que escapaban de su presencia lanzando un diminuto chorro de tinta, el habitual mecanismo de defensa de esta especie.
Más de un millón de ejemplares nacieron enganchados a los refugios de madera
Weitzmann explica divertido que la labor de sensibilización funciona: un turista que atrapó una de las jóvenes sepias este verano la llevó a un chiringuito para que se la cocinaran, y los responsables del establecimiento le instaron a que la devolviera de inmediato al mar porque formaba parte del proyecto de recuperación del entorno marino.
A unos 300 metros de la playa, lejos del alcance de los turistas, el refugio principal, de 1.000 metros de longitud, que se prolonga hasta el pueblo medieval de Sant Martí d'Empúries ─pasando frente a las ruinas de Empúries y de su puerto griego y romano, el primer lugar de la península alcanzado por estas civilizaciones─ ha demostrado plenamente su eficacia. Según el informe final del proyecto, este primer año se han podido salvar e incubar con éxito unos 130.000 huevos atrapados por los pescadores ─11.400 de sepia y 118.500 de calamar─, y en los refugios de ramaje se han contabilizado un millón de huevos más ─102.930 de sepia y 868.500 de calamar─. El lentisco se ha revelado como el ponedero predilecto de ambas especies.
Y esto no ha sido más que el principio. A finales de setiembre, finalizada la temporada de cría de los moluscos, las jaulas depositadas en el fondo fueron recogidas para limpiarlas y guardarlas hasta la primavera que viene. De cara a la próxima campaña, su número pasará de dos a 20, 10 por especie. Las ramas se han quedado en el mar. Unas y otras han contribuido a preservar a estos animales, regenerar el ecosistema y aumentar en un futuro próximo los ingresos de los pescadores. Un círculo virtuoso tan fácil y tan barato de delinear sobre el fondo del Mediterráneo.