Desde hace 118 años, el funicular de Friburgo conecta el centro moderno de la ciudad, que se extiende sobre un espolón rocoso que domina un meandro del río Sarine/Saane (sus nombres en francés y alemán, las dos lenguas locales), con los viejos barrios ribereños del mismo, situados 60 metros más abajo. Y lo hace sin emplear electricidad, ni carburante alguno, ni ninguna fuente de energía que genere un solo gramo de contaminación atmosférica.

Los dos viejos vagones verdes de esta obra maestra de la ingeniería –y pionera de la sostenibilidad–, todavía los mismos que funcionaron el día de su inauguración, suben y bajan, hasta 60 veces por jornada en verano, impulsados únicamente por las aguas residuales de esta localidad suiza de 36.000 habitantes, capital del cantón homónimo.

El vagón carga hasta 3.000 litros de lastre, cuyo peso lo arrastra hacia abajo

La cabina situada en la estación superior, la de la Saint-Pierre, incorpora un lastre de hasta 3.000 litros –el volumen necesario depende del número de pasajeros– procedentes de un enorme depósito conectado al alcantarillado y ubicado en la adyacente plaza de Georges Python, que tiene una capacidad de 20.000 litros. El inconfundible olor de la carga es claramente perceptible durante la operación, pero eso no disuade a vecinos y turistas de montar entusiasmados en lo que es a la vez un monumento histórico y un eficaz medio de transporte cotidiano.

Son tan solo el peso del lastre y la fuerza de la gravedad los que hacen deslizarse vía abajo el vehículo, mientras que la energía cinética que genera el movimiento del mismo es a su vez la que tira hacia arriba del que se encuentra en la estación inferior, la de la Neuveville "No es un sistema de circuito cerrado", explica antes de empuñar los mandos Jiri Vinasithamby, de 22 años, uno de los cuatro conductores de la plantilla del funicular: una vez abajo, el agua es liberada en las alcantarillas de aquella parte de la ciudad.

Dos minutos de trayecto

Vacío, cada uno de los vagones pesa 8,2 toneladas, a las que se suman las hasta tres de agua y lo que añada el pasaje. El conductor puede regular la velocidad de descenso gracias a un sistema de ruedas dentadas de tren cremallera. Y, mediante un mecanismo de contrapesos tan simple como el descrito, el aparato salva en apenas dos minutos un desnivel de 56,4 metros con un recorrido de 121 –la pendiente máxima es del 550 por 1.000–.

"Empecé a trabajar aquí en setiembre pasado. Antes conducía camiones, y ahora llevo el funicular y también autobuses urbanos", revela Vinasithamby, quien, como los demás encargados de pilotar el funicular, aprendió a manejarlo tras una instrucción básica de tres días.

El nuevo medio de transporte, que iba a permitir a miles de friburgueses ahorrarse los agotadores trayectos por las largas escaleras que comunican los dos niveles de la ciudad, fue inaugurado el 4 de febrero de 1899, y hasta 1965 fue propiedad de una cervecera local, la Cardinal. Ese año fue adquirido por la municipalidad, de cuyo sistema público de transporte forma parte desde 1970.

Forma parte de la red de transporte público y llegó a llevar a 630.000 pasajeros en un año

A los cien años de edad fue objeto de una exhaustiva revisión que requirió de 9.000 horas de trabajo y se devolvió su color verde original a los vagones, que habían sido repintados de rojo. Entre enero y abril de 2014 fue renovado otra vez a fondo: se desmontaron los dos vagones y se sometió a tareas de mantenimiento toda la infraestructura. La inversión realizada fue de 400.000 francos suizos (unos 375.000 euros al cambio actual).

El sistema de propulsión por medio del agua elegido por sus constructores –la empresa especializada Von Roll, todavía existente– era y es poco habitual en los funiculares, un invento para salvar desniveles surgido en la segunda mitad del siglo XIX, aunque en el país helvético –donde operan actualmente otros 52 funiculares de muy diferentes antigüedades y tamaños– funcionaron varios más de este tipo, uno de ellos en la capital federal, Berna.

El de Friburgo es el último de su clase en Suiza, y también estuvo a punto de desaparecer, pero una movilización ciudadana logró salvarlo del desballestamiento en los años 70. Hoy está declarado monumento protegido y "es un motivo de orgullo para los habitantes de Friburgo", asegura María Muñiz, guía turística local.

En el mundo quedan menos de una decena de funiculares impulsados por agua, de los que la mayor parte se hallan en el Reino Unido, aunque también los hay en Alemania y Brasil. El que funcionó hasta 1930 para ascender al barrio parisino de Montmartre llegó a transportar a un millón de pasajeros anuales. Sin embargo, el de Friburgo es el único que utiliza aguas residuales, y que además no precisa de una bomba para cargar el líquido, que llega a los vagones impulsado solamente por la gravedad.

El servicio funciona todos los días del año, de siete de la mañana a ocho de la tarde (los domingos empieza a las nueve). Cada vagón, cuyas vetustas lámparas todavía emplean aceite, puede transportar hasta 20 pasajeros. Si hay niños entre ellos, cumplirán con la tradición de chocar una mano con la del conductor del otro convoy cuando ambos vehículos se crucen a mitad de camino.

En su año récord, 1964, el funicular de Friburgo transportó a 630.115 usuarios. Hoy en día, aunque son casi cuatro veces menos, sigue siendo un sistema más rápido para unir las dos partes de la ciudad que los autobuses. Y, a diferencia de ellos, sin una sola partícula de emisiones.