La extrema derecha o derecha radical es un espacio político complejo que no se define únicamente por el lugar que ocupa en el eje ideológico, sino también por una serie de rasgos y características que, a medida que se cumplen, te acercan a él. Lo que destaca de la extrema derecha no es, al menos únicamente, un conjunto de creencias, pensamientos y posturas políticas. También se define por una determinada estructura del pensamiento sin la cual resulta cuanto menos complicado asumir o defender su discurso.

Sumario

 

Es por eso que existe una delgada línea que une negacionismo, teoría de la conspiración y pseudociencias, una línea tan delgada hasta el punto de que no se puede entender estos tres conceptos como algo separado (o incluso distinto) de lo que es la extrema derecha. Es decir, quien defiende el discurso ultraderechista, defiende teorías de la conspiración, es negacionista y/o defiende pseudociencias bajo una misma forma de pensamiento que dificulta e incluso impide un razonamiento más allá de estas creencias. Siempre y cuando hablemos de alguien plenamente convencido.

Así, entender qué son las pseudociencias y las conspiraciones, así como las lógicas que se esconden detrás, es una vía para comprender cómo se extiende y funciona la extrema derecha y sus corrientes, desde el fascismo clásico, pasando por el nazismo hasta la «derecha alternativa» actual.

 

Pseudociencias y conspiración

 

Sesión de acupuntura, considerada una pseudociencia. Fuente: Pixabay

Las pseudociencias son aquellas prácticas o disciplinas que tienen apariencia de científicas pero que no cumplen los criterios mínimos para ser consideradas como tal. Se revisten habitualmente de nombres rimbombantes o relaciones aparentemente lógicas o coherentes para disfrazar dogmas de fe que no tienen ningún tipo de validez. Es decir, sostienen premisas que, sí o sí, debes de creerlas sin la posibilidad de comprobarlas o contrastarlas.

Las ideologías de ultraderecha utilizan un principio muy similar. Utilizan complejas teorías que esconden dogmas ya no solo sin contrastar, sino también con muchísima evidencia en contra. Y, tal y como sucede con las pseudociencias, utilizan poderosas herramientas de propaganda para convencer. Normalmente apelando a las emociones e impulsos primitivos de las personas, o bien a prejuicios, valores o creencias asentadas en la sociedad y en la cultura que faciliten su asimilación.

Por lo tanto, no es de extrañar que coexistan en una relación casi simbiótica. Tal y como sucede, de hecho, con otros dogmas de fe, como los que sostienen a las religiones o incluso a las tradiciones socioculturales.

Ejemplos de pseudociencias tenemos muchos. La piromancia, el tarot, el horóscopo, la telepatía, la telequinesis o la astrología son ejemplos conocidos. En los últimos tiempos, también han sobresalido las pseudoterapias, como la homeopatía, la acupuntura, la bioneuroemoción o la naturopatía. Hay otras que incluso gozan de prestigio y se enseñan en universidades, como la osteopatía o la Gestalt. Numerosos estudios han desacreditado ya todas estas supercherías. En el mejor de los casos, generan un efecto placebo en la víctima a costa de un buen desembolso de dinero. En el peor, pueden provocar un fuerte agravio a la vida del paciente, tanto por posibles efectos adversos como por sustituir terapias avaladas por estudios científicos.

No obstante, otro tipo de creencias está ganando presencia, sobre todo a través de las redes sociales. Creencias que se erigen como contraposición a teorías más que comprobadas científicamente. Y no se trata únicamente de postulados religiosos reconvertidos a un lenguaje más actual, como pudiera ser el Diseño Inteligente. Se trata de pseudociencias que se han convertido en auténticos movimientos, como los colectivos anti-vacunas o el terraplanismo.

Como suele pasar, las crisis globales disparan todo tipo de teorías de la conspiración. En general, se sabe que esto obedece a procesos psicológicos concretos, una mezcla de: necesidad de reforzar una identidad rebelde y, en cierto sentido, superior a la de los demás (yo sé la verdad, porque me informo, no soy un borrego como tú); y de ofrecer una explicación externa y simple a procesos que en realidad son tremendamente complejos (¿por qué esto pasa ahora y antes no? Pues por esto. Lógico.), además de la necesidad humana de encontrar patrones entre elementos incluso aunque no tengan ninguna relación.

Así, durante la pandemia, se han visto innumerables tesis dignas de estudio alrededor del coronavirus y de la COVID19. De hecho, sólo en España, se han desmentido cientos de bulos.

La creencia en la conspiración, la pseudociencia y el rechazo al conocimiento científico necesita de procesos psicológicos que, una vez desencadenados, terminan reforzándose a sí mismos: cuanto más me intentan convencer de que me equivoco, más relaciono esa conducta precisamente con el hecho de que tengo razón y quienes mienten no quieren que la tenga. Si creo que las vacunas son malas y que hay una conspiración para inocularlas, más me reafirmo de que lo son cuando se me insiste en que me equivoco.

Revisando atentamente, se puede ver que muchísimos de los bulos sobre el coronavirus han sido alentados por grupos de extrema derecha. Un ejemplo destacado es el expresidente de Estados Unidos Donald Trump, que ha protagonizado intervenciones que se recordarán siempre. Intervenciones en las que aseguraba que inyectarse lejía podía curar la CoVid19. O en las que aseguraba que China manipulaba a la Organización Mundial de la Salud (OMS) para destruir la economía estadounidense. Mentiras que luego replicaron partidos como Vox en España.

Es evidente que otro nexo en común con todo esto es el desconocimiento de la población y la falta de herramientas de pensamiento crítico. No es de extrañar, pues, que desde la extrema derecha se aliente continuamente el anti-intelectualismo, la incultura y los ataques a las personas expertas. Tampoco es de extrañar que los partidos afines a estas ideologías han protagonizado auténticos saqueos a la educación pública. Muchas veces para financiar centros privados en los que poder controlar el tipo de conocimientos que se imparten.

No obstante, esta simbiosis entre pseudociencias, conspiraciones y extrema derecha no es nueva. Desde la Antigüedad, la ciencia fue perseguida de manera constante por desafiar creencias y tradiciones que permitían a ciertas personas justificar sus privilegios sobre el resto. Precisamente, los avances científicos que comienzan en el siglo XVIII, también denominado Ilustración, coinciden con una época de grandes avances en materia de igualdad y de justicia social.

Así, el génesis del fascismo italiano y el nazismo alemán, cuna de la ultraderecha moderna, está íntimamente ligado a estos conceptos. De hecho, no podría entenderse sin ellos. Y es que parten de la misma estructura del pensamiento y se refuerzan tanto a nivel racional como a nivel discursivo.

 

Ocultismo, pseudociencias y nazismo

 

Reproducción del símbolo de la Sociedad Thule, que existió entre 1918 y 1933. Autor: NsMn, 20/02/2011. Fuente: Wikimedia Commons / CC-BY-SA 2.0

El régimen nazi se saldó con una cifra de fallecimientos que van desde los 6 a los 20 millones de personas, entre población judía, minorías étnicas y religiosas, disidentes políticos, personas con problemas psiquiátricos y/o físicos y prisioneros de guerra, entre otros colectivos, en lo que se conoce como el Holocausto. Cifras que no tienen en cuenta las víctimas de la Segunda Guerra Mundial, provocada directamente e indirectamente por la Alemania Nazi, en manos del dictador Adolf Hitler. Todo ello entre 1933 y 1945.

La demencial teoría sobre la que pivotaba el Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP o, simplemente, partido nazi) versaba sobre la existencia de la “raza aria”.

Este concepto surge a raíz del descubrimiento de que las etnias y culturas indoeuropeas compartían un mismo pasado filogenético entre las lenguas europeas y buena parte de Oriente Medio y la India. Es decir, que estos idiomas procedían todos de la misma lengua y que, según parece, pudo haber sido hablada por alguna etnia alrededor del 3.000 a. C.

Pues bien, sobre esta base científica, empezaron a circular numerosas especulaciones sobre cuestiones raciales y culturales sin ningún tipo de base. Sobre esto se podría escribir muchísimo. Podría resumirse en que la ideología nazi sostenía que la raza aria era el pueblo originario de las culturas europeas, concretamente las nórdicas. Y que, el pueblo alemán, era descendiente directo de la raza aria, que sería superior al resto al no haberse mezclado con “otras razas”.

Bajo este paradigma, justificaron su profundo antisemitismo y, por ende, la persecución de población judía, negra, balcánica y gitana, entre otras. Incluso creían en que lugares mitológicos como la Atlántida, Hiperbórea o Thule eran las tierras originarias de los arios. Incluso el Imperio Británico se basó en esta idea para aliarse con las castas de la India y justificar la opresión a la población.

La esvástica es tomada como símbolo de la raza aria por su amplio uso desde el 5.000 a. C. por el hinduismo y, posteriormente, el budismo y el jainismo. Tomó así diferentes significados y fue apropiada por multitud de pueblos, popularizándose como prueba de la existencia de este pasado común de todos los pueblos.

Sin embargo, estas teorías, que pueden calificarse de pseudociencias y de esotéricas, no tienen su origen en el nazismo. Es decir, fue algo apropiado por el nazismo a conveniencia, aunque el concepto de raza aria como argumento para la justificación del antisemitismo procede de una sociedad ocultista denominada Sociedad Thule.

Fundada en 1918, la Sociedad Thule llegó a agrupar a centenares de personas, normalmente de la oligarquía alemana, procedente de una sociedad secreta anterior, la Orden Germánica, creada en 1912. Si bien el grupo compartía creencias esotéricas, como que La Tierra era hueca o de que esta raza aria procedía de un continente perdido, ya sea la Atlántida o el Último Thule, la mayoría se afiliaron por sus ideas racistas y para buscar formas de combatir a la población judía. De hecho, para pertenecer a la sociedad, debías jurar que por tus venas no corría sangre ni judía ni negra.

Otras ideas que compartían era el darwinismo social (la teoría de que la supervivencia del más apto se aplicaba también a las sociedades y a los pueblos), un fuerte nacionalismo alemán (ideología conocida como völkisch), la eugenesia (idea que defiende la mejora de los rasgos hereditarios humanos mediante la intervención humana, por ejemplo, esterilizando o evitando la reproducción de ciertos colectivos) y el anticomunismo. Rasgos que se convertirían en característicos de la extrema derecha. Y donde ya se ve cómo se intenta disfrazar de ciencia lo que al final era una justificación barata del supremacismo blanco, del ultranacionalismo, del imperialismo y del antisemitismo en forma de pseudociencia.

Como no resultará sorprendente, el símbolo de la Sociedad Thule era, efectivamente, una derivación de la esvástica.

El grupo ocultista mantenía relaciones estrechas con organizaciones ultraderechistas y nacionalistas, así como miembros prominentes de la clase alta de Alemania. Compró hasta un periódico de amplia tirada en Munich, el Observador de Munich.

En 1919, un miembro de la sociedad llamado Anton Drexler fundó el Partido Alemán de los Trabajadores, germen del partido nazi, adoptando todas las disparatadas ideas sin fundamento alguno del grupo ocultista. Solo un año después, Adolf Hitler se afilió.

El carisma de Hitler, su oratoria (perfeccionada por un miembro de la sociedad, Johann Dietrich Eckart) y una financiación más que generosa de los círculos pudientes de la sociedad alemana, especialmente los afines al grupo Thule, catapultaron la popularidad del partido durante los siguientes años hasta que se hizo con el poder en 1933.

Si bien no existen datos sobre si Hitler perteneció a la Sociedad Thule, miembros prominentes de la misma terminaron asumiendo cargos importantes en el partido nazi. De hecho, se sabe que la cúpula de los grupos militares, policiales y seguridad del partido, las Escuadras de Protección (en alemán Schutzstaffel, abreviado SS) realizaba rituales paganos y prácticas esotéricas en teoría relacionadas con el pueblo ario.

Entre los jerarcas nazis también era común el interés por el mesmerismo, las runas o la astrología. De hecho, el símbolo de las SS son dos runas armanen, creadas en 1902 Guido Von List a partir de mezclar de la mitología nórdica y las creencias raciales acerca de la raza aria. Como curiosidad, Von List fue un escritor y ocultista que contribuyó a popularizar el nacionalismo alemán völkisch, una imagen bucólica e idealizada de la sociedad alemana que rechazaba el progreso y la modernidad y veneraba las tradiciones. Y que, por tanto, tuvo una notable influencia en la Sociedad Thule.

Así pues, las teorías económicas, sociales y políticas sobre las que giraba el nazismo y que fue vendida en forma de discursos de odio y propaganda a la Alemania de los años 20 y 30 hunden sus raíces en un conjunto de disparates sin ningún tipo de dato o prueba científica.

Aupados por una élite económica y política ultraconservadora que veía cómo su poder peligraba como consecuencia del avance de los movimientos obreros y de las ideas izquierdistas, los nazis en su origen no fueron más que un grupo de racistas, artistócratas, nacionalistas y militares retirados trasnochados con ideas ridículas que disfrazaron de ciencia y que se aprovecharon del desconocimiento, miedos y prejuicios de la sociedad. Los parecidos con la actualidad podrían no ser mera coincidencia.

 

Darwinismo social, eugenesia y fascismo

 

Segregación Racial en Estados Unidos, 1939. Autor: Desconocido / Dominio público

Brevemente se ha comentado que la Sociedad Thule apostaba por las doctrinas y filosofías del darwinismo social y la eugenesia. En honor a la verdad dichas teorías fueron populares incluso entre la comunidad científica, por lo que gozaron de impunidad entre organizaciones políticas no estrictamente de ultraderecha. No obstante, fueron abrazadas especialmente por la derecha radical hasta el punto de transformarse en rasgos casi definitorios.

El darwinismo social surge a raíz de la Teoría de la Evolución de Charles Darwin, quien en 1859 su famosa obra El origen de las especies describió cómo los seres vivos habrían evolucionado a lo largo de millones de años a través de procesos de selección natural, existiendo antepasados comunes a casi todas las especies. Más tarde, el psicólogo, sociólogo y antropólogo Herber Spencer se basaría en este concepto para sostener que los mismos principios que regían la evolución biológica de las especies se aplicaban a las sociedades humanas.

Por lo tanto, lo que planteó en su momento esta teoría es que las sociedades tal y como se conocían eran fruto de la naturaleza y que todo tenía una base biológica y/o genética que lo explicaba. Esto, a su vez, llevó a justificar dos cuestiones: por un lado, que el dominio de ciertas etnias y clases sociales obedecía a un orden natural y, por otro lado, que intervenir para subvertir este orden (por ejemplo, mediante políticas igualitaristas) iba en contra del ser humano y de la ciencia.

Así, el darwinismo social fue usado para justificar acciones políticas, económicas y sociales que resultaron en la matanza de millones de seres humanos y perpetuaron las injusticias sociales basándose en una supuesta inferioridad innata de determinadas personas y culturas. De hecho, la idea de que la libre competencia es el único camino para el progreso social encontró su justificación científica en el darwinismo social.

La eugenesia, por otro lado, es una teoría que plantea que la selección artificial de determinados rasgos hereditarios es deseable para asegurar la supervivencia del ser humano y, por extensión, de la civilización. Es decir, la eugenesia plantea que intervenir para asegurar la reproducción de ciertos individuos con rasgos considerados deseables y la no reproducción de individuos con rasgos considerados no deseables es una cuestión a defender. Plantean, por ejemplo, separar a grupos en función de estos rasgos en lo que se conoce como segregación o el uso de programas de esterilización masiva.

De ambas pseudociencias se llegó a decir que las sociedades que tienden a proteger a la gente más débil y desfavorecida atentan contra la naturaleza. Y serían perjudiciales a la larga.

Hay que tener en cuenta que en este contexto histórico se sobrestimó el papel de la genética y de la biología para explicar el comportamiento de las personas y de las sociedades. No obstante, posteriores trabajos no muy alejados en el tiempo fueron criticando y demostrando que estas supuestas teorías no tenían ningún tipo de validez científica y que, de hecho, suponían un grave atentado contra los derechos de las personas.

El darwinismo social y la eugenesia se consideran pues pseudociencias carentes de validez y tildadas de dogmas ideológicos.

Ambas ideas fueron adoptadas por ideologías ultraconservadoras y de derecha radical, reflejándose en multitud de discriminaciones y abusos de derechos humanos, constituyendo uno de los pasados más turbios de la civilización occidental. Por ejemplo, se estima que entre 1909 y 1979 fueron esterilizadas unas 60.000 personas en Estados Unidos como producto de programas eugenésicos.

 

Teorías de la conspiración y negacionismo

 

Mapa del interior de La Tierra según las teorías de La Tierra Hueca. Autor: C. Durand Chapman. Fuente: The Goddess of Atvatabar de William Bradshaw (1892) / Dominio público

No puede entenderse el auge de la extrema derecha en ninguna época sin la utilización de teorías conspirativas. Aun hoy en día se siguen apoyando con fuerza en estos enrevesados relatos sin fundamento para poder imponer sus políticas. La utilización de bulos a través de redes sociales es, de hecho, una modernización de una práctica endémica de la derecha radical.

El nazismo alemán culpaba a la población judía de urdir una conspiración contra la nación alemana, a la que responsabilizaba de prácticamente todos los males. Todo lo que tuviera un origen judío, desde teorías científicas hasta económicas, era sinónimo corrupción. A esta inexistente conspiración se le sumaron los comunistas (o marxistas), a quien se les acusó de traidores de la patria e incluso de la criminalidad existente en las calles. Destaca el incendio del edificio Reichstag en 1933, del que se culpó a los comunistas. Este incidente, del que todavía no se conocen responsables, benefició enormemente al gobierno de Adolf Hitler, que lo utilizó como justificación para aprobar la Ley Habilitante y que, de facto, le permitiría asumir el control dictatorial de Alemania.

El franquismo español utilizó constantemente conspiraciones similares. Concretamente, el dictador Francisco Franco sostuvo durante su régimen (1939 – 1975) que existía una “conspiración judeo-masónica-comunista internacional” que amenazaba la integridad, valores e identidad de España. Esta teoría conspirativa sostiene que hay una especie de coalición entre la población judía, la masonería y los movimientos de izquierda para dominar el mundo, destruyendo el orden natural de las cosas.

Estos son dos ejemplos de lo que ha sido uno de los ejes centrales de la extrema derecha, aunque también de movimientos islamistas radicales, y que tienen versiones modernizadas y actualizadas, como la teoría del marxismo cultural.