Muchos de los objetos que compramos, los utilizamos un par de veces y después quedan olvidados en el fondo del armario o en algún recoveco del garaje. Pero, ¿y si todos los compartiéramos? Nos ahorraríamos dinero y, al mismo tiempo, reduciríamos nuestro impacto ambiental. A mediados de los años 70, nacieron en Estados Unidos las bibliotecas de cosas para hacer esta idea realidad.

Algunas personas han conseguido desmarcarse de ese afán por poseerlo todo, aunque sólo sea para usarlo una vez en la vida, al que nos empuja la sociedad de consumo. En 1976, en la ciudad de Columbus, la capital del estado de Ohio (EE UU), abrió sus puertas la primera biblioteca de las cosas, que todavía está en funcionamiento. La ONG Rebuilding Together se encarga de gestionarla con el objetivo de revitalizar los hogares y las comunidades locales. Ofrece más de 200 tipos de herramientas, unas 4.500 en total, además de guías, vídeos y tutoriales con los que aprender a arreglar o reutilizar los dispositivos.

Los usuarios sólo tienen que abonar una pequeña cuota o un precio simbólico

Años más tarde, en 1979, se le sumó The Berkeley Tool Library y, en 1980, The Phinney Tool Library, conformando la primera generación de este tipo de centros que permiten ahorrar dinero al usuario (que normalmente sólo tiene que pagar una pequeña cuota o un precio simbólico al retirar el objeto) y establecer una comunidad más conectada y solidaria. Además, se reducen el volumen de residuos y la contaminación al evitar la extracción de materias primas para crear nuevos objetos, la fabricación de éstos y el transporte.

Una variante de este tipo de espacios es el modelo existente en la ciudad de Atlanta, la capital del estado de Georgia (EE UU). En el Atlanta Community ToolBank, las herramientas se prestan, bajo pago de una cuota anual, únicamente a asociaciones y colegios de la comunidad y a organizaciones sin ánimo de lucro.

Aunque nacieron en los Estados Unidos, las bibliotecas de las cosas se han ido extendiendo por otros rincones del planeta gracias a su historia de éxito y, por su creciente popularidad, ahora juegan un papel importante en la economía compartida. Más de 40 de estas iniciativas funcionan actualmente sólo en América del Norte.

Trece minutos en toda la vida

La más destacable de las que operan en Canadá se encuentra en Toronto, la capital económica del país. Dos amigos, Ryan Dyment y Lawrence Alvarez, se unieron para darle forma en 2012. Los miembros de Sharing Depot pueden disponer de miles de artículos, incluyendo equipos de acampada y de deportes, juegos y juguetes, por entre 25 y 100 dólares canadienses al año (entre 17 y 71 euros, al cambio actual).

El taladro medio se utiliza durante sólo 13 minutos en toda su vida útil. ¿Qué pasa si, en lugar de comprar ese taladro, pides uno prestado a un vecino que nunca has conocido antes?”. Bajo esta reflexión, se presenta Share, la primera biblioteca de las cosas del Reino Unido, situada en Frome, cerca de Bath, al suroeste de Inglaterra.

La tienda, en la que trabajan una quincena de voluntarios, fue puesta en marcha por un equipo de ocho personas de entre 18 y 30 años de edad, y en ella se pueden tomar prestados por un período de hasta siete días artículos de todo tipo -sobre todo herramientas, menaje del hogar y elementos para el ocio- previo pago de una cuota de entre una y cuatro libras esterlinas (entre 1,1 y 4,5 euros), según el tipo de producto retirado. Y no sólo se comparten bienes materiales, también conocimientos y habilidades. La tienda se mantiene abierta gracias a la aportación de las personas, de tres posibles maneras: con dinero, con objetos o con tiempo (como voluntario).

En España funciona Ábrete Sésamo, un local de trueque en el centro de Madrid

En Berlín, el Leila Project ha calado entre la población de la capital alemana. Desde junio de 2012, los ciudadanos acuden a este establecimiento, situado en Fehrbelliner Strasse, al noreste de la ciudad, para coger prestado casi cualquier tipo de objeto. Para ello, deben pagar una cuota de afiliación (uno, dos o tres euros al mes), dejar un artículo suyo y devolver el que se llevan en buenas condiciones. Los más demandados son sin duda, los artículos de bricolaje.

En España, las bibliotecas de las cosas no han arraigado todavía, aunque existen otras alternativas al modelo económico predominante, como la tienda Ábrete Sésamo, en la calle del Noviciado, en pleno centro de Madrid, el primer local de trueque de la capital española. En ella, hay artículos de decoración, bisutería, juguetes, música, electrodomésticos, películas, ropa... todo ello procedente de donaciones gratuitas a cambio de las cuales se entregan a los usuarios una serie de puntos -según la calidad y estado de conservación de los productos- que puede canjear por artículos de igual valor llevados por otras personas.

Pero además de compartir e intercambiar objetos, para alargar la vida útil de los artículos también se pueden reparar o revender. La organización Amigos de la Tierra ha puesto en marcha la campaña Alargascencia, que ha editado un directorio de establecimientos que sirven para todo ello. Porque el abuso de recursos naturales de nuestra cultura de usar y tirar es insostenible. Y cuanto antes nos demos cuenta, más males evitaremos.