La supervivencia del achoque (Ambystoma dumerilii), un extraño anfibio endémico de un lago del oeste mexicano, debe agradecerse a un grupo de monjas. Pero además de la importancia de conservar la biodiversidad, el esfuerzo de las religiosas ha tenido el valor añadido de que han salvado a un ser que podría aportar incalculables conocimientos a la medicina, por su increíble capacidad para regenerar sus tejidos e incluso órganos cuando sufre amputaciones o heridas.

Los científicos llevan siglo y medio centrando su atención en este fósil viviente (se cree que lleva 370 millones de años en la Tierra), un primo del también mexicano ajolote (Ambystoma mexicanum) que ya sólo sobrevive en el lago de Xochimilco (a las afueras de la capital federal) porque ambas especies, que tienen la particularidad de pasar toda la vida en estado larvario, son los animales con mayor poder de regeneración de sus tejidos que se conocen: cuando pierden una extremidad, les vuelve a crecer sin problemas en unas semanas, con todos sus huesos, músculos y nervios. Son los únicos vertebrados capaces de ello.

Por si eso fuera poco, estos parientes de las salamandras de entre 30 y 40 centímetros de longitud pueden reconstruir sus órganos internos (células cardíacas y neuronas) e incluso su médula espinal lesionada, que vuelve a funcionar perfectamente, o su tejido retinal. Y sus heridas sanan sin dejar cicatrices. Por ello, la medicina espera que el ajolote y su primo el achoque nos ayuden a descubrir cómo podrían beneficiarse de estos deseables efectos los seres humanos.

Su médula espinal, células cardíacas y neuronas dañadas se recuperan al poco

Por de pronto, recientemente se ha desvelado que su genoma es el mayor secuenciado hasta la fecha. Gracias a un complejo software diseñado al efecto se ha podido constatar que el ajolote tiene tiene 32.000 millones de pares de bases de ADN, 10 veces más de los que acumula el código genético humano. Investigadores del Instituto de Investigación de Patología Molecular de Viena (Austria) dirigidos por Elly Tanaka ya han logrado identificar las células encargadas de iniciar el proceso de regeneración y describir las vías moleculares que lo controlan.

Pero apenas quedan achoques, si es que quedan aún, en el lago Pátzcuaro, el único lugar del planeta donde se les encuentra, situado en el estado de Michoacán, a mitad de camino entre Ciudad de México y Guadalajara, las dos mayores urbes del país. El lago, de unos 260 kilómetros cuadrados, sufre desde hace décadas un descenso del nivel del agua, aquejada además de elevadas tasas de contaminación y eutrofización como consecuencia del cambio climático y la excesiva población humana de las localidades ribereñas. La sobrepesca está haciendo el resto.

Jarabe para la tos

De hecho, en 2011 se lo consideraba prácticamente extinto en el lago donde ha vivido durante millones de años pese a haber sido cazado durante siglos para ser consumido como alimento o como remedio tradicional por los nativos purépechas, que lo veneraban. Pero desde hace un siglo largo las monjas del convento de María Inmaculada de la Salud de Pátzcuaro los criaban en las instalaciones del complejo monástico. Y se puede decir que salvaron la especie.

Las monjas los habían criado desde siempre para producir un jarabe contra la tos. Pero cuando el número de achoques empezó a descender en picado en el lago, se ofrecieron para seguirlo haciendo con finalidades de preservación y repoblación. Un fraile biólogo, Gerardo Guerra, les propuso establecer un criadero y les proporcionó la información básica. En el año 2000 se registraron como Unidad de Manejo Ambiental ante las autoridades medioambientales federales, con el nombre Jimbani Erandi, que significa, en lengua purépecha, nuevo amanecer

El genoma de los ajolotes es el mayor descifrado: 10 veces más que el humano

Frente a la que ha sido tónica dominante en la iglesia católica, estas monjas no niegan la evolución, trabajan con métodos científicos y hasta han presentado sus descubrimientos en congresos. “Una comunidad religiosa como la nuestra no significa impedimento en el desarrollo científico”, y por el contrario “se siente amiga de la ciencia y por ende de la naturaleza: puesto que la orientación humanista de la ciencia construye, no destruye; embellece, no deforma; da vida, no muerte; trabaja en favor del hombre y de su hábitat: la Tierra y sus habitantes, no en contra suya”, afirmó una de ellas, sor Ofelia, en un libro. 

La especie está clasificada como en peligro crítico de desaparición, el penúltimo grado antes de la extinción en libertad con los baremos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Según Luis Zambrano, biólogo de la UNAM, “si no hacemos nada, dentro de 20 o 25 años los ajolotes habrán desaparecido en libertad”.

Como todos los anfibios, que están en regresión en todo el planeta, sufren extremadamente con la menor degradación de las condiciones del entorno. Otro caso emblemático es el de la espectacular salamandra gigante china (Andrias davidianus), el mayor anfibio del planeta, que puede alcanzar cerca de los dos metros longitud, y está igualmente en peligro extremo de desaparecer para siempre debido a su caza abusiva para el consumo de su carne: pocos seres vivos escapan a los variados y eclécticos gustos de la gastronomía china

La salamandra gigante puede vivir hasta 80 años / Foto: WMC