Las plantas marinas son una buena arma para combatir los efectos del cambio climático sobre las costas, según un reciente estudio impulsado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que ha sido publicado en la revista Nature Climate Change.

El trabajo, en el que también ha participado el Instituto de Hidráulica Ambiental de la Universidad de Cantabria, demuestra que estos hábitats, compuestos por macroalgas, praderas submarinas, manglares y marismas, son capaces de regular los flujos de nutrientes y el clima y actuar como sumideros de dióxido de carbono (CO2) –en mayo de este mismo año, la concentración de CO2 en la atmósfera alcanzó el récord de 400 partes por millón–.

“La ingeniería costera ecológica basada en la utilización de ecosistemas formados por plantas marinas supone un nuevo paradigma, ya que pone al alcance de todos un nuevo material cuya producción, al contrario que la del cemento por ejemplo, no lleva a un incremento de las emisiones de dióxido de carbono. Al contrario, contribuye a su eliminación”, expone en una nota de prensa el investigador del CSIC Carlos Duarte.

En medio siglo ha desaparecido ya entre el 25 y el 50% de la vegetación submarina 

A pesar de sus beneficiosos efectos, la actividad humana ha destruido entre un 25% y un 50% las extensiones de vegetación submarina en los últimos 50 años. En el Mediterráneo, por ejemplo, ya ha desaparecido más de una cuarta parte de la superficie total de las praderas de posidonia oceánica y los expertos calculan que el 90% de este gran patrimonio ecosistémico podría extinguirse en menos de 40 años.

Las plantas marinas también pueden disipar la energía del oleaje y elevar el nivel del fondo marino, con lo que protegen la zona donde se pueden sufrir los efectos del aumento del nivel del mar a causa del deshielo provocado por el calentamiento global. Éste ha crecido unos 20 centímetros en el último siglo, y ha experimentado una evidente aceleración en los últimos tiempos, ya que se incrementa a un ritmo de un tercio de centímetro al año, el doble que hace unas décadas.

La Administración Oceánica y Atmosférica Nacional de Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés) establece un abanico de posibles futuros escenarios. Las previsiones más conservadoras auguran un aumento global del nivel del mar de entre 0,18 a 0,48 metros para el año 2100, mientras que los menos optimistas elevan la cifra hasta más de un metro, e incluso dos.

Riesgo de inundaciones 

Como consecuencia, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) calcula que, para 2070, el riesgo de inundaciones costeras pondrá en peligro a 150 millones de personas en las grandes ciudades portuarias del mundo, y causará daños por un valor de unos 26 billones de euros.

Para frenar estos negros pronósticos surge la necesidad de mejorar las estructuras costeras de defensa en todo el mundo durante las próximas décadas con el objetivo de amortiguar los riesgos de inundaciones y erosión, lo que requerirá una “enorme inversión de capital para facilitar la adaptación a un nivel de cambio climático todavía incierto”, afirma Iñigo Losada, investigador del Instituto de Hidráulica Ambiental de la Universidad de Cantabria.

La conservación, restauración e introducción de ecosistemas costeros formados por plantas marinas son una alternativa efectiva y barata a un colosal gasto en infraestructuras artificiales, tanto para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero como para promover la adaptación al cambio climático, tal y como señala Duarte.

La acción de estos vegetales puede disipar el oleaje y elevar el fondo marino

“Esta estrategia podría convertirse en una solución eficiente desde el punto de vista social y económico y podría ofrecer grandes oportunidades a los países, especialmente las naciones más desfavorecidas, para alcanzar objetivos de adaptación al cambio climático sostenibles incluso aunque los recursos financieros y la capacidad sean limitados”, apuntan los investigadores.

El último informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) de las Naciones Unidas exige a los gobiernos la adopción de medidas para detener el aumento de las temperaturas: cada uno de los tres últimos decenios ha sido sucesivamente más cálido en la superficie del planeta que cualquier decenio anterior desde 1850, según el documento.

Es el resultado, afirman los científicos, de la influencia humana, que deja su huella en forma de emisiones de gases invernadero, cuyos negativos efectos, a pesar de que se paralizaran sus emisiones actuales, perdurarán durante muchos años.