Kevin Kumala arranca un asa de la bolsa de plástico verde y la sumerge en un vaso –también de plástico– con agua caliente. Seguidamente, remueve el líquido con el fragmento verdoso de bolsa flotando en su interior empleando para ello una pajita –igualmente de plástico–. Después de darle un buen número de vueltas, se bebe de un trago el contenido del vaso. El verdoso trocito de bolsa casi se ha disuelto del todo en el agua, y la misma es inocua para quien la ingiere, afirma.

Con varios videos colgados en la red, que ya se han vuelto virales, el joven biólogo indonesio presenta su plástico confeccionado a base de almidón de yuca, una planta tropical ampliamente consumida como alimento en su país, un inmenso archipiélago formado por 17.500 islas y poblado por 257 millones de personas –es el cuarto en el ranking mundial en este terreno– que según un estudio de la Universidad de Georgia (Estados Unidos) publicado por la revista Science es el segundo del planeta, tras China, que más contribuye a sembrar los mares de plásticos.

Indonesia es, tras China, el país que más plásticos tira al mar todos los años

Tras formarse en los Estados Unidos, Kumala, que solo tiene 32 años, regresó en 2009 a su isla de Bali natal y se la encontró cubierta por millones de bolsas de plástico de todos los colores y tamaños. "Practicar surf o bucear en sus hermosos parajes dejaron se de ser un placer para mí, por todas partes había bolsas", recuerda. Según el estudio citado, 3.200 millones de toneladas acabaron en las aguas dulces o saladas del archipiélago en 2010.

Una campaña bajo el lema Adiós bolsas de plástico, impulsada desde 2014 por dos jóvenes estudiantes balinesas, las hermanas Melati e Isabel Wijsen, de tan solo 16 y 14 años, que pronto arrastró a buena parte de la juventud de este afamado destino turístico, forzó a las autoridades locales a comprometerse a prohibir su distribución y uso en la isla a partir del año que viene. El resto del país debería sumarse a la medida en 2021. 

Alimento para los peces

Pero, para entonces, Kumala ya había desarrollado una posible solución para el tremendo problema de contaminación y de amenaza de la vida marina que generan las bolsas: otro estudio de Ocean Conservancy estima que un 28% de los peces en aguas indonesias han comido plásticos. Desde el primer momento, el emprendedor constató que iba a ser muy difícil cambiar los hábitos de consumo de sus conciudadanos. Así que, si los indonesios no iban a dejar de usar grandes cantidades de bolsas, habría que cambiar los materiales de las mismas.

El científico sometió el almidón de yuca, conocida en otras latitudes como mandioca (Manihot esculenta), una planta arbustiva originaria de América del Sur que se cultiva en grandes extensiones de los países tropicales por el elevado valor nutritivo de sus tubérculos, al mismo proceso al que se someten los polímeros derivados del petróleo, empleando una máquina de moldeado por soplado, una de corte y una de sellado.

Se convierten en compost entre 45 y 100 días después de emplearse

Y el resultado fue una lámina de bioplástico resistente pero a la vez totalmente biodegradable, inocua –hasta puede ser consumida como alimento por los peces si cae a un río o el mar– y que se puede disolver en unos segundos en agua caliente. Cada bolsa de este material tiene un coste de unos cuatro céntimos de euro, más del doble del precio al que salen las de plástico. Pero, a diferencia de éstas, su impacto ambiental es nulo. Si no se disuelve antes en agua, la bolsa se convierte en compost en un máximo de tres meses –que pueden reducirse a 45 días en condiciones de calor y humedad óptimas–.

En 2014, Kumala y su socio Daniel Rosenqvist crearon la empresa Avani y abrieron una fábrica en la isla de Java donde además de las ecobolsas de yuca se producen vasos y pajitas para beber hechos a base de almidón de maíz que se biodegradan con rapidez sin contaminar el medio ambiente. También producen un amplio abanico de productos de envasado alimentario y hostelería fabricados con materiales renovables y sostenibles como el bagazo –restos secos de caña de azúcar obtenidos tras el prensado–, el papel o la madera, siempre certificados FSC.

"La consigna de reducir, reutilizar y reciclar es sin duda el gran objetivo a conseguir, pero requiere de una revolución mental, por eso creo que hay que complementarla con la idea de reemplazar", opina Kumala. Desde el mundo ecologista se discrepa de esta afirmación. Aunque se aplaude la iniciativa del emprendedor como un beneficio medioambiental a corto plazo, Greenpeace del Sudeste Asiático hace notar que la suya tampoco es una solución definitiva porque una producción masiva de bioplásticos "precisaría de enormes cantidades de tierra, agua y energía, lo que podría tener un efecto negativo en la producción de alimentos".