El arroz es uno de los alimentos más consumidos en el mundo. En muchos países, especialmente surasiáticos, aunque también suramericanos y africanos, se ha convertido en el ingrediente principal de la dieta, como sucede en India, donde lo come a diario el 65% de su población de más de 1.200 millones de habitantes, porcentaje que incluso superan ampliamente otras naciones como Bangladesh, Vietnam o Camboya.

La producción mundial del segundo cereal más cultivado en el planeta –tras el maíz, aunque, a diferencia de lo que sucede con el arroz, la mayor parte de éste no se destina al consumo humano– podría haber alcanzado el año recién terminado los 748 millones de toneladas, según las previsiones del Fondo de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). La cifra superaría en 8,1 millones, o un 1,1%, a la cosecha global de 2015, gracias a las condiciones meteorológicas más propicias, con lluvias monzónicas abundantes, registradas en los países asiáticos situados al norte del Ecuador, donde se podría recoger un volumen sin precedentes de 676 millones de toneladas.

El elemento se halla en la corteza terrestre y pasa a las aguas con las que se riega

Pero este producto que ha liberado del hambre a buena parte de la población más pobre de la Tierra alberga un serio peligro para la salud: se trata de sus elevadas concentraciones de arsénico, un elemento semimetálico extremadamente tóxico para los seres vivos. Y en este caso, no se trata de un veneno incorporado a nuestros alimentos por el uso de sustancias dañinas en la agricultura (aunque las hay que lo contienen): la mayor parte del arsénico que contamina el arroz en muchos lugares del mundo es de origen cien por cien natural.

El arsénico inorgánico está presente en la composición de la corteza terrestre y se halla en la tierra, en el agua y en el aire. Y por ello es susceptible de introducirse en nuestra cadena alimentaria. Del suelo y las rocas pasa a las aguas. "Su mayor amenaza para la salud pública reside en la utilización de agua contaminada para beber, preparar alimentos y regar cultivos alimentarios", advierte la Organización Mundial de la Salud (OMS), que lo considera una de las 10 sustancias químicas que más pueden amenazar la salud mundial.

Celíacos y bebés

Según la OMS "la exposición prolongada al arsénico a través del consumo de agua y alimentos contaminados puede causar cáncer y lesiones cutáneas. También se ha asociado a problemas de desarrollo, enfermedades cardiovasculares, neurotoxicidad y diabetes". Este elemento está clasificado como carcinógeno de categoría 1 por la Unión Europea (UE), para la que todavía no plantea un gran riesgo para la salud pública. Un estudio de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, en sus siglas en inglés) publicado en 2009 relacionó el consumo de arsénico a partir de ciertas cantidades con un mayor riesgo de padecer cáncer de pulmón, de piel o de vejiga.

“Los síntomas inmediatos de intoxicación aguda por arsénico incluyen vómitos, dolor abdominal y diarrea. Seguidamente, aparecen otros efectos, como entumecimiento u hormigueo en las manos y los pies o calambres musculares y, en casos extremos, la muerte. Los primeros síntomas de la exposición prolongada a altos niveles de arsénico inorgánico (por ejemplo, a través del consumo de agua y alimentos contaminados) se observan generalmente en la piel e incluyen cambios de pigmentación, lesiones cutáneas y durezas y callosidades en las palmas de las manos y las plantas de los pies (hiperqueratosis)”, advierte un informe de la OMS, que indica que los mismos raramente se producen antes de una exposición muy intensa a la sustancia durante cinco años.

El cereal de producción española contiene niveles muy bajos de contaminación

El hecho de que el arroz se cultive sobre terrenos inundados y las características propias de la planta favorecen la absorción del arsénico más que en el caso de muchos otros alimentos. El uso de fertilizantes y pesticidas incrementa el grado de contaminación por arsénico de las mismas y del grano que generan. Celíacos y bebés, cuyo porcentaje de consumo de arroz es superior a los de otros colectivos, son los dos grandes grupos de riesgo –agravado en los pequeños por su menor masa corporal–, mientras el resto de europeos, según la UE, están por ahora libres de amenaza. En junio de 2015, la Comisión Europea aprobó una normativa que limita el porcentaje de arsénico permitido en el arroz y sus productos derivados. Se trata de un primer paso, porque numerosos expertos en salud y nutrición consideran que los límites establecidos son todavía demasiado altos, especialmente para los grupos de riesgo.

Sin embargo, el arroz de producción española contiene unos niveles de arsénico muy por debajo de los que resultan preocupantes en otras partes del planeta, como, muy especialmente, en el caso de India o Bangladesh, pero también Argentina, Chile, México, China o Estados Unidos. El arroz español que se cultiva principalmente en Andalucía, aunque también hay extensas áreas de cultivo en Cataluña, Valencia, Extremadura y ya menores en Aragón, Navarra y Murcia, contiene según un reciente estudio una media de 180 microgramos de arsénico inorgánico por kilogramo frente a los 253 del estadounidense o los 286 del británico. Y el producido en el entorno del Parque Nacional de Doñana es de los más limpios del planeta. El consumo per cápita en España es de unos seis kilos al año, superior a la media europea, que es de 4,77. La paella tira mucho.

Existen maneras de reducir el nivel de arsénico del arroz que llega a nuestras cocinas. Los expertos aconsejan tenerlo en remojo la noche anterior, y lavarlo y enjuagarlo cuanto más mejor. A la hora de cocerlo, cinco partes de agua por una de arroz incrementan enormemente la seguridad alimentaria –aunque chefs y gastrónomos pondrán el grito en el cielo–. Un sistema de percolación –cocinarlo haciendo pasar agua caliente a presión a través del alimento, como hacen las cafeteras– puede llegar a eliminar el 85% del contaminante. Pero limpiarlo al 100% es todavía una utopía. Los científicos trabajan en nuevas formas de cultivo o en variedades transgénicas que absorban menos el semimetal como formas de combatir el problema.