"Cuando se incendia el bosque, el eucalipto conduce las llamas por la superficie pero su raíz sobrevive y, aunque su madera es muy inflamable, al poco tiempo rebrota, y de esta manera aprovecha la catástrofe para colonizar nuevos territorios que estaban ocupados antes del fuego. Este árbol evolucionó para quemar a sus vecinos", afirma David Bowman, ingeniero forestal de la Universidad de Tasmania, isla de donde, junto con el vecino sureste de Australia, proviene esta familia de árboles.

Los expertos coinciden en que el enorme y letal incendio registrado hace pocos días en el centro-norte de Portugal, que se cobró la vida de 64 personas, causó heridas a 204 y arrasó 40.000 hectáreas forestales aniquilando en ellas la vida salvaje vegetal y animal, se debió a una fatal y perfecta combinación de factores: un invierno anterior con pocas lluvias, una mezcla de altísimas temperaturas –40º centígrados– con una muy baja humedad –del 25%–, vientos cruzados –de 50 a 60 kilómetros por hora–. Es decir, se superaban con creces las proporciones del peligroso cóctel que los expertos en la lucha contra los fuegos llaman la fórmula 30-30-30: más de 30 grados de temperatura, vientos de más de 30 kilómetros por hora y humedad por debajo del 30%. 

En Australia los llaman 'árboles de la gasolina' porque lanzan proyectiles ardientes

Pero entre las causas de la tragedia también se apuntan los tendidos eléctricos mal diseñados y... el predominio del eucalipto entre los árboles de la zona. La región del municipio de Pedrógão Grande, donde se produjo el siniestro, presuntamente causado por un rayo en una tormenta seca, es "un barril de pólvora" debido a la masiva presencia, en régimen de monocultivo, del eucalipto y los pinos en sus montes, señala Paulo Fernandes, investigador del departamento de Ingeniería Forestal de la Universidad de Trás-os-Montes y Alto Duero.

Los especialistas en incendios forestales señalan que este árbol de rápido crecimiento absorbe mucha más agua que las especies propias de la zona, de hecho toda la que se pone al alcance de sus raíces, con lo que seca las tierras, que además acidifica, y sus pequeñas y duras hojas quemadas vuelan muy fácilmente de un lado a otro propagando más rápidamente las llamas.

En Australia se registran algunos de los mayores incendios forestales del planeta. El peor registrado, en 2009, en el estado de Victoria, al sureste del país, causó 173 muertos y más de 500 heridos. Alrededor de 2.000 casas fueron destruidas y 450.000 hectáreas fueron pasto de las llamas. En 1983 otro siniestro en el sur del país dejó 75 fallecidos. En 1939 el fuego destruyó casi 20.000 kilómetros cuadrados (aproximadamente del tamaño de Israel) matando a 71 personas. 

Se trataba de zonas donde abundan los eucaliptos, perfectamente adaptados para sobrevivir a las llamas. Una de las especies más comunes es el llamado Blue gum, que los bomberos conocen como "árbol de la gasolina", el mismo Eucalyptus globulus que ocupa millón y medio de hectáreas en España y Portugal. "Depende del fuego para abrir sus semillas y matar a otras plantas competidoras. No sólo se queman: explotan, envían teas y proyectiles en todas las direcciones. Vivir al lado de uno de estos árboles es como hacerlo junto a una fábrica de fuegos artificiales atendida por fumadores empedernidos", afirma el periodista australiano Garry Littman. Los aceites que contienen las hojas, de los que se obtienen infusiones y productos medicinales, son también altamente inflamables, advierte. 

Desecar marismas

El Eucalyptus globulus, llamado en nuestros lares eucalipto blanco, común o azul, tiene en la península Ibérica uno de los lugares del mundo donde alcanza mayor presencia después de su Australia de origen (y casi la alcanza: 1,4 millones de hectáreas frente a 1,5 millones en la isla continente y Tasmania), según datos de 2011 recabados por Greenpeace. En total, España concentra el 7% del total mundial de plantaciones de eucaliptos de todas las especies. 

Este tipo de árboles se plantó masivamente, sobretodo en la parte septentrional y occidental peninsular, para repoblar amplias superficies deforestadas desde el siglo XIX, y en el caso de España, con especial incidencia en la segunda mitad del pasado siglo, con los ojos puestos en su ágil desarrollo –puede alcanzar los 20 metros de altura en ocho años, con una altura máxima de unos 70–, que proporciona una mayor rentabilidad a los propietarios forestales, que suministran su madera, de escasa calidad, para producir celulosa destinada a las empresas papeleras.

En otros lugares se plantó desde hace siglos para secar marismas y pantanos, sacando partido de su insaciable avidez hídrica. Sus feudos peninsulares se hallan en Andalucía (sobre todo Huelva), Galicia, Asturias, Cantabria y Vizcaya, así como en buena parte de Portugal. En total, en España ocupa unas 760.000 hectáreas, casi 400.000 de ellas en Galicia.

Su rápido crecimiento hace que absorban toda la humedad disponible en el terreno

Las autoridades portuguesas declararon el año pasado una moratoria en la plantación de más eucaliptos. No se podrá incrementar la superficie de sus plantaciones hasta 2030, pero siguen en pie más de 812.000 hectáreas en territorio luso, que, pese a su menor extensión (menos de la quinta parte de la española), cada año sufre oleas de incendios de efectos muy superiores a los sufridos en nuestro país. Según el Instituto de conservación de la naturaleza y los bosques portugués, el árbol ocupa el 26% de la superficie forestal del país, con un aumento de 93.000 hectáreas desde 1993.

Científicos y ecologistas lo han visto siempre como una peligrosa especie invasora que, además de favorecer los incendios, supone una amenaza para la biodiversidad. Mientras en los bosques de roble, pino y castaño comparten el espacio más de 70 especies forestales, donde hay eucalipto sólo pueden coexistir una docena.

Y las hojas del eucalipto son tóxicas –en Australia sólo son capaces de consumirlas los koalas–, así que donde prospera el arbol invasor no hay insectos, y sin ellos, tampoco aves, mamíferos ni reptiles que se alimenten de ellos, y, por tanto, tampoco los depredadores de éstos últimos. "Llamar 'bosque' a los eucaliptales sería como denominar 'matorral mediterráneo' a los viñedos de La Rioja, o 'flora silvestre' a un campo de patatas”, critica Antón Lois, de la organización ecologista gallega Amigos da Terra.

El Centro de Investigación y Documentación del Eucalipto en Europa, dependiente de la Universidad de Huelva y el primero del continente en su género, rebate algunas de las acusaciones de que se hace objeto al árbol del hemisferio sur, pero admite que "no se puede considerar el eucaliptar como un bosque en el sentido natural del término", pues "es un cultivo de tipo leñoso, con aspecto externo de masa arbolada" y que "el eucaliptar como formación cultivada es a su vez diferente a un eucaliptar natural, esto es, su objetivo último es la producción y, por tanto, los procesos y cuidados que en él se dan se orientan hacia la consecución de dicho objetivo".

"El cultivo de eucalipto sigue siendo un problema para la conservación de la fauna y la flora, para la conservación del recurso suelo, para la gestión de los recursos hídricos, para los espacios protegidos y para la correcta ordenación del territorio", señalaba en 2011 el informe Una visión común sobre el problema de las plantaciones de eucalipto, suscrito por más de una veintena de organizaciones ecologistas de toda España con motivo del Año Internacional de los Bosques.

En opinión de los ecologistas, el árbol australiano ni tan siquiera puede contribuir como sería de esperar a mitigar los efectos del cambio climático: en el mismo documento se reclamaba que "las plantaciones de eucalipto no serán integradas en la contabilidad nacional de emisiones como compensación por el exceso de emisiones de otras fuentes, debido a su carácter inestable e imprevisible a lo largo del tiempo" por la rapidez con que se talan dependiendo de los incrementos de consumo de papel.

Y casi nadie, salvo desde la industria que lo explota, discute que su presencia en zonas como monocultivo favorece la propagación de los incendios. Ya en 2009, Ecologistas en Acción reclamaba "un replanteamiento de la gestión forestal de nuestros montes, modificando paulatinamente las masas repobladas de pinos y eucaliptos hacia las formaciones autóctonas. Se deberían sustituir los monocultivos de eucaliptos y pinos por frondosas autóctonas y renunciar a repoblar con estas especies pirófitas las áreas incendiadas".

Se inicia un verano extremadamente peligroso para los bosques peninsulares. El pasado fin de semana, un voraz fuego causaba graves daños materiales y ecológicos y llegaba a amenazar el Parque Nacional de Doñana, Patrimonio de la Humanidad, en Huelva, una provincia azotada por la sequía y plagada de eucaliptos. De hecho, recuerda SEO/Birdlife, el destino de Doñana en los años 50 del pasado siglo era "plantar 10 millones de eucaliptos y 45 millones de pinos con el fin de desecar las marismas y dar un valor económico a los terrenos improductivos para los parámetros de la época". Los dominios ibéricos del árbol australiano son potenciales polvorines a erradicar antes de que para muchos montes sea demasiado tarde.