El conocimiento de la distribución de las plantas en los ecosistemas áridos podría utilizarse para la prevención de catástrofes, según se desprende de un estudio publicado en la revista Nature Ecology & Evolution, liderado por investigadores de la universidad española Rey Juan Carlos (URJC), que sugiere que la forma en que se organizan las plantas de zonas áridas contiene una huella oculta que da información de gran relevancia sobre la capacidad de los ecosistemas áridos de retener y transformar los nutrientes que determinan la fertilidad de sus suelos.

Según ha informado la institución educativa en un comunicado, este componente es clave para conocer el funcionamiento y la capacidad de estos ecosistemas a la hora de proveer servicios fundamentales como la producción de forraje para el ganado.

"En las zonas áridas la vegetación se halla distribuida de forma heterogénea, dando lugar a manchas de vegetación de distintos tamaños. Cuando analizamos la frecuencia con que se repiten esos tamaños emerge una huella característica del sistema que no es aleatoria, sino que es una seña de identidad que informa acerca de diversos procesos ecológicos de gran relevancia", ha explicado el investigador pre-doctoral y autor principal de este trabajo, Miguel Berdugo.

En este sentido, la doctora Sonia Kéfi, investigadora del Centro Nacional de Investigación Científica en Montpellier (Francia) y coautora del estudio, ha detallado que la pregunta era si esta huella "tiene algún mensaje" respecto al funcionamiento o 'estado de salud' del ecosistema.

En este contexto investigadores de la Universidad Rey Juan Carlos, coordinados por doctor Fernando T. Maestre, profesor de Ecología, junto con investigadores de Francia y Suiza, han dedicado los últimos dos años a desarrollar una investigación sobre los mejores indicadores de la salud de los sistemas áridos y semiáridos de nuestro planeta.

"Hay dos buenos indicadores hoy en día, uno es la cantidad de cobertura vegetal que se desarrolla en el ecosistema, que decrece en ecosistemas menos funcionales, y otra es la organización espacial que tiene esa cobertura", ha señalado el doctor Santiago Soliveres, coautor del estudio e investigador post-doctoral de la Universidad de Berna (Suiza), que añade que, "sin embargo, hasta ahora nadie había realizado un estudio exhaustivo acerca de qué tipo de información es capaz de dar cada uno de estos marcadores ni de si esta información es la misma o se complementa".

La Universidad ha indica que combinando recursos fácilmente accesibles, como el conocido Google Maps, junto con un "exhaustivo" muestreo de campo, los investigadores clasificaron mapas de 115 ecosistemas áridos repartidos por todo el globo e investigaron su cobertura vegetal y cómo ésta se distribuye en el espacio.

Seguidamente, realizaron numerosos análisis de laboratorio con las muestras de suelo recolectadas para obtener información sobre la fertilidad del suelo, estudiando a continuación las relaciones entre la misma y la cobertura y organización espacial de la vegetación.

Dos tipos de funcionalidad

"Parecía que la cobertura vegetal explicaba mucho mejor la variación en los indicadores de funcionamiento del ecosistema que su distribución en el espacio. Sin embargo, examinando cómo influía la aridez en la funcionalidad del sistema descubrimos que, en realidad, no había una tendencia clara en el funcionamiento, sino dos tipos diferenciados de funcionalidad que coexistían a lo largo del gradiente de aridez, uno más bajo y otro más alto y que se relevan el uno al otro cuando aumenta la aridez", ha afirmado la doctora Kéfi.

Por su parte, el doctor Maestre ha manifestado que "esto tiene gran relevancia porque sugiere que el cambio climático podría disminuir la funcionalidad del ecosistema de forma irreversible y abrupta". "Cuando nos pusimos a analizar este descubrimiento nos dimos cuenta de que sólo la huella de la organización espacial de la vegetación marcaba en qué tipo funcional se hallaba cada ecosistema", incide el investigador de la URJC.

De este modo, los investigadores concluyen que, aunque la cobertura vegetal es un buen indicador de la funcionalidad del ecosistema, es la huella espacial de su organización la que informa acerca de qué estado de funcionamiento sigue el ecosistema.

La relevancia de este descubrimiento podría llevar a implementar de forma definitiva el uso de la distribución en el espacio de la vegetación como un indicador de cambio de estado de los ecosistemas en estudios para monitorizar los efectos del cambio climático y la desertificación de las zonas áridas, según ha defendido la universidad.

"Si se confirma que la desertificación produce un cambio de patrones espaciales como los que hemos visto nosotros, podríamos en un futuro examinar la huella espacial de la vegetación como un indicador de que algo grave está a punto de pasarle al ecosistema. Es como si ese patrón coreográfico de las plantas, en efecto, llevase un mensaje oculto. Uno que podría llegar a prevenirnos acerca de que una catástrofe está a punto de suceder en nuestro ecosistema", ha destacado Miguel Berdugo.

Según ha concretado la universidad, el trabajo de investigación forma parte de la investigación realizada por el profesor Maestre y colaboradores en el marco del proyecto BIOCOM, financiado por el Consejo Europeo de Investigación (European Research Council, ERC).