Es bien sabido que el mayor enemigo del medio ambiente es el dinero. Cualquier actividad que reporte beneficios, e incluso muchas que no lo hacen, suele ser considerada más importante que la conservación del entorno natural. Ahora, por lo menos, una forma de dinero será algo menos dañina para el planeta. Llegan las tarjetas de crédito o débito biodegradables.

El sistema de pago mediante tarjetas de crédito o débito nació en la década de los 50 del pasado siglo en Nueva York, de la mano de la compañía Diners Club. Hoy es raro que en la cartera de cualquier persona no haya varias de ellas. Se calcula que actualmente circulan por el mundo más de 15.000 millones de unidades (14.440 en 2012 según The Nilson Report, principal fuente informativa al respecto, de ellas 3.534 millones de Union Pay, casi 2.500 millones emitidas por Visa y 1.157 millones de Master Card).

Circulan unos 15.000 millones de unidades en el mundo, la gran mayoría de PVC

Con ellas se hicieron 227.000 millones de transacciones en todo el globo durante el año pasado, un 16,1% más que en el anterior. Y se augura que las tarjetas operativas alcanzarán la cifra de 20.500 millones el año que viene. En España, se estima que el año pasado había unos 93 millones de tarjetas de crédito y débito en funcionamiento (una media de un par de ellas por habitante).

Cada año se ponen en circulación unos 10.000 millones de nuevas tarjetas bancarias en todo el planeta, que sustituyen a otras cuya data de caducidad expira, o que han sido extraviadas o robadas. Así que se genera una enorme cantidad de residuos. La gran mayoría de las tarjetas están hechas con PVC (policloruro de vinilo), un plástico de los más contaminantes. Las tarjetas desechadas suponen unos 34 millones de kilos de PVC anuales. Y eso sin contar con la enorme cantidad de carnets y tarjetas de toda clase de empresas, comercios y entidades que actualmente han adquirido también la forma de tarjeta de plástico con un chip o una banda magnética. También las hay confeccionadas con acrilonitrilo butadieno estireno, que se compone en un 50% de estireno y en porcentajes variables de butadieno y acrilonitrilo. Pero no son muchas. 

Dado que el material incorpora cloro, en los procesos de fabricación y destrucción del PVC se pueden generar sustancias tan nocivas como las dioxinas, que, según la Organización Mundial de la Salud, "tienen elevada toxicidad y pueden provocar problemas de reproducción y desarrollo, afectar el sistema inmunitario, interferir con hormonas y, de ese modo, causar cáncer". Por esta razón, el PVC dejó de ser utilizado para la fabricación de botellas de agua mineral y otros envases alimentarios. En caso de quemarse, este plástico genera además gases ácidos y corrosivos.

Chips y hologramas

En teoría, el PVC puede ser reciclado para obtener nueva materia prima, pero el de las tarjetas incorpora elementos que dificultan enormemente su reaprovechamiento, resinas como el acetato y tintes, además de los chips y los hologramas. La empresa estadounidense Earthworks System trató de recuperarlas para producir nuevas unidades de PVC cien por cien reciclado, pero tuvo que desistir ante los grandes problemas que causaban todas estas adiciones.

Mientras se sigan empleando, las tarjetas podrían hacerse con plásticos menos conflictivos, pero ello resultaría más caro. Ahora, la compañía Gemalto, con sede en Amsterdam (Países Bajos), especializada en la fabricación de tarjetas inteligentes y seguridad digital, terreno en el que es probablemente la más importante del mundo, propone el uso de tarjetas fabricadas con productos de origen biológico que resultan biodegradables y cien por cien compostables, por lo que pueden depositarse en el contenedor de la materia orgánica para la producción de abonos una vez acabara su vida útil.

Las fabricadas con PLA se degradan a 58 grados de temperatura y un 90% de humedad

“Las primeras tarjetas bancarias de menor impacto ambiental eran de plás­ticos reciclados, pero sólo podían reutilizarse un cierto número de veces y contaminaban igualmente al ser desechadas”, señala Dimas Gómez, director de Mercadotecnia del área de Finanzas de Gemalto. Así que había que buscar una solución mejor.

En 2012, el banco austríaco Raiffeisen, el más importante por volumen de negocio del país alpino, fue el primero en adoptar las nuevas tarjetas, que previamente fueron homologadas y aceptadas por Visa Europa. Las primeras unidades fueron tarjetas de prepago de edición especial que se entregaban en un EcoPack con embalaje realizado con material reciclado. 

Las tarjetas de "fuente biológica" están elaboradas con ácido poliláctico (PLA), un material obtenido a partir del ácido láctico del maíz. Después de tres años de investigación y desarrollo, se logró un material con las mismas características de resistencia que el PVC, y que podía cubrir todos los requerimientos de una tarjeta bancaria en materia de seguridad (como soportar hologramas, chips y bandas magnéticas).

Las tarjetas de PLA, que fabrica una empresa en Singapur, tienen un periodo de vida de tres a cuatro años, suficiente para cubrir el periodo de caducidad de la unidad, y se biodegradan en condiciones de elevada temperatura (a partir de 58 grados centígrados) y humedad (mínima del 90%), así que no hay peligro de que se deshagan en la cartera, asegura Gómez.

El modelo ha sido adoptado ya por otras entidades en países como Dinamarca, Francia, Finlandia, Alemania e Italia. Fuera de Europa, México ha sido el primer país americano donde una entidad financiera, el CI Banco, ofrece a sus clientes la posibilidad de utilizarlas desde el año pasado. Y también se emplean ya en Líbano. Ahora sólo falta que se empleen para adquirir cosas igualmente compatibles con el medio ambiente.