Una hortaliza que recuerda a un enorme calabacín como alternativa cien por cien sostenible a los plásticos y las fibras sintéticas. Se trata de la luffa, una cucurbitácea trepadora –emparentada también con las calabazas o los melones– originaria del sur de Asia, pero que ya se ha extendido a las latitudes tropicales del resto de continentes, donde crece de forma salvaje en parajes como la Amazonia.

Un proyecto pionero en Europa, que aúna desarrollo rural y protección del medio ambiente, ha empezado a fabricar en Galicia esponjas de baño a partir de este material –conocido como estropajo de esponja en Colombia, paste en Costa Rica o buchados paulistas en Brasil– y trabaja para utilizarlo en el futuro en productos como discos desmaquilladores y limpia-biberones; filtros de piscina e incluso salpicaderos de automóvil.

La iniciativa es obra de la pareja formada por un técnico superior de Montes, Juan Carlos Mascato, de 37 años, y la arquitecta Noelia Torrente, de 30, que tras años de investigación genética empezaron a plantar una nueva variedad de luffa en varias fincas en desuso de los municipios pontevedreses de Caldas de Reis y Paradela de Bemil. La primera cosecha fue de 40.000 unidades del fruto. Este  año, sobre una superficie de unas 15 hectáreas, crecerán unas 10.000 plantas.

La luffa, originaria del sur de Asia, está emparentada con melones y calabazas

“La luffa es muy buena para la exfoliación de la piel y para activar la circulación sanguínea. Es un producto idóneo para la higiene y la estética que se obtiene de forma cien por cien natural”, destaca Torrente en conversación con EcoAvant.com.

Y su uso puede sustituir el de esponjas de materiales derivados del petróleo, obtenidas mediante contaminantes procesos industriales y que se convierten en residuos no biodegradables ni reciclables; a las de celulosa, que precisan de la tala de árboles, o a las esponjas animales, cuya costosa sobrepesca supone una presión añadida sobre el maltrecho medio marino.

Tras una cuidada selección de semillas compradas en todo el mundo, cuatro años de intensos trabajos genéticos han dado lugar a una variedad nueva obtenida por medio de la polinización cruzada realizada por las abejas (que encuentran un refugio en estos campos gracias a la no utilización de productos químicos) y que incorpora cualidades de una cucurbitácea local que le han permitido adaptarse al clima gallego. La primera plantación se tuvo que realizar mediante brotes obtenidos en semilleros, pero este año ya se ha podido efectuar una siembra directa. 

El objetivo era lograr una fibra de una textura especial, menos rígida y quebradiza que las de las variedades tradicionales. "Somos anti-plásticos, y queríamos lograr un material parecido al plástico a nivel molecular para poder reemplazarlo", explica Mascato, que ha sido el encargado de la investigación.  

Finalmente, en lo que llama un "hito científico", han podido conseguir tres tipos de fibras de distintas densidades: una de una dureza que permitirá usos industriales, otra intermedia, con la que se elaboran las esponjas, y otra más blanda muy adecuada para el uso en las pieles de los bebés.

Cultivo totalmente ecológico

“La luffa es como el cerdo: ¡se aprovecha todo!”, asegura Torrente. Los tallos y las hojas tienen propiedades medicinales para tratar algunas enfermedades de la piel. En algunos países, las hojas secas molidas se usan para el alivio de hemorroides, eliminar parásitos y aliviar la conjuntivitis. Y la savia es la base de una eficaz crema hidratante.

La arquitecta tiene la oportunidad de aplicar aquí las ideas sobre dinamización rural que plasmó en su proyecto de fin de carrera. La iniciativa se ha adaptado a la realidad agrícola gallega, donde impera el minifundio. Eso permite que el cultivo sea totalmente ecológico. Al trabajar parcelas pequeñas, no son precisos ni los pesticidas ni los fertilizantes artificiales. Las plagas se combaten con medios biológicos. “El año pasado tuvimos algo de pulgón, y lo eliminamos utilizando hormigas, que se lo comieron”, explica.

Además, el hecho de que las fincas estén muy cercanas al lugar donde se manipulará el producto, y de que en las mismas no haya elemento alguno de material no reciclable (los postes que soportan los cables donde se encaraman las trepadoras son de madera), contribuye a la sostenibilidad del proyecto.

Se trabaja en el posible uso del material para reemplazar plásticos en los coches 

El proceso de cultivo de las esponjas requiere de entre seis meses y un año. Cada planta, de hasta 22 metros, genera entre 15 y 40 frutos colgantes de unos 50 a 90 centímetros de longitud (aunque algunos alcanzan 1,70 metros), mucho mayores que los habituales en esta especie, que se recogen manualmente cuando su color verde empieza a tornarse amarillento.

El fruto se cosecha entre agosto y setiembre, y posteriormente pasa por varios baños a una temperatura de 40 grados que permiten pelarlo con facilidad, hidratar las fibras que contiene y aportar minerales al producto, dado que alguno de ellos se lleva a cabo con agua termal de los manantiales que han dado nombre a Caldas de Reis. Después, es sometido a un proceso de hidratación y deshidratación sucesivas que permite modelar el tipo de fibra que se quiere obtener.

De momento han empezado por producir esponjas. Se han vendido unos dos millares de unidades en toda España y también en Italia, Alemania e incluso Australia, comercializadas a través de la empresa Ibérica de Esponjas Vegetales.

Pero, en colaboración con carpinteros locales, se está ultimando ya la fabricación de limpia-biberones, y junto con costureras de la comarca se elaborarán pronto los discos faciales. Mientras, Mascato negocia con empresas automovilísticas de Alemania, el país donde se formó, posibles aplicaciones de la fibra vegetal para reemplazar a los plásticos en el interior de los vehículos. La luffa va camino de convertirse en uno de los materiales del futuro.