Virus y otros patógenos, parásitos, ácaros, pesticidas, antibióticos, cultivos transgénicos, las formas de la apicultura industrial, pérdida de la biodiversidad, malnutrición, estrés e incluso el cambio climático o las radiaciones de los teléfonos móviles. Se han barajado todo tipo de causas para explicar el famoso síndrome del colapso de las colonias (más conocido por sus siglas inglesas: CCD) que desde hace más de una década viene mermando de forma significativa la población de los panales alrededor del mundo.

El misterio –y la palabra no es exagerada– es digno de película: de la noche a la mañana la gran mayoría de obreras de una colmena han desaparecido dejando abandonadas a sus crías y a la reina, a pesar de tener suficientes reservas de miel y jalea, reservas que, además, no han sido saqueadas por otras abejas.Se trata de un fenómeno mundial y que a mediados de la primera década del siglo XXI se extendió con especial virulencia: entre 2004 y 2005 se perdieron alrededor de medio millón de colmenas solo en España, el principal país apicultor europeo, un 20% de la cabaña total.

Si a esto añadimos que las abejas no sólo son importantes por la producción de la miel sino, y sobre todo, por su tarea polinizadora imprescindible para un 80% de las especies cultivadas –cuyo valor se cifra según diversos estudios en 215.000 millones de euros para la agricultura mundial y resulta incalculable para la biodiversidad–, ya tenemos argumento para que la película sea, además, de terror.

De hecho, la película existe: se estrenó en 2008 bajo el título The happening  (fue estrenada en castellano como El incidente) y junto a ella miles de artículos de prensa de carácter catastrofista, siempre acompañados de la supuesta cita de Albert Einstein con la que habría predicho que "si la abeja desapareciera de la superficie del globo, al hombre sólo le quedarían cuatro años de vida". Aunque algunas fuentes, como el divulgador científico Gonzalo Ruíz, aseguran que Einstein nunca dijo nada semejante –la frase sería en realidad un exitoso lema de los apicultores belgas durante una protesta en 1994– y es cierto que existen otros agentes polinizadores, el CCD y las amenazas a las abejas siguen resultando un peligro, además de un misterio.

Liderazgo norteamericano

Pero, ¿cuál es el origen de este extraño síndrome y, sobre todo, cómo podemos evitarlo? Aunque periódicamente aparecen en los medios estudios que aseguran haber encontrado las causas del CCD, lo cierto es que éstas aún no están nada claras y la mayoría de biólogos apuntan a que se trataría de una combinación de varias de ellas. Donde se ha revelado el mayor esfuerzo investigador en esta materia ha sido en los Estados Unidos, donde se ha multiplicado por 10 el presupuesto en los últimos años, en un esfuerzo coordinado de ocho agencias federales, dos departamentos estatales de Agricultura, 22 universidades, distintos grupos investigadores privados e incluso el ejército.

En este sentido, Europa va mucho a la zaga, y hasta el 2010 el Parlamento Europeo no empezó a interesarse por el tema y no se creó en Francia el primer centro de análisis de referencia. Aún así, uno de los estudios internacionales más destacados es de los españoles Antonio Gómez Pajuelo y Federico José Orantes, quienes en 2007 descartaban al parásito Nosema ceranae como causante del CCD y apuntaban de forma prudente a causas climáticas –más calor y sequedad en los años de mayores estragos– como posible explicación, sin descartar su combinación con otras.

Averiguar el origen de la enfermedad tiene, obviamente, motivaciones prácticas, ya que resulta imprescindible para encontrar una solución. Pero también las tiene éticas: ¿Somos los humanos los responsables de la amenaza de desaparición de las abejas? Y este es, precisamente, el nudo gordiano del problema, el punto en el que una cuestión científica adquiere fuertes connotaciones políticas. La mayoría de investigaciones apuntan a diferentes virus o parásitos como los culpables del CCD, tales como la citada Nosema ceranae u otros como la Nosema apis, los ácaros Varroa o el virus de parálisis aguda de Israel.

Ingeniería genética

Sin negar este extremo, otros expertos, como el apicultor y bloguero David Quesada, aseguran que las abejas han convivido a lo largo de milenios con estos huéspedes pero "ahora no podemos confiar simplemente en la resistencia de nuestras abejas porque su sistema inmune está siendo debilitado".

Una situación que se convierte en campo abonado para el miedo y las sospechas. Sospechas como la que las investigaciones sobre el CCD en Estados Unidos podrían verse alteradas tras la compra, el pasado marzo, de la principal empresa de investigación en la materia, Beelogics, por la poderosa multinacional Monsanto, primer productor mundial de pesticidas y organismos modificados genéticamente.

Y miedo como el que ha llevado a Polonia a prohibir recientemente el maíz transgénico –producido precisamente por Monsanto- entre otras cosas por la presión de sus apicultores, que acusan este producto de la muerte de millones de abejas en el país de la Europa oriental.