La utopía ideada por Tomás Moro en el siglo XVI proponía un lugar sin propiedad privada y de moral hedonista, entre otros preceptos. A mediados del XX, la francesa Mirra Alfassa, conocida como La Madre, planteó algo parecido en el sudeste de la India. Se propuso crear una ciudad que respondiera a lo que ella misma consideraba "un sueño". Y lo consiguió: en 1968 fundó Auroville bajo el amparo de la Unesco. Una población libre de dinero, gobierno, religión o sistema de castas que aún sigue funcionando décadas después de la muerte de su creadora, acaecida en 1973.

"Debería haber en la Tierra un lugar que ninguna nación pudiese reclamar como suyo; donde todo ser humano de buena voluntad que tuviera una aspiración sincera pudiera vivir libre como ciudadano del mundo obedeciendo a una sola autoridad, la de la suprema verdad. Un lugar de paz, de concordia y de armonía donde todo instinto de lucha en el hombre fuera usado exclusivamente para vencer la causa de sus sufrimientos y sus miserias, para superar sus debilidades y su ignorancia, y para triunfar sobre sus limitaciones y sus incapacidades; un lugar donde las necesidades del espíritu y el interés de progreso prevalecieran sobre la satisfacción de los deseos y las pasiones o la búsqueda de placeres y el goce material", dejó escrito La Madre.

La economía de la urbe se basa en la práctica del trueque y la agricultura ecológica

Ha pasado casi medio siglo y esta insólita experiencia a orillas del Índico –en el estado de Tamil Nadu, en el extremo sur de la India, a 150 kilómetros de Chennai, la capital de un territorio de 63 millones de habitantes que antiguamente era conocida como Madrás–sigue en pie. Se la conoce como La ciudad del amanecer o La mayor utopía espiritual del mundo y sus habitantes todavía reniegan de la máxima de acumular dinero o sucumbir a la corrupción que campea a sus anchas en el enorme país asiático.

El nombre de la ciudad se puso en honor a Sri Aurobindo, maestro de yoga, poeta y pareja de Alfassa. La Corte Suprema india la reconoció como ciudad autónoma en 1982 y cada año el Gobierno destina 200.000 dólares (176.000 euros) para mantener sus infraestructuras. La vida en Auroville se basa en el trueque y en la agricultura ecológica para "ser un modelo de ecociudad en un futuro sostenible". En ella no funcionan los títulos académicos, las nóminas ni el dinero en metálico más que para el pago de los servicios que se proporcionan al turista. Su única dedicación es a la naturaleza y a la búsqueda de un cambio interior del ser humano que permita "investigar de manera constructiva las soluciones a las dificultades de la humanidad".

"Cuando se fundó Auroville en 1968, la regeneración medioambiental fue la tarea más importante que emprendieron sus pioneros, pues la tierra escogida para construir la ciudad estaba severamente erosionada por la tala indiscriminada de los últimos 200 años", informan en la web española, a la que nos remitieron sus responsables cuando EcoAvant.com trató de contactar con ellos. "Se construyeron diques en los barrancos y cercados de tierra en los campos para evitar la erosión y regenerar la capa freática aprovechando el monzón. En esta fase se realizó un inmenso trabajo de reforestación con especies resistentes que podían captar la humedad nocturna, y de protección y cuidado de los árboles jóvenes con riego manual", se informa.

Dos millones de árboles

"Simultáneamente se llevó a cabo un programa de regeneración del suelo con abonos naturales. Hoy, con la plantación de cerca de dos millones de árboles, Auroville ha transformado la meseta semidesértica primigenia en un frondoso bosque tropical y su ejemplo se extiende a unas 100 aldeas de su área de influencia, unos 700 kilómetros cuadrados", presumen los gestores de la ciudad india.

El medio ambiente es la principal preocupación en Auroville. El trabajo y la subsistencia de sus cerca de 2.500 residentes depende de la agricultura. ¿Y cómo se practica? Con varias líneas de actuación que tratan de paliar la deforestación y conservar la biodiversidad autóctona. Dos centros –llamados Shakti y Pitchandikulam– protegen más de 100 hectáreas de selva tropical; se lleva a cabo tratamiento, almacenamiento y reciclaje de agua por medio de estanques y fuentes; se distribuyen semillas de más de 400 especies de plantas autóctonas para plantar en los 400 jardines de la urbe y se imparten talleres para el conocimiento y el cuidado de la naturaleza.

Sus impulsores han convertido una meseta semidesértica en una densa selva tropical 

También se han creado plantas de generación de biogás para uso doméstico y la electricidad se consigue mediante placas solares o instalaciones eólicas. El cinturón verde que la rodea la ciudad, además de marcar sus límites, contrarresta las escasas emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera.

El trabajo se reparte cada mañana, de forma voluntaria: cocina, huerta, construcción... "A las seis de la mañana suena un gong y nos dividimos las tareas", señala Pau, un visitante. "Tienes que dejar el mundo exterior y descubrir un espíritu nuevo. Entrar de verdad en ti mismo, profundamente, y trabajar en ti. Para mí, este lugar es un laboratorio en el que te metes de blanco y al poco tiempo quizás te descubres de color amarillo o naranja. De hecho, no sé exactamente lo que es Auroville. Intento entenderlo con mi corazón. Explicarlo es muy difícil. La gente viene y pregunta '¿Esto es una ciudad?', '¿Dónde está el centro comercial?' Y yo les digo: 'Mira, mejor vete a Bangalore o Madrás. Esto es otra cosa'", expone una de las vecinas en el documental City of Dawn.

Pocos son capaces de entender qué es o qué significa Auroville. Pueden dar las coordenadas de su localización, las ideas de su formación o exponer el detalle de sus actividades cotidianas, pero lo que más repiten desde el centro de prensa del proyecto es que "Auroville está comprometida con la búsqueda y puesta en práctica de las necesidades medioambientales, sociales, culturales y espirituales de la humanidad del futuro".