Afirma Esther Vivas, autora del ensayo El negocio de la comida (Icaria, 2014), que "el modelo de alimentación actual, a lo largo de toda su cadena del campo al plato, está sometido a una alta concentración empresarial, siendo monopolizado por una serie de corporaciones transnacionales que anteponen sus intereses económicos al bien público y comunitario". Ante esta situación, que la activista lleva denunciando desde hace años, más de un centenar de grupos de consumo –consumidores que compran directamente los alimentos al productor– han florecido en zonas rurales y urbanas de todo el país. Lo han hecho como alternativa a esa industrialización de los alimentos y como forma de impulsar un modelo local y sostenible de producción de los mismos.

Han surgido poco a poco. Generalmente, fruto de iniciativas individuales o a partir de pequeños círculos de gente interesada en el origen de lo que come. Por comprar frutas y verduras de temporada y orgánicas suprimiendo la figura del intermediario y saliéndose de los caminos que marcan los grandes supermercados. Según la Confederación Española de Cooperativas de Consumidores y Usuarios (Hispacoop), organización estatal que aglutina a la mayoría de ellos, la preocupación por el medio ambiente y por la salud son los principales motivos que han llevado a miles de personas a optar por esta forma de llenar la cesta.

Sólo en la capital española existen unos 50 grupos, de entre 10
y 50 socios cada uno

"Este tipo de organización lleva mucho tiempo existiendo, pero ahora parece que se escucha hablar más de ellas. Ha habido una cierta aceptación de este modelo", explica Félix Martín, el secretario general de Hispacoop. El fenómeno, indica, ha tenido una evolución paulatina y se divide en dos grandes ramas: los movimientos "informales", que nutren a un número limitado de productores y clientes, y los reglamentados, con una organización registrada como cooperativa y locales de venta.

Hispacoop agrupa a unas 120 cooperativas, pero hay bastantes más, ya que muchas funcionan de forma autónoma, sin estar registradas. "No tenemos datos precisos porque es difícil de contabilizar", admite Martín. Los cálculos de la web gruposdeconsumo.blogspot.com muestran en un mapa una cifra aproximada. Para hacerse una idea, sólo en Madrid existen unos 50 grupos, formados por entre 10 y 50 socios cada uno.

Las grandes ciudades como Barcelona, Madrid, Sevilla o Bilbao se aprovechan de la cantidad de clientes potenciales y de la capacidad de obtener productos, y de una mayor coordinación con otros grupos, pero cada vez es más común ver esta clase de organizaciones en pequeñas poblaciones y zonas rurales. "Se está avanzando hacia lo ecológico, y se trata de un sector donde la crisis no se ha notado tanto, porque no es sensible a los precios: los clientes están concienciados y su apuesta va más allá de cubrir las necesidades básicas. Se trata de preocuparse por lo que comemos, aunque suponga un precio un poco más alto", señala Martín.

Una comida 'más justa y mejor'

Para hacerse una idea, un lote de unos seis kilos de verduras y frutas de temporada, repartida por semanas o meses, se sitúa en torno a los 14 euros y sólo incluye productos recién cosechados. No hay tomates en diciembre ni melones en febrero, como sí sucede en cualquier supermercado. La forma de cultivo responde a los ciclos de la naturaleza y se evitan los invernaderos o las modificaciones genéticas. "Por eso los costes son mayores", justifica Álex López, uno de los dos responsables de Son Gall. Este mallorquín y su pareja llevan dos años haciéndose cargo de un huerto ecológico en la isla balear "casi de rebote".

Empezaron por curiosidad y como una vía de escape a la crisis económica y la destrucción de puestos de trabajo. "Hay menos variedad que en el supermercado, y eso cuesta aceptarlo. Cada mes se interesa mucha gente, pero es complicado fidelizarlos", reflexiona. "Además, se hace todo a mano y los gastos incluyen el tiempo que se tarda y lo que se desecha de forma natural. La gente paga por mantener el ecosistema", subraya.

Un lote de unos seis kilos de verduras y frutas de temporada cuesta unos 14 euros

La meta final y más amplia es responder a lo que Esther Vivas llama "la triada agroalimentaria": ¿Cómo actuar ante un agronegocio depredador que acaba con la biodiversidad y el campesinado? ¿Qué hacer frente a un sistema agrario adicto al petróleo y a los “alimentos viajeros”? ¿Qué alternativas tenemos cuando la comida nos enferma? La escritora cree que la solución es triple: abogar por la proximidad, por lo ecológico y por lo campesino contra lo industrial. En definitiva, una comida "más justa y mejor" que no genere "gases de efecto invernadero" y beneficie a aquél que la produce y no a las compañías que monopolizan nuestra dieta.

"No es una moda. Es algo que ha ido calando en la gente preocupada por la salud y el medio ambiente", asegura Simón García, uno de los socios de Tómate la Huerta, en Madrid. "Es llamativo que cada vez más gente se organice y consiga gestionar independientemente la producción y el consumo, con más calidad y confianza". "La cosa ha pegado un salto, ahora nos escribe muchísima gente interesada", considera Sebastián Pico, del Grupo Autogestionado de Consumo Montecarmelo. Pico lleva cuatro años en él y cree que el auge se debe a que "hemos llegado a lo opuesto de lo ecológico" y se han podido comprobar los "desastres" provocados por los cultivos masivos. "Creo que va a ir a más, que no se va a estancar, porque lo artificial ha tocado techo", añade.

No hay dudas: alimentarse de forma diferente también consiste en consumir de forma distinta. No hay comunidad autónoma que no disponga ya de esta opción. Una de las organizaciones más veteranas, la cooperativa El Encinar, en Granada, lleva 21 años funcionando. Lo que empezó como un grupo de amigos cuenta estos días con una tienda y 400 familias que lo apoyan. "Antes se lo tenías que explicar a la gente como si fueras un comercial de telefonía, y ahora en cambio la gente se acerca", recuerda Soledad Ortega, una de las responsables. "Para nosotros, lo ecológico siempre ha sido una palabra muy amplia: es respeto, cuidado, justicia... y creo que eso ya ha calado. E irá a más, porque ya no son clientes sueltos, sino familias con sus hijos", remarca. Así que el relevo generacional del consumo responsable parece asegurado.