La reserva natural creada por la mano del hombre más grande de Europa va cogiendo forma. Desde hace nueve años, la isla de Wallasea, situada en la orilla septentrional del estuario del Támesis, está volviendo a ser la que era unos 400 años atrás gracias a la transformación de 670 hectáreas de tierras agrícolas –el doble de la superficie de la ciudad de Londres– en marismas y lagunas.

A mediados de julio se completó la primera fase del proyecto, después de que fueran depositadas en la zona más de tres millones de toneladas de tierra excavada durante la construcción de un túnel ferroviario de 21 kilómetros de longitud que atravesará la apital británica de este a oeste, conocido como CrossRail, que se convertirá en una de las mayores infraestructuras europeas de transporte urbano.

El territorio habría desaparecido del mapa en cinco años por la subida del nivel del mar

Con la reutilización de este recurso, se consiguió prolongar un metro y medio una de las orillas de la isla, crear humedales y protegerlos de la erosión con nuevos diques. “En un momento en que la naturaleza está en crisis, creemos que el proyecto para restaurar la isla de Wallasea establece un nuevo punto de referencia que muestra lo que es posible con una regulación y con acuerdos inteligentes entre el sector privado y las organizaciones sin ánimo de lucro”, afirma Martin Harper, el director de conservación de la Real Sociedad para la Protección de las Aves (RSPB, por sus siglas en inglés).

La institución ornitológica puso en marcha esta iniciativa de regeneración medioambiental con el objetivo de salvaguardar la costa del condado de Essex, cuyos estuarios están protegidos por la legislación nacional y la europea, de la subida del nivel del mar y recuperar la biodiversidad que acogieron antaño, atrayendo de nuevo a aves migratorias, peces y mamíferos marinos.

Hace medio siglo, la zona poseía 30.000 hectáreas de humedales, mientras que hoy apenas quedan 2.500, una pérdida equivalente a la superficie de 39.000 campos de fútbol, detallan los ativistas amantes de las aves. La isla de Wallasea dejó de estar habitada a finales del siglo XIX y en ese momento empezó el deterioro de sus diques y con él las inundaciones –la peor se registró en 1953–, que dejaron gran parte de la misma bajo las aguas.

De no haberse implementado el proyecto de protección, la isla habría desaparecido del mapa en cinco años como consecuencia de la constante subida del nivel del mar, que podría ser de unos tres metros hacia finales del siglo, según un reciente artículo del físico y climatólogo estadounidense James Hansen. En su opinión, ésta sería la elevación que registrarían los océanos solamente con los dos grados centígrados de promedio del calentamiento terrestre que fijan como máximo asumible los expertos consultados por la ONU. Y, dado que parece casi imposible que dicho límite no se supere con el ritmo actual de emisiones, la cosa podría ser incluso peor. La superficie anegada por el Atlántico puede ser mucho mayor.  

Una alternativa más sostenible

El polémico estudio, publicado en la red para la revisión por pares –un método utilizado para que autores de nivel científico semejante al del autor den el visto bueno a sus resultados– suma un par de metros extra a la estimación de aumento del nivel del mar del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) y dibuja un escenario aún más desolador que el de aquéllos, vaticinando la desaparición de las principales urbes costeras mundiales.

Ni siquiera sobre la base de las predicciones más prudentes podrá Gran Bretaña mantener las actuales defensas de su litoral contra la erosión durante el próximo siglo. Y menos todavía si sigue perdiendo sus marismas al alarmante ritmo actual de 100 hectáreas al año. Los humedales son una alternativa más sostenible, eficaz y barata que los diques de hormigón para proteger las costas de la acción del oleaje, ya que contribuyen a amortiguar las corrientes marinas.

Es un ejemplo idóneo sobre cómo se pueden mitigar los efectos del cambio climático

Pero la obra que se lleva a cabo en la isla de Wallasea es todo un ejemplo sobre cómo se pueden mitigar los efectos del calentamiento global: su flora ayudará a disminuir las concentraciones de CO2 en la atmósfera, evitará las inundaciones costeras y mostrará por primera vez a gran escala cómo enfrentarse a la elevación del nivel del mar.

Se prevé que la restauración de los humedales de la zona se complete en 2025. De momento, la RSPB está buscando socios que le aporten siete millones más de toneladas de arena para seguir construyendo la reserva, que contará con unos 13 kilómetros de senderos y pistas para ciclistas gracias a los cuales se podrá contemplar la fauna que poblará la isla.

Porque los ecologistas esperan que el nuevo biotopo proporcione el hábitat perfecto para especies como las espátulas y las cigüeñuelas comunes, y podría ser frecuentada asimismo por avocetas, archibebes comunes, vanelinos, barnaclas carinegras, correlimos comunes, silbones europeos y zarapitos reales, entre otros.

“Este humedal será un legado medioambiental de la construcción del CrossRail para las generaciones futuras, así como una fuente de crecimiento económico y empleo local gracias al aumento del número de visitantes a la zona”, afirma el director ejecutivo del proyecto ferroviario, Andrew Wolstenholme. La recreación de los perdidos paisajes de esta costa inglesa es un recordatorio de que, igual que puede destruir la naturaleza, el ser humano también puede, cuando quiere, conservarla.