Más de 10.000 clases de aditivos tan innecesarios como, en algunos casos, potencialmente nocivos forman parte de las recetas de los productos alimenticios que consumimos a diario en el llamado mundo desarrollado. Y algunos de ellos han sido asociados por diversos estudios con serias alteraciones de la salud. El activo Environmental Working Group (Grupo de Trabajo Medioambiental) estadounidense, una entidad sin ánimo de lucro dedicada a analizar qué hay en lo que comemos, revela sus secretos en su nueva Guía de la 'docena sucia' para los aditivos alimentarios, que como siempre establece una lista en la que 12 productos analizados se llevan la palma en cuanto a posible toxicidad. 

Conservantes, colorantes, edulcorantes, potenciadores de sabor, antioxidantes, estabilizantes... Muchos aparecen en las listas de la composición de los alimentos identificados con extrañas cifras. Son los que llegan hasta nuestra comida de forma totalmente deliberada. El productor los introduce para aportar determinadas propiedades a la misma. Son los llamados aditivos directos. Pero también hay unos aditivos indirectos que se incorporan accidentalmente a los productos durante su procesamiento, almacenamiento o envasado. Los hay que están prohibidos en algunos países mientras que son permitidos en otros. Incluso algunos son considerados nocivos en algunas regiones o estados de un país pero siguen autorizados en el resto.

El hidroxibutilanisol (E-320) está considerado potencial carcinógeno y disruptor endocrino 

La guía, que analiza la situación en Estados Unidos, extrapolable a la de muchos otros países industrializados, permite orientarse un poco en el vasto, complejo y a menudo poco coherente sistema regulador de la calidad alimentaria de lo que ingerimos. En el país norteamericano, muchos de los aditivos están clasificados por la administración federal como GRAS (Generally recognized as safe, generalmente aceptados como seguros), categoría de inscripción voluntaria por parte de las empresas –sin control previo de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA)– que incluye a la pimienta o la albahaca.

Pero no todos parecen ser tan inocuos. El propilparabeno, reconocido disruptor endocrino (altera el sistema hormonal), también está en la lista de los GRAS. Empleado como conservante en tortillas y bollería, ha sido detectado igualmente en lácticos, carnes, verduras y bebidas, a los que puede llegar durante el procesamiento o envasado. Según el EWG, este aditivo actúa como un estrógeno y según diversos estudios citados por el EWG perjudica la fertilidad tanto masculina como femenina y puede acelerar el crecimiento de células tumorales.

La lista de los GRAS incluye asimismo al hidroxibutilanisol (que aparece como E-320 en las etiquetas), usado como conservante de carnes, cereales, chicles, patatas fritas y aceites vegetales para evitar que las grasas se tornen rancias, considerado posiblemente carcinógeno por la Agencia Internacional del Cáncer y el mismo Programa Nacional de Toxicología estadounidense (PNT), y como activo disruptor endocrino por la Unión Europea. Y también su primo el butil hidroxitolueno (cuyo alias es E-321), que no se considera carcinógeno para el ser humano pero sí para algunos animales. O el galato de propilo (E-310), conservante que se incorpora a alimentos con grasas animales y al que el PNT asocia con tumores detectados en estudios con ratas.

Nitritos y nitratos permiten a embutidos como el salami o el jamón dulce mantener su atractivo color rosado semanas después de llegar a los comercios. Alargan la vida de los productos cárnicos y los hacen más atractivos a la vista. Pero al reaccionar con unos componentes de las proteínas llamados aminas en nuestro tracto digestivo pueden formar nitrosaminas, compuestos potencialmente cancerígenos. El bromato de potasio, utilizado para ayudar a subir a la masa de panes o galletas en el horno, está declarado cancerígeno por la Agencia Internacional del Cáncer. Cantidades “pequeñas pero significativas” acaban en el pan. Mientras en la UE y Canadá está prohibido su uso, en las panaderías de Estados Unidos sigue siendo utilizado a diario.

Colorantes con efectos neurológicos

La teobromina, un alcaloide que se encuentra naturalmente en el chocolate, también aparece como GRAS. Lo inscribió la empresa Theocorp Holding Co. para usarlo en la elaboración de productos de bollería y refrescos, pero técnicos de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) estadounidense constataron que el consumo medio era cinco veces mayor que el considerado seguro por la misma compañía. Aun así, se sigue usando legalmente.

Otro ejemplo de la falta de regulación coherente en Estados Unidos son los sabores o aromas naturales. Nadie sabe con precisión qué se esconde detrás de esta denominación tan genérica. Referenciados de forma tan vaga en las etiquetas de más de 80.000 alimentos, esta categoría incluye sustancias que en ocasiones están formadas por hasta un centenar de ingredientes entre los que puede llegar a estar el mismo E-320 anteriormente citado o el propilenglicol, un eficaz disolvente.

Igualmente prescindibles y peligrosos son los colorantes artificiales que convierten en tan llamativos numerosos dulces y golosinas y otros productos de, por otra parte, escaso aporte nutricional. La Agencia Europea de Seguridad Alimentaria ha detectado incluso furano, un potencial cancerígeno, en su composición. El organismo de la UE estima que algunos colorantes sintéticos pueden tener un "efecto pequeño pero estadísticamente significativo sobre la actividad y la atención en los niños". La revista Journal of Pediatrics ha relacionado el llamado colorante amarillo 5 con la hiperactividad infantil. En Estados Unidos, las autoridades ni se lo cuestionan.

En algunos 'aromas artificiales' se han detectado el E-320 e incluso un disolvente

El diacetil forma parte de una categoría de aditivos potencialmente lesivos no tanto por su consumo directo con los alimentos como por la posibilidad de causar enfermedades laborales. Se emplea como potenciador del sabor en las palomitas de microondas y en algunos lácteos, pero según el EWG el contacto frecuente con esta sustancia, al que se ven expuestos los trabajadores que la manipulan, puede provocar dolencias como la bronquiolitis obliterante, grave e irreversible, que genera inflamación y cicatrización permanentes en las vías respiratorias.

Los fosfatos, que retienen la humedad de las carnes y horneados y son habituales en la comida rápida y alimentos altamente procesados, pueden provocar serios problemas cardíacos, incluso mortales, a personas con enfermedades renales crónicas, pero según otros estudios también a personas sanas. Pese a ello, se encuentran en más de 20.000 productos que se pueden adquirir en los supermercados o consumir en establecimientos de restauración. La autoridad europea está analizando su posible impacto, pero la finalización del estudio no está prevista hasta 2018.

Finalmente, fosfato de aluminio y sodio y sulfato de sodio y aluminio son frecuentemente empleados como estabilizadores de alimentos, dado que evitan la proliferación de bacterias. Pero parece que no son nocivos sólo para ellas. El carácter persistente y acumulativo del aluminio en el organismo lo hacen potencialmente neurotóxico. Aunque no se han demostrado efectos directos en la salud humana, animales estudiados expuestos al aluminio en el útero y durante su desarrollo mostraron alteraciones neurológicas como cambios en el comportamiento, el aprendizaje y la respuesta motora.

Así que, ante la duda, sería mejor abstenerse. Si somos lo que comemos, los aditivos nos están convirtiendo en algo muy poco natural y saludable. Y lo que es peor, en muchísimos casos sin necesidad alguna desde el punto de vista de la seguridad alimentaria. Sigan atentos a las etiquetas de sus productos.