La empresa líder en productos de limpieza ecológicos Ecover ha creado un detergente líquido para ropa con aceite de algas como ingrediente alternativo al de palma. En concreto, se utilizan las algas para producir el surfactante, elemento común en este tipo de productos. Se trata de un gran paso adelante para erradicar los aceites tropicales, cuyas plantaciones están acabando con las selvas, en la industria de los detergentes, donde el aceite de palma es el más usado, seguido del de coco.

Según explica el director de marketing de la compañía belga, Tom Domen, el aceite de algas presenta múltiples beneficios. “En primer lugar, tiene una huella de emisiones de gas de efecto invernadero mucho más pequeña debido a su cadena de suministro y a cómo se obtiene. En segundo lugar, el agua que se consume para cultivar las algas difiere enormemente de cualquier otro aceite en el mercado, ya sea renovable o derivado del petróleo. Por último, no compite por el uso de la tierra con los alimentos. Por eso, es más sostenible en todos los aspectos”, afirma.

El creciente negocio del aceite de palma –empleado como materia prima en la producción de alimentos, piensos para animales, cosméticos y productos de limpieza y agrocombustibles– ha propiciado que el cultivo de este producto se haya extendido en los últimos años por numerosas regiones tropicales del mundo acabando con bosques y poniendo en peligro la supervivencia de comunidades locales, fauna y flora.

El creciente negocio del aceite de palma está acabando con los bosques tropicales

El aceite de palma se obtiene del fruto, tanto de la pulpa como de la almendra, de la palma (Elaeis guineensis), originaria del golfo de Guinea, en África Occidental. Es el aceite vegetal que más se produce, por delante del de soja, y el que más se comercializa internacionalmente. Indonesia y Malasia lideran la clasificación de producción y exportación, mientras que la India, China y la Unión Europea son las regiones que en mayor medida lo importan, según datos del pasado septiembre del Departamento de Agricultura de Estados Unidos. 

El aceite comercializado proviene de inmensas plantaciones de palma aceitera. Desde hace años, las organizaciones ecologistas denuncian la ocupación y el acaparamiento de tierras en Asia, África y América del Sur por parte de unas pocas grandes empresas para cultivar esta planta oleaginosa, la más productiva del planeta.

Las algas del nuevo producto de Ecover se cultivan a escala industrial en tanques que pueden instalarse en cualquier lugar y se alimentan con cualquier residuo de biomasa. Aunque la multinacional verde tenía la intención de producirlas cerca de su planta en Malle, en la provincia de Amberes (Bélgica) a partir de residuos agrícolas o forestales, compró las primeras algas a la empresa estadounidense Solazyme, que las cultiva en Brasil con sacarosa de la caña de azúcar –certificada como sostenible por Bonsucro, según Ecover–. O, para ser más exactos, las crea, porque Solazyme es una compañía que utiliza biotecnología patentada para transformar una serie de azúcares de origen vegetal de bajo coste en aceites de alto valor.

A finales de mayo, un artículo publicado en el periódico estadounidense The New York Times dedicado al aumento de productos de consumo que contienen ingredientes elaborados con una forma avanzada de ingeniería llamada biología sintética hizo saltar la polémica al relacionar este término con Solazyme y Ecover.

Falta de información

La biología sintética tiene como objetivo construir material genético (ADN) para introducir cambios en organismos ya existentes, como las algas, o crear desde cero nuevos sistemas biológicos con cualidades que no se encuentran en la naturaleza. Esta tecnología estaba destinada inicialmente a la producción de agrocombustibles, pero ha comenzado a emplearse en varias industrias, como la del perfume.

Grupos defensores del medio ambiente se oponen a esta “manipulación de la vida”. El director del programa de investigación del Grupo ETC, Jim Thomas, confesaba sentirse, en tanto que consumidor de productos de Ecover, "decepcionado, sorprendido e incrédulo" al conocer la noticia. En un artículo publicado en la revista The Ecologist, el investigador razona que “las implicaciones de la biología sintética comercial son mucho más perjudiciales que los transgénicos de primera generación” y afirma que el “uso de ingredientes derivados de la biología sintética es una falsa solución al problema del aceite de palma sostenible y puede menoscabar los términos natural y verde”. Asimismo, remarca que estos nuevos ingredientes hijos de la biología sintética “pueden causar grandes daños a la biodiversidad y a los agricultores”. 

El comité científico de la Convención de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica insta a extremar la precaución con la biología sintética ya que “existen riesgos para la diversidad biológica y los medios de vida de las personas”, y solicita a las autoridades competentes que establezcan procedimientos eficaces de evaluación y gestión de riesgo, así como un régimen normativo internacional e integral. También destaca la “falta de entendimiento común sobre las diferencias entre la biología sintética y la ingeniería genética convencional”. 

La compañía belga ha decidido posponer el lanzamiento del producto

Tras el revuelo, Ecover salió al paso para desmentir que la biología sintética estuviera detrás de su nuevo producto, si bien afirmaron que como “no es posible cosechar las algas en el mar y obtener el aceite”, emplearon “biología molecular y fermentación industrial estándar”, que acelera los procesos biológicos naturales de las microalgas. 

Por su parte, Solazyme describe el organismo que produce el aceite de algas como "una cepa optimizada" de algas unicelulares "que han existido más tiempo que nosotros". Y, en su página web, añade: “A veces, nuestros clientes solicitan aceites específicos que no pueden ser producidos de manera eficiente en cepas de algas nativas. […] Por ejemplo, un aceite como alternativa más sostenible al de palma. Para optimizarlos, utilizamos herramientas tradicionales de la biotecnología, incluyendo técnicas de ingeniería genética que se desarrollaron en los años 1980 y 1990 para crear productos farmacéuticos”.

Y recuerda que “técnicas de ingeniería genética tradicionales se han utilizado durante décadas por parte de una serie de empresas de todo el mundo para elaborar ingredientes para productos ampliamente utilizados” como los sustitutos del cuajo –un fermento de la mucosa del estómago de los mamíferos en el período de lactancia, que coagula la caseína de la leche– para producir la mayoría de los quesos.

El pasado abril Ecover lanzó al mercado un lote de prueba de 6.000 botellas del prometedor detergente a base de aceite de algas en el Reino Unido. La compañía tenía previsto comercializar el artículo a finales de este año pero, tras la polémica, ha decidido posponer el lanzamiento del producto, según ha informado a este diario. “Después de las críticas recibidas, estamos impulsando una fase de consultoría con ONG y partes interesadas para generar un debate con base científica sobre el uso responsable de la biotecnología. Sólo después de que el debate tenga lugar, decidiremos si en nuestros planes futuros entra la posibilidad de emplear tipos específicos de biotecnología”, señala la marca.

Pero Ecover no es la única empresa que ha adquirido las algas de Solazyme. Unilever compró aceite de algas para su marca de jabones, Lux, y ha acordado la adquisición de grandes cantidades del mismo a partir del próximo año para sus artículos de cuidado personal, que incluyen Dove y Brylcreem, tal y como anuncia The New York Times.  En marzo de 2011, la start-up lanzó su propia línea de cosméticos, Algenist, mediante acuerdos de comercialización y distribución con Sephora, Nordstrom y QVC.

Grupos ambientalistas y de consumidores lamentan la falta de información sobre estos productos como consecuencia del limbo legislativo en el que se hallan y reclaman que en el etiquetado conste cómo se han obtenido los ingredientes