Las categorías pollo de corral, pollo de la granja de la abuela o pollo de la Tía Pepa acompañan en muchas ocasiones a fotografías de aves felices que picotean grano por un feraz campo bajo un sol radiante sobre el cuerpo envasado de un ave de granja. Unos conceptos que el consumidor relaciona con unos sistemas de cría que evocan la idea de una bucólica granja. Pero, ¿qué realidad hay detrás de estas etiquetas?

“Es injusto que el consumidor, al observar la palabra corral, piense en algo determinado, cuando el producto no se corresponde con ello. Y esto ocurre porque a la hora de enfrentarse a la compra no sabe qué tiene delante, no tiene una información veraz como consecuencia del limbo legislativo existente”, explica a EcoAvant.com Alberto Díez, portavoz de la Asociación Nacional para la Defensa de los Animales (ANDA). 

La UE establece cinco clases de producto, y prohíbe el uso de cualquier otra

La organización alerta del ingente número de pollos industriales –aves criadas de forma intensiva en espacios reducidos– que son vendidos como de corral –criados en semilibertad y con una alimentación más natural y variada– y piden a la Administración que tome cartas en el asunto.

“Llevamos bastante tiempo pidiendo al Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (MAGRAMA) una legislación que ponga en orden los condicionantes técnicos que tienen que cumplir una serie de categorías ya establecidas por la Unión Europea”, señala Díez.

El reglamento europeo 543/2008 de 16 de junio de 2008 fija las normas en lo que atañe a la comercialización de la carne de aves. Esta legislación, de obligatorio cumplimiento en toda la UE, establece cinco categorías de etiquetado según el método de cría: "alimentado con un […] porcentaje  de […]"; "sistema extensivo en gallinero […]"; "gallinero con salida libre […]"; "granja al aire libre […]" y "granja de cría en libertad […]". El empleo de estos términos no es obligatorio, pero se prohíbe incluir cualquier otro.

“En España, a muchas empresas no les gustaron estas definiciones pero, en vez de abstenerse de usar otros términos, tal y como exige el reglamento, decidieron ignorar la ley y usar otras acepciones”, explica Díez. Una de ellas, pollo de corral.

Mayores costes

“De forma paralela a la elaboración de la normativa, una parte del sector avícola gallego lanzó el pollo de corral siguiendo el esquema anglosajón de la freedom food (comida libre), que incorpora altos niveles de bienestar animal”, afirma el portavoz. El producto, un pollo criado con acceso al exterior de las jaulas o corrales, que supone mayores costes de producción, consiguió hacerse un hueco importante en el mercado gracias a la mayor calidad de su carne.

“A partir de entonces, al no existir una normativa que defina qué son los pollos de corral, muchas empresas se empezaron a introducir en el mercado sin atender necesariamente los requisitos que sí cumplían los que habían iniciado el uso de esta terminología”, indica Díez, el portavoz de ANDA.

Los críticos piden que la denominación aclare la clase de vida que llevó el animal

Así es como pollos industriales pasan en las estanterías de los supermercados por aves de corral sin apenas haber visto la luz del sol durante su corta vida. Por ello, el sector productivo se une a la asociación animalista en sus demandas a la Administración para luchar contra esta competencia desleal.

Unos y otros piden que los pollos sean etiquetados de forma que el consumidor pueda saber qué clase de vida ha llevado el animal: “Los elementos que deben integrarse en cualquier sistema de etiquetado para el pollo son: la edad del ave al ser sacrificada (45 días para las gamas más bajas de pollo industrial), la alimentación y otros aspectos relacionados con el bienestar animal tales como densidades o acceso a corrales, exteriores o no”, exponen en su demanda.

En España, la carne de ave es actualmente la más consumida en fresco, y la segunda en consumo total tras la de porcino, según datos del ministerio. “Desde ANDA apoyábamos el consumo de pollo de corral, pero actualmente ya no lo podemos hacer porque sabemos lo que hay detrás: una indefinición absoluta”, concluye Díez.