El último informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), fechado el pasado octubre, es concluyente: el 90% de los habitantes de grandes ciudades europeas respira un aire dañino para su salud. A pesar de ello, tan seria advertencia pasó desapercibida una vez más para los medios de comunicación y las autoridades que deberían remediar la situación.

El asma, la bronquitis, las bronconeumonías y las dolencias cardiovasculares son enfermedades que intensifican su incidencia en invierno, pero los últimos años ha ido in crescendo de forma alarmante, y eso a pesar de que el continente ha disfrutado de unas temperaturas especialmente benignas.

Para la gran mayoría de neumólogos y expertos de otras ramas de la ciencia, están más que probados los efectos adversos de la contaminación atmosférica para la salud de las personas. Los motores de los vehículos, las industrias y las centrales de generación de electricidad y calefacción emiten distintos tipos de gases, partículas minúsculas –son granos de polvo de procedencia distinta que pueden llegar a medir una milésima de milímetro– y diferentes contaminantes de origen orgánico e inorgánico que pueden dañar el cuerpo humano de diferentes formas.

La inhalación de micropartículas favorece la propagación de virus y bacterias

“Estas partículas se introducen en nuestro sistema respiratorio llegando fácilmente a las estructuras broncopulmonares, lo que tiene un impacto sobre el trabajo de nuestras defensas. Con este panorama, los virus y bacterias típicos invernales, tales como los de resfriados o gripes, tienen más fácil su propagación”, explica Josep Ferris, de la Unidad de Oncología Pediátrica del Hospital La Fe de Valencia y autor del estudio Aspectos pediátricos de las enfermedades asociadas a la polución atmosférica por combustibles fósiles.

Otros gases generados por la combustión de petróleo o gas natural en motores y calefacciones, o por ciertos procesos industriales, como los óxidos de nitrógeno, el dióxido de carbono, el ozono o el dióxido de azufre pueden producir irritaciones respiratorias, tos, agravamiento de diferentes enfermedades relacionadas con los pulmones, garganta y corazón, alergias y alteraciones en la composición de la sangre.

Niños, ancianos, personas con afecciones respiratorias y cardiovasculares y adultos que desarrollan su actividad al aire libre son las primeras víctimas de estos contaminantes”, añade Ferris, para quien los menores representan el grupo de máximo riesgo porque al “tener un sistema inmunológico menos desarrollado y pasar más tiempo al aire libre, son los que más sufren las enfermedades respiratorias”.

Incremento del asma

Para reforzar su tesis, Ferris advierte de que “los menores representan sólo el 25% del total de la población, pero padecen hasta el 40% de casos de asma”, enfermedad que, a su juicio, está estrechamente ligada a la pérdida de calidad del aire en los núcleos urbanos: “En los países industrializados hay actualmente tres veces más muertes por asma que hace 20 años, a pesar de los avances en medicamentos y en asistencia hospitalaria”.

Los estudios que más impacto provocan son los que advierten de las muertes prematuras que puede provocar la contaminación. La Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR) emitió un comunicado donde aseguraba que los fallecimientos relacionados con la polución llegan a los 16.000 anuales en toda España –“siete veces más que las relacionadas con los accidentes de tráfico”, recuerda– y que, si la densidad de partículas en el aire que respiramos se redujera a la mitad, se salvarían más de 8.000 vidas que hoy se pierden al año debido a enfermedades cardiopulmonares y cáncer de pulmón.

Los neumólogos cifran en 16.000 las muertes anuales causadas por la polución en España

“La comunidad científica no tiene dudas respecto a los efectos perjudiciales de la contaminación sobre la salud respiratoria y coincide en la necesidad de reducir la contaminación urbana”, explica la doctora Cristina Martínez, coordinadora del área de Medio Ambiente de la SEPAR. La normativa europea prohíbe que en las ciudades de la UE se superen los 50 microgramos –milésimas de gramo– de partículas por metro cúbico de aire durante más de 35 días al año. Pero la mayoría de las urbes incumple esta limitación.

Más allá de la pérdida de vidas humanas, la contaminación también es una fuente de enfermedades que, aunque no resulten letales, lastran de por vida la salud de quienes las padecen. Según Cristina Martínez, “un aumento de sólo 10 microgramos en partículas puede provocar un crecimiento del 3% de los ingresos hospitalarios en las próximas 24 horas”.

Ferran Ballester, de l'Escola Valenciana d'Estudis per a la Salut, coordinó en 2004 el Proyecto EMECAM, que analizaba los efectos a corto plazo de la contaminación en la salud y que se desarrolló en 14 ciudades españolas. Una de sus conclusiones es que, con un incremento de 10 microgramos de partículas por metro cúbico de aire, las crisis asmáticas crecían un 3% y los ingresos hospitalarios relacionados con estas casi un 2%. Mayores niveles de monóxido de carbono y dióxido de carbono también implican una más alta tasa de ingresos relacionadas con enfermedades cardiovasculares.

En ambientes contaminados también aumentan las enfermedades típicas invernales, tales como la gripe, y las relacionadas con el corazón y las arterias, como las arritmias y las trombosis, debido a la mayor facilidad con que se coagula la sangre. Así, Ballester advierte que “niveles moderados de contaminación también suponen un riesgo para la salud”.