El año termina con muy malas noticias para las ballenas. El Gobierno japonés comunicó oficialmente ayer miércoles al de Estados Unidos, encargado de tramitar estas solicitudes, su decisión de abandonar la Comisión Ballenera Internacional (CBI) y reanudar la caza comercial de grandes cetáceos a partir del próximo mes de julio.

El país asiático, históricamente un gran consumidor de carne de ballena (a mediados del pasado siglo era la más consumida allí), había abandonado la caza en 1982, cuando la CBI impuso una moratoria para esta actividad, pero desde 1987 seguía matando un número limitado de animales, unos 400 al año, alegando como subterfugio “motivos científicos”, una de las pocas excepciones admitidas por la CBI, en el articulo VIII de la Convención Internacional que regula esta actividad. La misma táctica han usado Islandia (que caza unos 200 al año) y Noruega (que en 2017 mató a 432).

Otra excepción autorizada por la CBI es la que permite cazar a algunos ejemplares a diversos pueblos aborígenes de Groenlandia (Dinamarca), Rusia, Estados Unidos o San Vicente y las Granadinas, en el Caribe, porque se considera que es una práctica tradicional de la que depende su subsistencia.

Durante el siglo XX fueron masacrados al menos unos 3 millones de animales

Además, ignorando las convenciones internacionales, cada año varios cientos de cetáceos son masacrados en cacerías legales en las islas Feroe, un archipiélago que pertenece a Dinamarca pero que es autónomo en cuanto a su legislación (no sujeta a la danesa o de la Unión Europea).

A principios de 2018, Tokio trató de conseguir que la comisión levantara la prohibición de la caza tras varias décadas de tregua que han permitido recuperarse levemente a las poblaciones de especies que fueron masacradas durante siglos, algunas de las cuales llegaron a estar al borde de la extinción. Pero el organismo internacional votó mayoritariamente en contra. Aunque la comisión se mostró dividida, se requiriere una mayoría del 75% de los 88 países miembros para revocar la medida.

La primera estimación global del número de ballenas cazadas para su aprovechamiento industrial durante el siglo pasado (principalmente para usar su grasa y aceite como combustible, y también para otros usos industriales, y en algunos pocos países para utilizar su carne como alimento) revela que casi 3 millones de cetáceos fueron exterminados en unas pocas décadas.

Avances como los barcos de vapor y los cañones para disparar arpones hicieron crecer exponencialmente el número de animales capturados. Durante la década de 1930, más de 50.000 ballenas fueron sacrificadas cada año. Podría haberse tratado del mayor sacrificio de cualquier animal en términos de biomasa total en la historia humana, muy por encima de la colosal matanza de decenas de millones de bisontes en Estados Unidos en los siglos XIX y XX.

El 0,1 por ciento de la carne consumida

Los cachalotes perdieron un tercio de su población, y las ballenas azules, el mayor animal del planeta, llegaron a desaparecer en un 90%. Aunque algunas poblaciones, como las ballenas minke, se han recuperado en gran medida, otras, como la ballena franca del Atlántico Norte y la ballena azul antártica, siguen en peligro de extinción.

Los investigadores, que publicaron los resultados de su investigación en 2015 en la revista Marine Fisheries Review, estiman que, entre 1900 y 1999, 2,9 millones de ballenas fueron víctimas de la industria ballenera: 276.442 en el Atlántico Norte, 563.696 en el Pacífico Norte y 2.053.956 en el hemisferio sur.

Y, dado que muchos animales mortalmente heridos escaparían o no constan en los registros oficiales, "el número real de ballenas muertas será más elevado", asegura el director científico del Museo Ballenero de New Bedford (Estados Unidos), Robert Rocha, uno de los autores del estudio.

El portavoz del Gobierno nipón, Yoshihide Suga, afirmó esta semana que la caza de ballenas se llevará a cabo "conforme al derecho internacional y dentro de los límites de captura calculados de acuerdo con el método adoptado por la CBI para evitar un impacto negativo". Actualmente, esta carne representa solo el 0,1% de toda la vendida en Japón, según el periódico japonés Asahi Shimbun.

Noruega, Islandia y las Feroe cazan alegando fines científicos o tradiciones

Greenpeace, organización que hizo de la protección de los cetáceos una de sus banderas en los 70 y los 80, ha condenado la decisión de Japón y ha asegurado que no está "a tono con la comunidad internacional". "El Gobierno de Japón debe actuar urgentemente para conservar los ecosistemas marinos en lugar de reanudar la caza comercial de ballenas", ha asegurado el director ejecutivo de Greenpeace Japón, Sam Annesley.

Annesley también ha subrayado que debido a la tecnología moderna la pesca ha llevado al agotamiento de muchas especies. "La mayoría de las poblaciones de ballenas aún no se han recuperado, incluidas las ballenas más grandes como las ballenas azules, las aletas y las ballenas sei", añade.

En 1972, en Estocolmo (Suecia), la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano aprobó una propuesta que recomendaba una moratoria de diez años sobre la caza comercial de cetáceos para permitir que pudiesen recuperarse. Informes de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas presentados 1977 y 1981 identificaron diversas especies en peligro de desaparecer para siempre.

En 1982 la CBI determinó el fin de la caza comercial, a través de la moratoria internacional aún vigente, que se hizo efectiva en la temporada 1985-1986. Mientras Islandia (que abandonó la CBI entre 1992 y 2002) y Corea del Sur usaron el reglamento para conseguir permisos especiales, Japón, Noruega, Perú y la extinta Unión Soviética desafiaron la decisión y continuaron cazando sin restricciones. Japón y Perú finalmente cambiarían de posición debido a las presiones ejercidas por los Estados Unidos. 

Evolución de la caza de ballenas desde mediados del siglo pasado / Gráfico: Europa Press