¿Cómo definiría usted la permacultura?
Para mí, es el empoderamiento de las personas a través de técnicas y habilidades que nos permiten crear un mundo mas sostenible. Se trata de democratizar el acceso a la construcción de la vivienda, la gestión del agua, el alimento, la energía, etc. Imagino que la definición a la que te refieres es la que acuñaron Bill Mollison y David Holmgren en los años 70. Para ellos, la permacultura describe un sistema integrado y evolutivo de plantas perennes o autoperpetuantes que también incluye animales útiles para el hombre.

Suele confundirse la permacultura con un tipo de agricultura, cuando en realidad, el concepto abarca mucho más, ¿no es así?
Permacultura es diseño sostenible, ecológico. En él se integran todos los elementos de cualquier cultura:casa, energía, agua, alimento, medio ambiente, relaciones económicas, sociales, etc. Ciertamente nació como una estrategia para crear una agricultura integrada en los procesos ecológicos, pero rápidamente evolucionó hacia un concepto integral.

Usted es diseñador permacultural, pero su especialidad son los bosques comestibles. Explíquenos qué es un bosque comestible.

 

Es un tipo de paisajismo, de jardinería, que se realiza con especies comestibles. Sigo una metodología especifica, muy vinculada a la conservación del paisaje, llamada forestería análoga. En ella buscamos crear, colaborando con la naturaleza, ecosistemas análogos a los naturales de cada zona. Lo prioritario es conservar parte de las especies nativas. Y no todo se come con la boca: la belleza es importante, igual que la conservación de los diferentes biotopos.

Además de proporcionar alimentos, ¿qué otras funciones propias de los bosques tratan de reproducir estos ecosistemas?
¡Centenares! La creación de suelo es vital y me atrevería a decir que es la más necesaria. Pero también lo son la disminución de la erosión, la creación de biomasa, la preservación de la biodiversidad, la fijación de dióxido de carbono, la producción de oxígeno y la función fotosintetizadora. A estas habría que añadir la aportación de madera y frutos forestales y, por supuesto, la función estética del paisaje. En un país como el nuestro, donde gran parte del Producto Interior Bruto proviene del turismo, el paisaje debería considerarse una prioridad de Estado.

¿Debería el turismo incorporar el paisaje como un valor estratégico?

 

Por supuesto. El sector debe transformarse, igual que ha ocurrido con la agricultura con el auge de la agricultura ecológica. Los viajeros quieren ver lugares hermosos, con vida. En Mallorca estoy trabajando con algunos emprendedores del sector agroturístico creando pequeños vergeles en torno a las casas y hoteles. Promocionar el paisaje es también una forma de salvaguardar el patrimonio de la diversidad agrícola local.

¿Qué aspectos hay que tener en cuenta al abordar un proyecto de paisajismo comestible?
El entorno marca la mayor parte del diseño. Nos adaptamos al espacio, al microclima, al suelo. Podemos modificar algunas características, pero debemos adaptarnos a lo que tenemos. El concepto de paisaje comestible es muy amplio y existen muchas posibilidades: bosque, pradera, matorral, estanque, incluso costas. Es de suma importancia conocer los sistemas agroforestales preindustriales.

¿Cualquiera puede diseñar un vergel?
Cualquiera con información e imaginación. Hay que tener unos conocimientos básicos de árboles frutales, asociaciones favorables, suelos, etc.

¿Podría nombrar algún bosque comestible ejemplar o algún proyecto en marcha o consolidado?
La naturaleza esta lleno de estos lugares. Es la gran maestra.

Me refiero a espacios creados por el ser humano, de forma consciente...
Hay algunos proyectos visitables en Mallorca, pero la mayoría en entornos privados, como la finca agroforestal Sa Pedrissa, en Mancor de la Vall, o Son Barrina, en Inca. Fuera de Baleares, encontramos el Centro de Agricología de Benidoleig (Alicante) o la finca Lurmaittia, en Álava. El espacio público que más he contribuido a desarrollar es el Serral de les Monges de Inca. Se trata de la mayor zona verde del municipio, con más de 60.000 metros cuadrados. Estaba bastante abandonada y la hemos convertido en parque agroecológico, una zona recreativa con huertos urbanos, actividades de formación ambiental y decenas de árboles y arbustos de especies autóctonas, algunos frutales endémicos.

¿Cuándo nace la idea de crear bosques comestibles?
Los bosques comestibles son tan antiguos como la historia de la humanidad y es muy posible que su nacimiento esté vinculado a la adaptación de especies silvestres a entornos humanos. Más recientemente, la permacultura ha contribuido mucho a su difusión y necesariamente hay que citar a Robert Hart, quien creó en Gales, a finales de los años 70, uno de los primeros jardines forestales comestibles.

¿Dónde se ha asentado más esta propuesta?
Sin duda, en los países anglosajones, como el Reino Unido, Australia y Estados Unidos. Pero para mí, lo más importante es que se están reconociendo los sistemas agroforestales tradicionales de gran parte del mundo, por ejemplo, la agrofloresta brasileña, basada en los policultivos forestales tropicales. También Belice está reivindicando su modelo agroecológico ancestral, basado en la jardinería maya.

Y en España, ¿en qué punto estamos?
Se está empezando a vivir un movimiento popular muy importante, siguiendo el ejemplo anglosajón. La Península Ibérica tiene unos modelos agroforestales antiquísimos, como la dehesa y la huerta tradicional, que combina el cultivo de árboles con el de herbáceas. Se trata de sistemas muy eficientes, que desde mediados del siglo pasado han caído en una profunda recesión. El estudio y recuperación de estos modelos debe ser un referente para impulsar la jardinería forestal en nuestro bioma, junto con el reconocimiento de la biodiversidad comestible, de nuestra flora silvestre.

Otro concepto presente en su trabajo es la forestería análoga ¿qué propone este enfoque y cómo se relaciona con los bosques comestibles?
Se centra en la conservación de la biodiversidad nativa, tanto en la producción como en la comercialización justa de los productos de los jardines forestales. Complementa el sistema de bosques comestibles aportando esta perspectiva. Si creamos vergeles pero no tenemos en cuenta la conservación de la flora y fauna nativas, podemos crear sistemas esquilmadores de recursos locales. Otro objetivo de la forestería análoga es la creación de suelo.

¿Cómo conoció a Masanobu Fukuoka, considerado el padre de la agricultura natural?
Le conocí hace años en Sa Pedrissa. Su propietario, Guillem Ferrer, era por entonces diseñador de una conocida marca de zapatos. Tenía previsto viajar a Japón y me preguntó si quería algo de allí. Le contesté, en broma, que trajera a Masanobu Fukuoka. Y así lo hizo.

¿Qué recuerda de su encuentro con el agricultor japonés?
Recuerdo mucho su presencia y la tenacidad de sus convicciones. Era un hombre visionario, un activista muy comprometido y muy práctico. Me ha quedado, sobre todo, su mensaje de que con la agricultura natural no sólo se cultivan hortalizas, granos y frutas, sino personas. Es decir, se cultiva la conciencia de que somos parte de la Tierra. Su legado sigue vivo, sobre todo con el trabajo de su discípulo, Panos Manikis, en fincas de Grecia e Italia. Además, su técnica del nendo dango o siembra directa de semillas envueltas en arcilla, se ha popularizado en todo el mundo.