La crisis ha puesto freno al consumismo desbocado. Las estrecheces económicas han evidenciado el despropósito de conceptos como los de usar y tirar, las modas o la obsolescencia programada. Apenas nada que todavía pueda ser de alguna utilidad va a parar ya a un contenedor de residuos. Proliferan los trueques y los mercados de segunda mano, y los talleres que reparan electrodomésticos y prendas de vestir renacen tras parecer abocados a la extinción.

Pero a millones de personas pobres en todo el planeta nunca se les pasó por la cabeza desprenderse de algo simplemente porque hay modelos más modernos, por una pequeña imperfección, por haberse cansado de verlo o porque ya no se llevaba. En los países en vías de desarrollo, la vida útil de cualquier aparato, herramienta o pieza de ropa se alarga hasta lo imposible. Como sucede también cada vez más en nuestra sociedad, un objeto se usa hasta que ya resulta imposible volver a arreglarlo, parchearlo o remendarlo.

Desde 1995, la entidad ha gestionado materiales por valor de 18 millones de euros

Para tender un puente entre ambas realidades, la de quien en el mundo rico deseaba desprenderse de un artículo todavía en buen estado, y la de quien no podía ni soñar con adquirirlo, nació Banc de Recursos (BdR). La idea surgió cuando uno de sus fundadores, Álex Tamames, a la sazón educador en un centro de menores cerca de Barcelona, trataba de obtener recursos para aquel recinto escribiendo a empresas.

Para su sorpresa, se encontró con un alud de ofrecimientos que no podía absorber. “Una gran multinacional tenía un almacén de 600 metros cuadrados lleno de ordenadores y proyectores que ya no usaba”, explica a EcoAvant.com el director de BdR, Jesús Lanao, con quien Tamames diseñó el proyecto para aprovechar aquellos excedentes, inspirado en experiencias como la de la organización One Way en Estados Unidos.

En 1995 se envió un primer cargamento de ayuda a Bolivia. Desde ese año, la ONG ha transferido a nuevos usuarios, particulares u organizaciones sociales, de España o de 33 países de Europa, África y América del Sur artículos por valor de más de 18 millones de euros, en su mayor parte ordenadores, material educativo y sanitario, mobiliario y maquinaria agrícola. El año pasado se gestionaron 123 toneladas de materiales, fruto de la labor de un equipo humano de una treintena de personas, en su mayor parte voluntarios, que trabajan desde sedes en ocho ciudades españolas.

Lo que es inútil para unos es una joya para otros. BdR ha enviado más de 6.000 ordenadores a Bolivia. Equipos informáticos que aquí se consideraban ya totalmente inservibles siguen prestando buenos servicios en aquel país sudamericano. “Todavía usan procesadores Pentium 2 que les hicimos llegar hace 10 años”, destaca Lanao.

Y ello resultó económicamente rentable incluso afrontando los costosos gastos del transporte transatlántico: “Un ordenador nuevo costaba allí mil dólares (unos 723 euros al cambio actual), y enviar uno nosotros salía por apenas 50 (35 euros)”, subraya el director de BdR.

Mecánico, mejor que electrónico

Más ejemplos: las 300 camas sustituidas de golpe por un hospital de Lleida hace algunos años (hoy parecería impensable) siguen acogiendo a enfermos en Cuba, Nicaragua o los campamentos donde cientos de miles de refugiados saharauis languidecen desde 1975 en la provincia argelina de Tinduf.

Un caso ilustrativo de cómo lo que parece obsoleto a unos puede resultar muy útil a otros son los tractores donados por agricultores españoles que han recibido campesinos africanos o latinoamericanos. “Si les enviamos un tractor antiguo y se estropea, sus mecánicos pueden repararlo. Si recibieran uno moderno, electrónico, no tendrían forma de recuperarlo tras la menor avería”, razona Jesús Lanao.

Hasta hace poco, la mayor parte de la actividad de la ONG estaba enfocada hacia el exterior. Unos 160 contenedores viajaron a lugares como el Chad, Kosovo, Paraguay o Haití. Aunque también se suministraron equipamientos a más de 90 entidades de nuestro país, valorados en más de dos millones de euros, y conseguidos gracias a las donaciones o financiación de 386 empresas.

Pero en los últimos años se ha invertido la tendencia. Desde 2012, de un 80% de ayuda al exterior y un 20% a nuestra pobreza interna, se ha pasado a un 80% con destinatarios nacionales y un 20% de internacionales. Hay dos razones para ello. Una parece obvia: la crisis ha incrementado las necesidades aquí. “Las demandas de centros de salud, de gente mayor, no dejan de aumentar”, argumenta Lanao. La otra es que las pequeñas ONG a las que BdR ayudaba con sus servicios logísticos se han quedado sin financiación pública y no pueden atender sus proyectos.

De un 80% de ayuda al exterior se ha pasado a un 80% destinado a la pobreza interna

Y eso que, con frecuencia, “recibimos más cosas de las que podemos asumir”. El cierre masivo de empresas provocado por la crisis económica ha conllevado un incremento “brutal” de la cantidad de mobiliario de oficina que se ofrece a BdR, y por falta de medios para su almacenamiento y transporte no todo puede ser aprovechado.

En una sola jornada monográfica de concienciación en una escuela de un barrio acomodado de Barcelona “recogimos 90 bicicletas, algunas de ellas nuevas”. Periódicamente se organizan acciones de este tipo en empresas y centros educativos, donde se solicitan ordenadores, o teléfonos móviles. El asesoramiento en la reutilización de recursos es fuente de ahorro para las empresas: un programa aplicado por un importante laboratorio farmacéutico a instancias de BdR “les permitió ahorrar 6.000 euros el primer año, y 70.000 al siguiente”, presume Lanao.

Lo que nació hace 16 años como una forma de gestionar recursos valiosos desde un punto de vista únicamente social ha ido adquiriendo paulatinamente una dimensión medioambiental. Con su labor, BdR ha evitado la generación de inmensas cantidades de desechos. Hoy, la entidad participa activamente en programas de prevención de residuos y ha incorporado la defensa del medio ambiente como uno de los ejes de su actividad.

Entre los objetos más curiosos que se han podido aprovechar y hacer llegar a quien los necesitara está un piano de cola donado por una empresa de Bilbao que acabó en Bolivia, en manos de un conjunto musical que recupera partituras de música europea y autóctona compuesta en las antiguas misiones coloniales. “Acabó remontando en barco el río Beni, tributario de un afluente del Amazonas”, recuerda el director de BdR.