El cadáver del abuelo usado para abonar el huerto. A partir del 1 de mayo del año que viene, los restos humanos podrán utilizarse para fertilizar huertos o jardines en el estado norteamericano de Washington (no en la capital federal, sino en el territorio situado en el extremo noroccidental del país, a orillas del Pacífico y fronterizo con Canadá).

 

El pasado 9 de abril, el Senado de Washington aprobó, por una abrumadora mayoría de 80 votos contra 16, un proyecto de ley  impulsado por el senador demócrata Jamie Pedersen, que incorpora a los posibles tratamientos recibidos por los cuerpos humanos fallecidos (enterramiento e incineración) otras dos posibilidades: “la hidrólisis alcalina y la reducción orgánica natural”.

 

La iniciativa fue aprobada en el Senado por 80 votos contra 16 y entrará en vigor en mayo de 2020

La ley aprobada, que fue rubricada el 21 de mayo por el gobernador Jay Inslee, define la hidrólisis como “la reducción de restos humanos a fragmentos óseos y elementos esenciales en una Instalación autorizada de hidrólisis que utiliza calor, presión, agua y agentes químicos básicos”. Es decir, la disolución química, mediante hidróxido de potasio o productos químicos similares, de los tejidos blandos del cuerpo.

 

Por su parte, el texto considera la reducción orgánica natural como “la conversión acelerada y contenida de los restos humanos en suelo”. En los estudios previos encargados por la cámara se abría la posibilidad a que los restos humanos tratados por el método de reducción orgánica natural podrán convertirse posteriormente en material fertilizante utilizable en jardinería o agricultura domésticas por los familiares.

 

Becoming a tree, convertirse en árbol: así se ha bautizado esta iniciativa que contempla colocar los cuerpos sin embalsamar en una cámara de compostaje y dejarlos allí descomponerse rodeados de material orgánico como astillas de madera o paja. Es decir, se trata de un proceso similar al del compostaje de los residuos orgánicos de nuestras cocinas.

 

A ello se dedica la empresa Recompose, dirigida por la emprendedora Katrina Spade y la investigadora Lynne Carpenter-Boggs, profesora de Agricultura Orgánica y Sostenible de la Universidad Estatal de Washington. En su página en internet, la empresa afirma que su objetivo es “ofrecer un servicio para devolver los cuerpos a la tierra”.

 

Prueba con seis cuerpos donados 

 

Carpenter-Boggs, una de las defensoras de este sistema de eliminación de cadáveres, ha trabajado en un estudio de la Universidad Estatal de Washington en el que se descompusieron de esta forma seis cuerpos donados. En el mismo se controló especialmente cualquier propagación de patógenos dañinos, una preocupación que había llevado a descartar un proyecto de ley similar en 2017.

 

"El cuerpo es cubierto de materiales naturales, como paja o trocitos de madera, y después de unas tres a siete semanas, gracias a la actividad microbiana, se convierte en tierra", explica Katrina Spade.

 

Una de las razones esgrimidas por los defensores de la “reducción orgánica natural” son los elevados precios de los servicios funerarios en el país, inasumibles para muchos estadounidenses, que en algunos casos deben recurrir al micromecenazgo para reunir los 7.000 dólares (unos 6.200 euros) que como mínimo cuesta un entierro. Aunque esta alternativa no es mucho más barata: convertirse en tierra puede costar 5.500 dólares (unos 4.700 euros).

 

Sus defensores afirman que cada cuerpo genera 1m2 de tierra y evita una tonelada de emisiones

Pero también aportan argumentos ecológicos: la página de Recompose afirma que “nuestro sistema modular utiliza los principios de la naturaleza para devolver nuestros cuerpos a la tierra, secuestrando carbono y mejorando la salud del suelo. De hecho, hemos calculado los ahorros de carbono en torno a una tonelada métrica por persona” respecto a los tradicionales procesos de inhumación o cremación.

 

Además, con este sistema, añaden, “minimizamos los residuos, evitamos la contaminación del agua subterránea con el líquido de embalsamamiento y también las emisiones de CO2 de la cremación y de la fabricación de ataúdes, lápidas y revestimientos de tumbas”, añade la empresa.

 

De esta forma, los cuerpos humanos acaban convirtiéndose en suelo fértil. “Nuestro proceso crea aproximadamente un metro cúbico de tierra por persona, ¡lo cual es mucho! Amigos y familiares son invitados a llevarse una  parte (o todo) a casa para cultivar un árbol o un jardín. Cualquier suelo restante se destinará a nutrir tierras de conservación en la región de Puget Sound”, concluye la web.