Aunque el nombre de Wei-Hock Willie Soon no le suene de nada, las investigaciones científicas de este astrofísico de la prestigiosa universidad de Harvard han tenido, y siguen teniendo, un gran impacto en las políticas públicas desarrolladas para frenar el cambio climático, así como en el impulso definitivo para culminar la transición energética hacia una hegemonía de las renovables.

Willie Soon trabaja en el Centro de Astrofísica del Harvard-Smithsonian Institute en Cambridge (Massachussets, Estados Unidos), que pasa por ser el más destacado del mundo en la investigación sobre la actividad solar. Desde la primera división de la élite académica, Soon dedicó largos años a defender que el cambio climático no tenía un origen humano, sino que estaba relacionado con los ciclos de actividad solar. Algo que no coincide en absoluto con las conclusiones de la abrumadora mayoría del resto de investigadores internacionales.

Soon defendía que el calentamiento global estaba vinculado con los ciclos solares

A pesar de estar cada vez más aislado dentro de la comunidad científica que coincidía de forma aplastante en la influencia del modelo económico y energético sobre las modificaciones del clima, Soon se mantuvo firme en sus tesis, publicando decenas de investigaciones y algunos libros, el más famoso de los cuales es The Maunder minimum and the variable Sun-Earth connection (El Mínimo de Maunder y la variable conexión Sol-Tierra).

Su elevado estatus científico y profesional impedían tacharlo de conspiracionista o desacreditarlo fácilmente y sus teorías sirvieron para que políticos y opinadores reticentes a creer en el cambio climático trataran (y a veces lograran) de entorpecer o impedir los cambios legislativos necesarios para frenarlo. E influyó tanto a nivel interno en Estados Unidos –el mayor emisor de gases de efecto invernadero hasta que fue superado por China hace una década– como en las posiciones de este país en los diferentes tratados internacionales sobre la materia.

Soon era tajante al respecto: “La evidencia de mi trabajo demuestra la hipótesis de que es el Sol el que provoca el cambio climático en el Ártico […] Invalida la hipótesis de que el CO2 es una de las principales causas del cambio climático observado y plantea serias dudas sobre la conveniencia de la imposición de límites máximos de emisiones o comercio u otras políticas que paralizan la producción de energía y la actividad económica en nombre de una 'prevención del cambio climático catastrófico'”.

Pero, como en una típica película de criminales, un día se le ocurrió a alguien escudriñar en el origen de los fondos que financiaban el trabajo de Soon en el Centro de Astrofísica. Haciendo uso de las leyes de transparencia estadounidenses, y dado que el Harvard–Smithsonian Institute se nutre parcialmente de fondos públicos, Greenpeace rastreó el origen de las donaciones privadas y descubrió que, a lo largo de una década, casi 1.250.000 dólares (1.121.000 euros al cambio actual, entonces algo menos) habían sido aportados por la petrolera Exxon Mobile, la fundación American Petroleum Institute y la energética Southern Company, una importante consumidora de carbón.

En un primer momento el científico negó las acusaciones. Pero al final tuvo que admitir lo evidente, aunque tratando de desvincular esta financiación de los resultados científicos de su investigación y acusando a “la izquierda” de querer “silenciar” su trabajo. Apoyado por el think tank negacionista The Heartland Institute, Soon se presentó como una víctima de una “conspiración” y un mártir del “pensamiento crítico y la ciencia heterodoxa”.

 

Campañas electorales y medios de comunicación

 

El problema, sin embargo, ya no es sólo ético, sino también legal. Soon tenía la obligación de incluir en los artículos que publicaba el origen de los fondos que pagaban sus investigaciones y no lo hizo. Hoy en día le va a ser difícil sostener su reputación académica y ya se reconoce unánimemente lo que en realidad todo el mundo sabía: que el cambio climático tiene un origen antropogénico y que hay un intento desesperado de sectores muy poderosos de esconder la verdad.

Entre los patrocinadores de Soon, el nombre más relevante es, seguramente, el del American Petroleum Institute. Se trata de una fundación ligada a Industrias Koch, uno de los mayores conglomerados industriales de los Estados Unidos, propiedad de los hermanos ultraconservadores Charles y David Koch. Su vasto imperio económico, que se extiende desde el petróleo y el gas hasta la industria química, la papelera o la agricultura, les ha convertido en una de las principales fortunas del país, aunque permanezcan más alejados de los focos mediáticos que otros magnates.

A través de una red de fundaciones y asociaciones sin ánimo de lucro, los hermanos Koch han financiado, no sólo investigaciones como las de Wei-Hock Soon, sino también las campañas electorales de no pocos políticos opuestos a las políticas ambientalistas –son unos de los principales artífices del movimiento ultraconservador Tea Party– y también los medios de comunicación que se han erigido en altavoces del negacionismo climático, el más conocido de los cuales es el canal de televisión Fox News.

Así, el entramado creado por los Koch abre y cierra el círculo que se opone a los cambios que el mundo necesita para combatir el cambio climático: ellos financian los estudios científicos negacionistas, los medios de comunicación que usan estos estudios para generar dudas y desviar el debate público y, finalmente, las campañas electorales de los políticos que, basándose en estas teorías, impulsarán medidas legislativas beneficiosas para las Industrias Koch.

Los ultraconservadores hermanos Koch, Exxon y la Souther Company pagaron los estudios

La manipulación de las evidencias científicas, financiando investigaciones interesadas que tratan de confundir o generar polémica para frenar avances legislativos beneficiosos para el medio ambiente, la salud pública u otros campos, no es una estrategia nueva.

Durante años, la industria tabacalera pagó estudios que aseguraban que la relación entre cáncer y tabaco no estaba probada, tratando así de generar una duda suficiente como para impedir o atemperar las prohibiciones de fumar en espacios públicos o la regulación de la venta y publicidad del tabaco.

Más recientemente, ha sucedido otro tanto de lo mismo con el glifosato. Se trata de uno de los herbicidas más populares empleados por la agricultura convencional alrededor del mundo. Desde hace años, en países como Argentina o Paraguay surgieron numerosas denuncias que vinculaban su uso masivo con el aumento de casos de cáncer, malformaciones y otras enfermedades.

Pero diversos estudios científicos aseguraban una y otra vez que la relación de este producto con problemas graves de salud “no estaba demostrada”. Sólo el pasado marzo, la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC, por sus siglas en inglés), dependiente de la Organización Mundial de la Salud, se rindió a la evidencia e incluyó el glifosato en su lista de sustancias “probablemente carcinógenas para humanos”. Se trata de una denuncia a medias: la IARC no se ha atrevido a situarlo en otra lista con productos en los que está absolutamente acreditado que producen cáncer.

Aunque no se trata de una victoria total y el gigante biotecnológico Monsanto, productor del herbicida, continúa defendiendo su inocuidad y podría recurrir a los tribunales, constituye sin duda un avance importantísimo y una severa derrota a los intentos de manipular la ciencia en favor de los intereses industriales y no, como debería ser sin excepciones, de la salud humana y el medio ambiente.