La mutilación genital femenina (MGF), una de las tradiciones más crueles de algunos países africanos y asiáticos, retrocede de forma clara en la mayor parte de ellos. Un estudio sobre la situación en 22 estados de ambos continentes entre 1990 y 2017, que analizó los casos de más de 200.000 niñas de hasta 14 años, ha constatado un fuerte retroceso de estas prácticas, que están prohibidas por la ley en la práctica totalidad de los lugares donde se llevan a cabo.

Los resultados del estudio resultan alentadores: “La prevalencia de todos los tipos de MGF disminuyó en 17 de los 22 países que examinamos”, concluye el mismo. En concreto, el porcentaje de menores sometidas a la MGF, en sus distintas modalidades, disminuyó del 71,4% en 1995 al 8% en 2016 en África oriental; desde algo menos del 58% en 1990 a poco más del 14% en 2015 en el norte de África, y del 73,6% en 1996 al 25,4% en 2017 en África occidental. Por el contrario, en dos países árabes y asiáticos, Iraq y Yemen, aumento casi el 16% en 2013, según la investigación dirigida por el experto en bioestadística en la Universidad de Northumbria (Reino Unido) Kandala Ngianga-Bakwin y publicada recientemente en la revista BMJ Global Health

La pobreza, la falta de educación y creencias seculares contribuyen a su prevalencia

“Si bien estas tendencias apuntan al éxito general de las iniciativas nacionales e internacionales para reducir la práctica en las últimas tres décadas, todavía hay motivos de preocupación importantes. Más de la mitad de las mujeres en 7 de los 22 países que examinamos siguen siendo sometidas a la MGF. Los factores de riesgo aún prevalecen, lo que aumenta la probabilidad de una tendencia inversa en algunos países. Estos factores incluyen la pobreza, la falta de educación, la cultura de género y la percepción de que la MGF es beneficiosa para el ‘mercado’ matrimonial", enumera Ngianga-Bakwin.

La mutilación constituye la primera fase del ritual femenino de paso a la edad adulta de diversas culturas (que también someten a los muchachos a una mucho menos traumática circuncisión). La sigue una segunda durante la que se transmiten a las pequeñas convalecientes los saberes que conformarán su identidad étnica y de género: las tareas que les asigna su tradición como mujeres, códigos secretos para comunicarse sin que se enteren los hombres, las normas que regulan sus relaciones con éstos, el respeto a los mayores... En la tercera y definitiva etapa, las menores, que han vivido apartadas del grupo durante las dos fases anteriores, vuelven a reunirse con el resto de la comunidad, a la que son formalmente presentadas y por la que serán aceptadas.

Hay diferentes tipos de MGF según los países, las etnias y las distintas tradiciones, que van desde la ablación, amputación total o parcial del clítoris o los labios, hasta la infibulación, que consiste en cerrar cosiendo los labios la mayor parte de los genitales, dejando abierto tan solo un pequeño orificio para orinar. Las consecuencias para las mujeres de estas mutilaciones, realizadas para mayor espanto en la mayor parte de los casos en condiciones muy precarias, por comadronas o familiares con cuchillos y hojas de afeitar, y sin anestesia alguna ni las más elementales garantías higiénicas, son terribles y se prolongan durante el resto de sus vidas.

Musulmanes, cristianos y judíos

Los argumentos esgrimidos por los defensores de la tradición son tan variados como falsos: que se trata de una exigencia coránica (pero el libro sagrado musulmán no la establece, en muchos países islámicos no se lleva a cabo y en cambio la practican grupos de otras religiones); que hace a la mujer más limpia (cuando el resultado es exactamente el contrario); que la ayudará a tener hijos (pero multiplica los riesgos del parto); que con el clítoris se elimina su parte masculina, que podría impedir la penetración... No obstante, a nadie se le escapa que su principal objetivo es la preservación de la virginidad.

Estas prácticas son consideradas universalmente como una violación de los derechos humanos y castigadas penalmente en la mayoría de los países donde se mantienen, aunque en algunos de ellos existe una laxitud o tolerancia oficial con su aplicación en las zonas rurales donde prevalece. La ONU ha reclamado la desaparición total de la MGF para 2030, pero mientras tanto se calcula que tres millones de niñas africanas se exponen cada año a ella.

Según la Organización Mundial de la Salud, unos 130 millones de mujeres han sufrido mutilaciones genitales rituales en todo el mundo. En distintos grados, se practican en una cuarentena de naciones africanas y asiáticas y en las colonias de emigrantes de las mismas en el resto del globo. Y no son patrimonio de alguna religión en concreto, como se suele creer: en Egipto, donde para minimizar sus consecuencias se autorizó su práctica en los hospitales (posteriormente se declaró ilegal toda escisión de este tipo) las sufren la mayoría de las mujeres, tanto musulmanas como cristianas. En Etiopía las llevan a cabo los judíos. En Somalia, país con los peores datos, la cifra de menores afectadas llegó a alcanzar un estremecedor 98%.

La OMS estima que unos 130 millones de mujeres han sido víctimas de la MGF

"Si el objetivo es garantizar que se elimine esta práctica, se necesitan con urgencia más esfuerzos e intervenciones y planificación. Esto significa: legislación, defensa, educación, comunicación y forjar asociaciones con líderes religiosos, comunitarios y trabajadores de la salud”, aconsejan los autores de Secular trends in the prevalence of female genital mutilation/cutting among girls: a systematic analysis (Tendencias seculares en la prevalencia de la mutilación/corte genital femeninos entre las chicas: un análisis sistemático).

“En muchos países, la MGF se ha prohibido, pero la ley no cambia la realidad. En Egipto se penalizó en 1995 y diez años más tarde sólo había bajado un 1%”, advierte la experta Adriana Kaplan, que, adelantándose en muchos años a las recomendaciones del estudio, lleva más de tres décadas tratando de combatirla sobre el terreno desde el diálogo y la concienciación de las comunidades. “Intentamos comprender sin juzgar y, desde la comprensión, proponer nuevas estrategias para la prevención”, señala. El resultado fue el proyecto Iniciación sin mutilación, que desarrolló inicialmente en Gambia, y cuyos excelentes resultados alcanzados durante la pasada década lograron que se adoptara en otros países, como Mauritania, Kenia o Tanzania.

Su estrategia se basa en dos ejes: plantear a las comunidades que es posible preservar la tradición saltándose tan sólo su primer y sangriento paso, y demostrarles lo pernicioso de sus efectos sobre las afectadas.“Con el tiempo logramos que muchas comadronas tradicionales se dieran cuenta de que las complicaciones en los partos y sufrimientos fetales con que se encontraban con tanta frecuencia eran consecuencia directa de la mutilación. Hasta ahora, nunca los habían relacionado con la misma. Algunas incluso pensaban que los genitales cortados eran los naturales. Ahora son ellas mismas las que piden información”, se felicita la antropóloga de la Universitat Autònoma de Barcelona, donde coordina un Grupo Interdisciplinar para la Prevención y el Estudio de las Prácticas Tradicionales Perjudiciales