Los termómetros están disparados. Como habían previsto los meteorólogos, las temperaturas máximas han superado esta semana con creces los 40 grados en algunos puntos del interior de la península, y por las noches las mínimas no bajan de 20, lo que hace imposible dormir en algunos puntos de la costa. Esta tórrida situación, especialmente acuciante en el suroeste de España y Portugal, y generada por una masa de aire caliente procedente del norte de África, podría durar hasta mediados de la semana que viene.

Pero el problema no es solo de nuestro país. Las olas de calor están afectando a todo el hemisferio norte, donde se alcanzan estos días temperaturas récord. En otros tantos puntos de Estados Unidos se han batido en lo que llevamos de verano una decena de récords térmicos de todos los tiempos. Y también se han batido plusmarcas históricas de registros de termómetros en Japón.

Los expertos en clima llevan años advirtiendo de que estos fenómenos serán cada vez más duros, prolongados y frecuentes como consecuencia del calentamiento global del planeta, pero seguimos sin hacerles el suficiente caso y pagando las consecuencias.

El problema afecta este verano a todo el hemisferio norte, con cientos de víctimas

Las olas de calor no son consecuencia directa o única del cambio climático, pero este fenómeno causado por nuestras gigantescas e incesantes emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera las multiplica e intensifica. En concreto, afirman los especialistas, actualmente ya hay el doble de posibilidades de que se produzcan que antes de la era industrial.

La actual ola de calor es consecuencia de una corriente de chorro que se mueve lentamente de oeste a este con vientos que se generan a entre ocho y 11 kilómetros de altura sobre la superficie terrestre. Si esta corriente es más rápida, se genera un tiempo más variable, pero cuando su velocidad se ralentiza, el resultado es un tiempo estable y cálido. En este caso, además de hacerlo con una baja velocidad, la corriente se mueve más al norte de lo normal y ha empujado el calor del trópico, cada año más intenso debido al cambio climático, hacia nuestras latitudes.

Además de hacernos sufrir grandes incomodidades y propiciar incendios forestales cada vez más devastadores, estas olas se cobran numerosas vidas de personas que no son capaces de adaptarse a tanto calor o que no se refrescan como es debido. A menudo eso sucede en países donde no estaban acostumbrados a tanto bochorno: al menos 70 personas murieron el mes pasado en Canadá, decenas lo han hecho en Estados Unidos y más de 40 personas han fallecido en Japón. Pero tampoco se salvan los que viven en lugares más calurosos: en mayo, una ola de calor acabó con 65 personas en Karachi (sur de Pakistán), muchas de ellas tras un apagón que dejó en silencio los aparatos de aire acondicionado de la urbe.

Pobreza energética

La mayoría de las víctimas son personas mayores sin acceso a sistemas eficaces de refrigeración en sus casas (si hasta ahora había una pobreza energética relacionada con la falta de calefacción, ya la hay también vinculada con la falta de refrigeración), y a menudo con problemas respiratorios o circulatorios.

Pero hay otros colectivos de alto riesgo: las personas con problemas cardiovasculares, como la presión arterial alta, son especialmente vulnerables porque toman medicamentos que pueden deshidratarlos. Las temperaturas elevadas también pueden acelerar la formación de contaminantes como el ozono, capaz de inflamar los pulmones. Por la noche, si las temperaturas no disminuyen por debajo de los 25 grados, los cuerpos no pueden enfriarse lo suficiente como para recuperarse. Y a medida que cambia el clima, las noches se calientan más rápido que los días.

Si por la noche no se baja de los 25 grados, los cuerpos no pueden recuperarse

Las olas a menudo son más pronunciadas en áreas urbanas densas, porque el asfalto, el hormigón, el acero y el vidrio absorben la radiación solar y crean una isla de calor que puede hacer que una ciudad alcance unos cuantos grados más que su entorno. Además, el clima mundial se está volviendo errático, con partes del mundo que observan oscilaciones térmicas importantes en pocos días, lo que dificulta la adaptación de las personas.

La Organización Meteorológica Mundial (OMM) afirma que las muertes y enfermedades relacionadas con el calor han aumentado constantemente desde 1980, y que ahora el 30% de la población del planeta vive en regiones vulnerables a las olas de calor. El Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades estadounidense afirma que el calor extremo ahora causa ya más muertes en las ciudades del país que todos los demás fenómenos meteorológicos combinados.

Un estudio internacional en el que ha participado el Consejo Superior de Investigaciones Científicas estima que, en el supuesto más elevado de emisiones en España, se producirá en el país un incremento del 292% en las muertes causadas por calor en comparación con el periodo 1971-2010, que se reduciría si se aplicasen estrategias de mitigación para limitar dichas emisiones.

España es uno de los países donde más olas de calor se observan a partir de los datos analizados, y el riesgo de fallecer en estos episodios se incrementa aquí entre un 10% y un 20% ”, resalta el investigador del CSIC Aurelio Tobías, uno de sus autores, que proponen medidas como mejorar los servicios de atención sanitaria, multiplicar las fuentes públicas de agua potable, la plantación de árboles en las ciudades, la adecuación de las viviendas a las altas temperaturas, la reducción de la pobreza o la creación de un sistema de alertas que avise de las olas de calor inminentes.

“El año 2018 se perfila como uno de los más calurosos de la historia, con nuevos récords de temperatura en muchos países”, vaticina Elena Manaenkova, vicesecretaria general de la OMM. “Esto no es una sorpresa. Las olas de calor y el calor extremo experimentado estos días encajan con lo que esperamos como resultado del cambio climático causado por las emisiones de gases de efecto invernadero. No es un supuesto futuro, está sucediendo ahora”, advierte.