Mientras los seres humanos siguen empeñados en luchar por parcelar el mundo en entidades territoriales férreamente defendidas, vinculadas a sus identidades y costumbres o, más habitualmente, a los intereses económicos de sus dirigentes, e impiden a millones de personas viajar libremente de unas a otras, el resto de especies animales se trasladan regularmente a través de las fronteras sin pasaportes ni visados, demostrando que las mismas no son más que líneas imaginarias trazadas sobre los mapas del planeta.

Lo pone de manifiesto el fascinante vídeo publicado por Movebank, una base de datos en línea de libre acceso sobre migraciones animales coordinada por el Instituto Max Planck de Ornitología alemán. En la animación se pueden contemplar, en forma de líneas rosadas, los trayectos seguidos a lo largo de un año por 150 especies de animales, en su mayor parte de aves, que recorrieron al menos 500 kilómetros de distancia en una sola dirección durante al menos 45 días. La mayor parte de trazados convergen en los lugares donde existe la menor distancia posible entre continentes, como el estrecho de Gibraltar, el istmo centroamericano o el estrecho del Bósforo.

Durante su vida un charrán ártico puede volar unos 2,4 millones de kilómetros

Así, por ejemplo, la emigración entre Europa y África que se inicia a los 57 segundos de la grabación corresponde al viaje invernal de la cigüeña blanca en busca de tierras más cálidas en África. Este es una de las tres especies de las que el banco dispone de datos recabados por organizaciones científicas o conservacionistas españolas, en este caso de la Fundación Migres, juntamente con el águila imperial ibérica, para la que son facilitados por la Estación Biológica de Doñana y el buitre negro, compartidos en Movebank por el Grupo de Rehabilitación de la Fauna Autóctona y su Hábitat (GREFA). 

“El seguimiento de animales permite estudiar los efectos de la destrucción de su hábitat, del cambio climático, de la invasión de especies exóticas y de la diseminación de enfermedades infecciosas”, afirma Martin Wikelski, director del instituto impulsor del banco de datos, que utiliza información proporcionada desde 2007 por unos 3.000 científicos y organizaciones conservacionistas de todo el mundo y acumula unos 400 millones de localizaciones puntuales de animales marcados con emisores GPS u otros dispositivos de seguimiento. Lamentablemente, especies invasoras y microorganismos patógenos también realizan largos viajes, pero en este caso transportados por los seres humanos, de forma deliberada o accidental. 

Tres viajes a la Luna

Las migraciones más largas y duras las suelen protagonizar las aves, y entre ellas se lleva la palma el asombroso charrán ártico (Sterna paradisaea), un pajarillo blanco de pico rojo de apenas cien gramos de peso que es el único ser vivo que se desplaza cada año de un extremo al otro del globo: emigra del Ártico a la Antártida y viceversa, una odisea de 71.000 kilómetros anuales, lo que hace que a lo largo de su vida, que puede alcanzar los treinta años, una de estas aves, según ha acreditado su seguimiento, pueda volar unos 2,4 millones de kilómetros, equivalentes a tres viajes de ida y vuelta entre la Tierra y la Luna.

Los científicos no han logrado desentrañar todavía las razones de semejante desplazamiento, que algunos ejemplares realizan sobrevolando África y otros el continente americano. Pero el charrán realiza este larguísimo recorrido deteniéndose a comer y descansar. Hay otra ave, la aguja colipinta (Limosa lapponica), que puede viajar miles de kilómetros sin detenerse. Un ejemplar anillado recorrió 11.500 kilómetros en un solo viaje sin paradas entre Alaska y Nueva Zelanda, el vuelo ininterrumpido más largo que se haya registrado nunca, durante el que el animal llegó a dormir mientras seguía avanzando, desconectando parcelas de su cerebro. Las agujas llegan a terminar viajes como este en apenas dos o tres días, aprovechando vientos favorables.

Bancos de sardinas de 15 kilómetros de largo recorren las costas surafricanas

Por número de individuos, probablemente la mayor emigración animal del planeta sea la de las sardinas de la especie Sardinops sagax que se aproximan en invierno, entre mayo y julio, a las costas surafricanas del Índico en un viaje de unos 1.500 kilómetros en busca de aguas más cálidas que realizan bancos de hasta 15 kilómetros de longitud que se hunden en el mar hasta 60 metros, alguno de los cuales ha sido fotografiado por satélites desde el espacio, y en los que se agrupan miles de millones de individuos.

Y hasta animales tan pequeños y frágiles como las mariposas monarca atraviesan América del Norte, entre México y Canadá, en un viaje de 5.000 kilómetros, una proeza que incluso supera el diminuto pulgón de la hoja del maíz, un ser de apenas dos milímetros de longitud que atraviesa Estados Unidos de sur a norte en busca de hojas tiernas a lo largo de un millar de kilómetros.

Pero probablemente ninguna migración animal ha sido tan filmada y fotografiada como la que protagonizan un millón de ñues y cientos de miles de cebras y gacelas en mayo huyendo de la sequía y siguiendo las lluvias a través del parque nacional tanzano de Serengueti. Un viaje de 3.000 kilómetros durante el que este ejército de ungulados consume unas 4.000 toneladas de hierba al día. Se calcula que un 5% de los animales no alcanza su destino. Muchos de ellos mueren al cruzar los ríos del recorrido, como el Mara, infestados de cocodrilos y otros depredadores que los esperan pacientemente cada temporada.

El ser humano no para de poner obstáculos a estos viajes, pero en algunos casos estos se han visto removidos: entre 1968 y 2004, las cebras de Burchell del delta del Okavango, en Botsuana, vieron imposibilitado el periplo hacia el sureste que habían realizado durante miles de años hasta los salares de Makgadikgadi a causa de una inmensa valla levantada por los granjeros para aislar al ganado de los depredadores salvajes. Hoy ya pueden volver a emprender el viaje cada año.