El pasado mes de enero, las llamas arrasaron más de medio millón de hectáreas del centro sur de Chile aniquilando a su paso bosques, matorrales, viñas, animales, casas, y hasta poblados enteros. De entre las cenizas surgieron nuevas víctimas con la que nadie había contado: las abejas.

Se calcula que unas 4.500 colmenas resultaron quemadas en los incendios, lo que equivaldría a entre 250 y 400 millones de abejas, según los catastros realizados por la Red Nacional Apícola de Chile. Pero no son las que perecieron las que preocupan a los expertos, sino las que sobrevivieron. Las flores de las que extraían el néctar han desaparecido con el fuego y tardarán años en recuperarse.

Chile alberga cerca del 2% del total de abejas silvestres de todo el mundo, es decir unas 440 especies que se caracterizan por no ser sociales, no vivir en familia y no producir miel. Sin embargo, “resultan vitales para el sustento de los ecosistemas naturales, el bosque nativo y para todo lo que conocemos que era Chile antes de la intervención humana”, explica Patricia Aldea, investigadora y directora del Centro para el Emprendimiento Apícola de la Universidad Mayor de Santiago (Chile).

Estos insectos son especialmente vulnerables al cambio climático ya que tienen poca capacidad de reacción ante los desastres naturales, cada vez más frecuentes en la región. “Los incendios son un grave factor para la biodiversidad de los polinizadores nativos”, estima Aldea, que evalúa la pérdida de abejas nativas, para las que todavía no hay estudios oficiales.

Desastres naturales

Además de incrementar los incendios, el calentamiento global está cambiando rápidamente los regímenes de lluvia en América Latina. “Zonas con relativa o poca precipitación comparativamente están teniendo más agua y otras zonas que habitualmente eran más húmedas se están volviendo más secas. Ante esto hay algunos animales que tienen más posibilidad de moverse que otros”, indica Leonardo Galetto, biólogo e investigador del Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal de la Universidad de Córdoba (Argentina).

Ante estas inundaciones, los incendios o el cambio del uso del suelo como ocurre con los grandes monocultivos de soja en Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay, la mayoría de estas abejas –que son solitarias y hacen nidos en el suelo o en madera– “se ven directamente afectadas”, añade Galetto.

Junto con mosquitos y mariposas, las abejas son los polinizadores más importantes. De las 20.000 especies registradas en el mundo, 5.000 se encuentran en Sudamérica. Mil de ellas están en Argentina, donde desempeñan un papel esencial en la polinización de algunos productos típicos de este continente (maracuyá, cacao, cocos o café), un rol que no pueden ejercer las abejas de la miel.

“Es un impacto importante para las poblaciones de abejas nativas porque algunas están en retroceso y esa pérdida de diversidad es difícil de cuantificar”, señala el biólogo, quien ha participado recientemente en una publicación de Naciones Unidas sobre las políticas necesarias a escala global para mantener la población de estos insectos.

Los incendios 

En Chile, de las 500.000 hectáreas quemadas en el país a principios de año, más de 200.000 correspondían a flora apícola. “Contabilizamos unas 35.000 colmenas en áreas calcinadas. Ahora hay que mantenerlas durante los próximos seis u ocho meses porque no tienen de dónde sacar alimento”, recalca Misael Cuevas, presidente de la Federación Red Nacional Apícola de Chile.

Los efectos de los incendios se suman a una extensa sequía que ya sufría el país latinoamericano. “Las colmenas estaban pasando por un periodo largo y más o menos anormal de hambre porque, a causa de la aridez, mucha flora que debería haber estado disponible en enero no lo estuvo. Muchos apicultores empezaron a suplir con alimento desde entonces”, señala Aldea.

La amenaza de las lluvias

En Argentina, uno de los mayores países exportadores de miel del mundo, la situación se repite, pero en este caso, provocada por las intensas lluvias que se registraron este año en varias provincias del norte del país que pasaron de sequía intensa a exceso hídrico.

Las precipitaciones que se han visto acentuadas por el fenómeno de El Niño han generado la eliminación de los nectarios, una glándula que permite a algunas flores segregar el néctar. Así, las abundantes y fuertes lluvias han producido pérdidas de “cadenas de floración de las especies nativas más relevantes”, apunta Luis Dante Cerquetti, presidente de la Asociación de Apicultores del Nordeste, en la provincia argentina de Corrientes, un área donde el 80% de los apicultores son pequeños productores.