Una barrera vegetal de 7.700 kilómetros de longitud y 15 kilómetros de anchura, desde Senegal hasta Yibuti, destinada a frenar el avance del mayor desierto del planeta. Esa era la idea inicial de la Gran Muralla Verde del Sáhara y el Sahel, un proyecto lanzado en 2007 por la Unión Africana (UA) para intentar salvar las tierras fértiles del norte de África todavía no devoradas por la erosión y la arena, y a sus habitantes, cerca de 500 millones de personas, de la hambruna que dicho proceso causaría.

El continente africano es sin duda el que va a sufrir con mayor dureza los efectos del cambio climático. Según la ONU, esos 500 millones de africanos verán empeorar sus vidas por el calentamiento global, 60 millones perderán sus hogares en los próximos cinco años por culpa de la desertificación y en tan sólo una década podrían volverse estériles dos tercios de toda la tierra cultivable entre el Mediterráneo y el cabo Agulhas.

De aquí a 2025 pueden perderse dos tercios de la tierra cultivable de todo el continente

El bosque continuo del Atlántico al Mar Rojo, de 11,6 millones de hectáreas, que aspira a convertirse en uno de los grandes pulmones verdes de la Tierra, tiene un plazo previsto para su culminación de dos décadas. Pero el concepto de la GGWSSI, en sus siglas en inglés ha evolucionado a lo largo de la primera de ellas, ya casi transcurrida. La iniciativa de la franja de árboles, que se empezaron a plantar en 2008 y de la que solamente se ha cubierto un 15%, se ve ahora complementada por numerosos proyectos de agricultura sostenible y recuperación de técnicas de cultivo tradicionales, gestión del agua, reintroducción de especies o fijación de dunas.

La GGWSSI es un plan de dimensiones colosales que implica a once estados africanos -Burkina Faso, Yibuti, Eritrea, Etiopía, Malí, Mauritania, Níger, Nigeria, Senegal, Sudán y Chad- y que cuenta con un presupuesto de 4.000 millones de dólares (unos 3.700 millones de euros), comprometidos en la Cumbre del Clima de París de 2015, que deben ser aportados principalmente por el Banco Mundial, el Banco Africano de Desarrollo, la Unión Europea, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura y entidades privadas como la International Conservation Caucus Foundation.

Maravilla del siglo XXI

Según sus impulsores, estamos asistiendo al nacimiento del primer muro "diseñado para unir a los pueblos" que atraviesa en lugar de para separarlos. La surafricana Nkosazana Dlamini-Zuma, presidenta de turno de la Comisión de la UA -la primera mujer que ha ocupado este cargo-, proclama sin ambages que el mismo está llamado a convertirse en "una de las maravillas del siglo XXI".

Pero no todo el mundo es tan optimista respecto al progreso y eficacia del proyecto. Además de la enorme lentitud con que se avanza, y de la aún mayor que necesitará la regeneración natural del ecosistema a partir del momento en que los plantones empiecen a arraigar, algunos científicos apuntan que frenar la desertización no es solamente cuestión de plantar árboles. Factores que la favorecen como la falta de lluvias, la presión demográfica y la consiguiente sobreexplotación agrícola precisan de otras medidas para ser contrarrestados.

En ocho años sólo se ha completado un 15% del proyecto, en su mayor parte en Senegal

En 1978, China empezó a construir su propia muralla verde a lo largo de 500 kilómetros para detener el avance hacia el sur del desierto del Gobi. Desde entonces se han plantado unos 70.000 millones de árboles, pero el desierto sigue extendiéndose y muchos ejemplares mueren jóvenes, o ni tan siquiera logran salir adelante. De ahí que se estén incorporando nuevas variables a la estrategia a seguir en la GGWSSI, revisada en la primera cumbre de los países implicados celebrada este año en Dakar (Senegal), donde los gobiernos presentaron sus respectivos planes nacionales. 

El país que más ha avanzado en la plantación es Senegal, que ha conseguido reverdecer una extensión de unos 150 kilómetros de largo y espera alargarla unos 390 kilómetros más a lo largo de la próxima década. Junto con Burkina Faso, son los responsables de la mayor parte del 15% de la muralla que ya es una realidad. Unas 40.000 hectáreas del norte del territorio senegalés vuelven a estar cubiertas de árboles de especies autóctonas como las acacias, que no necesitan del aporte de riego, aunque el objetivo final, aún muy lejano, es reforestar 817.000. Cada año se plantan casi dos millones de plantones sobre unas 5.000 más, y sobreviven entre el 70 y el 75% de los mismos. También se plantan arbustos medicinales y plantas comestibles o de forraje. El Gobierno de Dakar destina a este tema 1,5 millones de euros anuales.

Unas 350.000 personas, según datos del ejecutivo senegalés, ya se benefician del proyecto del muro verde en las tres provincias que atraviesa y, según testimonios locales, numerosas especies animales -como antílopes, liebres y aves- han vuelto a ser vistas en lugares de donde habían desaparecido hace más de medio siglo. "Cuando hay árboles, los microorganismos en la tierra se regeneran y ayudan a otros organismos a vivir. Al principio es una transformación invisible, pero es muy importante", explica Papa Sarr, director técnico de la Agencia Nacional de la Gran Muralla Verde en Senegal. Además, la sombra que ofrecen sus copas evita la evaporación del agua y protege a otras especies vegetales, lo que favorece la regeneración natural del ecosistema. El muro verde avanza muy lentamente, mientras el Sáhara lo hace a pasos agigantados.