El cambio climático no existe. Es un concepto ideado "por y para los chinos" para "hacer menos competitiva la industria estadounidense". Cuatro días después de la entrada en vigor del histórico acuerdo de París para frenar el calentamiento global, los norteamericanos elegían como nuevo presidente al autor de estas afirmaciones, Donald J. Trump, un empresario ultraliberal que a partir de enero ocupará durante cuatro años la Casa Blanca contando con mayoría en las dos cámaras parlamentarias y que ha proclamado su intención de desmantelar hasta los cimientos el legado de Barack Obama, sin lugar a dudas el político más sensible a los problemas medioambientales que ha ocupado el puesto en la historia de la primera potencia mundial. 

La más conocida de sus bravatas ambientales ha sido su promesa de sacar a Estados Unidos del acuerdo de París, firmado por 196 países y ratificado ya por más de la mitad de ellos, que trata de dejar por debajo de los dos grados -respecto a los niveles preindustriales- el aumento medio de la temperatura del planeta a finales de siglo. Sus detalles se están discutiendo precisamente esta semana en la cumbre de Marrakech (Marruecos), que finaliza oficialmente el viernes.

El empresario designa a un negacionista para el traspaso de la política medioambiental

El resultado de las elecciones norteamericanas ha sido "un desastre absoluto para el planeta", opina Kevin Trenberth, experto del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de dicho país, uno de los mayores especialistas mundiales en cambio climático, como lo es también Michael Mann, especialista en Ciencias de la Atmósfera, quien teme que la presidencia de Trump "podría hacer imposible estabilizar el calentamiento del planeta por debajo de los niveles peligrosos".

Desde los sectores ecologistas no es menor el miedo a los efectos del mandato del populista mandatario electo. "Millones de estadounidenses han votado por un negador del calentamiento global amante del carbón dispuesto a condenar a la gente en todo el mundo a la pobreza, el hambre y la muerte por el cambio climático", denuncia Benjamin Schreiber, director del área de clima de Amigos de la Tierra en Estados Unidos, para quien su país "puede convertirse en un estado delincuente" en este terreno.

Esquisto y fracking

Por de pronto, Trump ya ha designado a uno de los más destacados negacionistas estadounidenses, Myron Ebell, una verdadera bestia negra para científicos y ecologistas -durante la cumbre de París de 2015 se colocaron pasquines con su efigie acusándole de "criminal climático"- como miembro del equipo que debe pilotar durante las próximas semanas la transición de una a otra administración. En concreto, como el responsable de asumir la responsabilidad de la Agencia de Protección Ambiental federal.

Ebell, de 63 años, ha recibido decenas de millones de dólares de financiación del gigante petrolero Exxon y de la industria del carbón para sus trabajos en el ultraconservador Instituto de la Empresa Competitiva, un grupo de presión en Washington en el que dirige las áreas de energía y medio ambiente, lo que le permitió publicar incluso artículos a toda página en The New York Times donde rechazaba aquello que suscriben ya la inmensa mayoría de los científicos de todo el mundo, así como la clase política en su inmensa mayoría, y hasta el Pentágono. A su juicio, "el cambio climático no es nada de lo que preocuparse" y el programa de energías limpias de Obama, una medida "ilegal".

Ebell ya trabaja en la agenda de trabajo ambiental de Trump para los primeros cien días de mandato, que podría incluir algunas de las graves amenazas para el planeta emitidas durante su campaña electoral: sacar al segundo mayor generador de emisiones del planeta del acuerdo de París, anular los límites impuestos por Obama a la contaminación generada por las plantas de carbón, eliminar las restricciones de la anterior administración a la explotación de gas de esquisto, fracking, nuevos yacimientos de petróleo y minas de carbón -que forman parte del Plan de Energías Limpias de la administración Obama- y permitir que salga adelante el polémico proyecto del oleoducto Keystone XL, entre otras.

Para salir del tratado de París hay que esperar tres años, tras uno de notificación previa

En el Contrato de Donald Trump con el votante estadounidense difundido el mes pasado durante la campaña, el entonces candidato situaba entre sus medidas concretas para el primer día de mandato, y en el apartado de siete decisiones destinadas a "proteger a los trabajadores norteamericanos", las siguientes: "levantar las restricciones a la producción generadora de empleo de 50 billones de dólares de las reservas energéticas de Estados Unidos, incluyendo esquisto, petróleo, gas natural y carbón limpio" (medida quinta), "levantar los bloqueos de Obama y Clinton y permitir salir adelante proyectos vitales de infraestructura energética como el oleoducto Keystone" (medida sexta) y "cancelar miles de millones de dólares en pagos a programas de cambio climático de las Naciones Unidas, y utilizar el dinero para mejorar las infraestructuras de agua y medio ambiente de Estados Unidos" (medida séptima).

Sin embargo, Trump tal vez no pueda cumplir algunas de sus promesas. Sacar a Estados Unidos de París no le resultaría fácil. Según los términos del documento, los países firmantes sólo pueden dejar el acuerdo al cabo de tres años de su entrada en vigor, y después de un año transcurrido desde la notificación previa. En el proceso se le iría todo el mandato. Técnicamente, sí podría denunciar el tratado, pero tendría que esperar a finales de 2019. El artículo 28 del mismo establece que "cualquiera de las partes" puede hacerlo por medio de una notificación por escrito “en cualquier momento” después de que hayan transcurrido igualmente “tres años a partir de la fecha de entrada en vigor” del compromiso. La denuncia se haría efectiva al cabo de un año. Antes de estos plazos, el país firmante seguiría comprometido legalmente con el documento firmado y ratificado, así que también en ello se le escurriría entre los dedos toda la legislatura.

Entre los nombres que se barajan para la composición del primer Gobierno de Trump está el de la polémica exgobernadora de Alaska Sarah Palin como posible secretaria de Interior. Se trata de una de las políticas menos sensibles a los temas medioambientales de todo el elenco republicano. En su opinión, "el gas y el petróleo son cosas que Dios puso en esta parte de planeta para el uso de la humanidad" y es partidaria de extraerlos allá donde se encuentren, incluso en el Ártico o en parques nacionales como los de Yosemite, Yellowstone o los Everglades, tierras de titularidad pública que estarían bajo la jurisdicción de su departamento. Como secretario de Energía se postula a Harold Hamm, un multimillonario del sector petrolero. Como poner a un zorro al cuidado del gallinero.