Un orangután se acerca al cristal. Hace muecas, se tumba y agarra unos cuantos plátanos. Mientras, al otro lado de la superficie transparente, decenas de turistas le hacen fotos. Estamos en el Centro de Rehabilitación de Orangutanes de Sepilok, en el Borneo malayo. Cada día, miles de cámaras capturan la rutina de los orangutanes de este centro dedicado a la conservación de una especie de la que, según calculaba la experta Biruté Galdikas en una entrevista de 2013, queda una población de menos de 60.000 individuos. La mitad que hace 40 años. Todos se encuentran en este rincón del globo, entre la islas de Sumatra y Borneo, de donde son originarios y de donde procede su nombre, que significa 'hombre de los bosques', orangutan en malayo.

El principal problema
al que se enfrenta el primate son las plantaciones de palma 

El primate se ha visto aniquilado por el mayor depredador del planeta: el ser humano. La deforestación, la caza furtiva o las minas de oro eran sus mayores enemigos hasta principios de este siglo. Ahora, también acorde a lo que cuenta la autora de Reflejos del Edén. Mis años con los orangutanes de Borneo, el principal problema son las plantaciones para producir aceite de palma. Todos estos factores generan dos consecuencias directas: la necesidad de los animales de buscar un nuevo hábitat adecuado –lo que supone una migración a la que no están acostumbrados– y la pérdida de una comunidad que les respalde, que necesitan a pesar de ser mucho más solitarios que la mayoría de primates.

Todo esto lo cuentan los paneles informativos de Sepilok, donde cientos de visitantes guardan cola para disfrutar de uno de los dos paseos diarios que permite el centro, a las 10 de la mañana y a las dos de la tarde. La ruta permite acceder al jardín contiguo a la clínica, donde juegan los orangutanes más pequeños, y a la plataforma donde un cuidador dispone una de las comidas del día. Los animales acuden a estos lugares, explica uno de los empleados, porque están desorientados y el centro es ahora su anclaje en medio de una selva en la que ya se siente desubicados. Aquí los acogen hasta que puedan ser de nuevo independientes. Se les vacuna, se les toman muestras para prevenir posibles dolencias y se les da de comer mientras no puedan valerse por si mismos.

Los orangutanes, que comparten el 97% de su estructura genética con nosotros, llegan a medir un metro y medio de alto y hasta dos de envergadura (longitud de los brazos en cruz) y por eso se mueven con todas sus extremidades. Duermen en nidos construidos en las alturas y se alimentan de frutas y hierbas –aunque, de vez en cuando, consumen carne–. La relación de los bebés con la madre dura hasta los siete años de una vida media en torno a los 40. En ese momento se emancipan y pasan a buscarse un territorio propio de unos cinco kilómetros cuadrados de bosque, una extensión cada vez más escasa en la gran isla del Pacífico.

4.000 dólares por ejemplar

Lo sabe bien la bióloga y veterinaria María Suarez. Ella, junto al fotógrafo Alejo Sabugo, pasó una temporada entre 2012 y 2013 en el Centro de Rehabilitación de Tanjing Puting, al sur de Borneo, en la parte indonesia. Ambos, nacidos en Asturias hace 39 y 38 años respectivamente, documentaron la labor de esta institución y se encontraron con un "escenario bastante devastado". La estampa es la que provoca que haya este tipo de refugios. Que, en realidad, "deberían ser prescindibles", opina la experta en fauna salvaje y primatología.

"Utilizan a los animales como un reclamo, pero a la vez realizan una tarea fundamental"

"El problema es la destrucción de su hábitat. Los orangutanes necesitan moverse y llegan a los núcleos urbanos, lo que provoca que sean vulnerables a las enfermedades y al tráfico. La especialista en fauna salvaje achaca este "desastre natural" a la producción de aceite de palma y, aunque tiene sus "sentimientos encontrados" con los centros de conservación, cree que ahora mismo su función es esencial. "Los gobiernos se están moviendo algo, pero si no hay colaboración de todas las partes no se conseguirá nada", aduce la fundadora de la web aceitedepalma.org.

"Es complicado responder de forma categórica sobre si los centros son buenos o malos. Están utilizando a los orangutanes como un reclamo, pero a la vez realizan una tarea fundamental", valora. Por lo menos, el de Sepilok no es un espectáculo circense, uno de los tristes destinos habituales de los orangutanes. Su parecido físico con el ser humano les lleva a ser utilizados en peleas de boxeo o saltos a través del aro. El mercado negro para estos usos recreativos se sitúa en torno a los 4.000 dólares (3.560 euros, aproximadamente) por ejemplar y es rápidamente rentabilizado por el precio que pagan los turistas por verlos, recibir sus besos o fotografiarse junto a uno de ellos.

Desde la Fundación para el Asentamiento y la Acción en Defensa de los Animales (Faada) se considera que la mejor forma de evitar esto es "no comprar los billetes para verlo". Eso será una ayuda o, por lo menos, una forma menos dañina de viajar. Y no impide volver responsablemente con alguna foto de estos primates que crecen entre flashes. Por su bien, o a su pesar.