Noruega se ha comprometido a ser neutral en carbono (es decir, a compensar sus emisiones hasta que el balance neto sea cero) en 2030, avanzando en veinte años su anterior compromiso al respecto. El 16 de junio, el Parlamento aprobó la puesta en marcha de un programa acelerado para conseguirlo. También votó a favor de luchar contra la deforestación convirtiendo al país en el primero que prohíbe la contratación pública de productos obtenidos por medio de la tala no sostenible de árboles.

Rasmus Hansson, máximo responsable del Partido Verde, celebró la medida, que considera "una respuesta directa a los compromisos que nuestro Gobierno aceptó cuando ratificó el acuerdo de París (el pacto para limitar a un máximo de dos grados el calentamiento global a finales de siglo, alcanzado en la Cumbre del Clima de diciembre pasado), y supone que tendremos que incrementar nuestra acción climática de forma drástica. 2050 es ciencia-ficción. Pero 2030 ya está más cerca de nosotros que el año 2000”.

Una medida pionera prohibirá a las instituciones comprar madera no sostenible

Sin embargo, no todos ven posibles estos objetivos tan ambiciosos, ya que Noruega es uno de los mayores productores de gas y petróleo del mundo, y este sector representa el 45% de sus exportaciones. Por esta razón, parte de las metas fijadas se quieren conseguir a través de las compensaciones de carbono, un sistema en el cual los países contaminantes pueden pagar a otras naciones para que éstas limiten sus propias emisiones. El Régimen de comercio de derechos de emisión de la Unión Europea (UE) es el primer y más grande mercado de carbono del mundo, y es el sistema que Noruega utilizará, aunque el mismo sólo operará hasta 2020. Noruega emite anualmente 53 millones de toneladas de dióxido de carbono.

Desde el Gobierno, disconforme con la resolución aprobada, Vidar Helgesen, ministro del Clima, aclaró que la misma “está relacionada realmente con las compensaciones. No trata la reducción nacional de emisiones más allá de aquello a lo que ya contribuiremos en el marco de la política ambiental de la Unión Europea”, de la que Noruega no forma parte pero con la que mantiene estrechos vínculos. Y matizó que “la razón por la que no estamos cómodos con la propuesta es que los métodos [de reducción de emisiones] marcados por el Parlamento no están actualmente disponibles, y el único que lo está no podrá ser utilizado después de 2020”.

En la zona media

Las medidas fijadas en el acuerdo aprobado por el legislativo se basan en recurrir al sistema de comercio de emisiones de la Unión Europea, en la cooperación internacional y en la cooperación basada en proyectos. Una de las críticas más repetidas es que la resolución no incluye porcentajes o medidas concretas a aplicar para conseguir los objetivos. Los escépticos hacen hincapié en que Noruega no tiene intención de rebajar sus propias emisiones, sino de basar su neutralidad de carbono en el cálculo más o menos acertado de compensaciones, muchas de ellas basadas en la subvención de programas medioambientales en países en vías de desarrollo, de los cuales podría no haber ni siquiera los suficientes.

Sin embargo, los grupos de izquierda y ecologistas del Parlamento dejaron muy claro que lucharán para que su país llegue a ser neutral en carbono no sólo gracias a las compensaciones sino a una reducción real de las emisiones. “Nuestra postura climática neutral no querrá decir nada si no se hace de esta forma. Noruega no puede reivindicar ser un colaborador del objetivo de 1,5 grados [de aumento medio de la temperatura del planeta a finales de siglo], si continuamos impulsando la actividad petrolera y gasística”, se queja Rasmus Hansson.

Las ventas de petróleo y gas suponen el 45% de las exportaciones nacionales

No todo es modélico en la política ambiental del país escandinavo. En enero, Noruega decidió aumentar su producción de petróleo en zonas con ecosistemas frágiles y sus emisiones se incrementaron en un 1,5% en 2015, de forma que actualmente contamina un 2,4% más que en 1990. En la UE las emisiones se redujeron un 24,4% en el mismo período. La organización Climate Action Tracker, que registra las políticas que llevan a cabo 32 países para detener el cambio climático por debajo de los 2 grados, coloca a Noruega en la zona media de acciones por el clima. Por otro lado, el ministro noruego de Energía y Petróleo anunció la semana pasada que pretendía retrasar dos años las muy necesarias instalaciones de captura y almacenaje de carbono de la ciudad de Oslo, con la esperanza de que los costes de las mismas se abaraten.

Noruega podría enfrentarse a una seria crisis política si no mantiene su compromiso con el clima. Actualmente está al frente del país un gobierno conservador en minoría que recibe el apoyo sustancial del pequeño Partido Liberal, y éste ya ha expresado que retirará su favor al Ejecutivo si no concreta sus acciones para conseguir ser carbono neutral en 2030.

El mundo parece empezar a movilizarse en contra del cambio climático. Muchos otros países y ciudades han empezado también a aprobar leyes e implementar programas para reducir sus emisiones. El pasado mes de junio, el Reino Unido fijó un descenso de un 57% en sus niveles de dióxido de carbono en 2030 (con respecto a 1990). Por su parte, la ciudad estadounidense de Los Ángeles está impulsando un estudio para investigar cómo podría convertirse en una urbe 100% sostenible. De momento, en los últimos años ha invertido 57 millones de dólares (unos 51 millones de euros) en cambiar su viejo alumbrado público por luces LED, lo cual le ha ahorrado 9 millones de dólares (8,1 millones de euros) anuales en electricidad y ha reducido las emisiones de carbono en 60.000 toneladas.

Asimismo, se han adquirido cien coches eléctricos para la policía y se trabaja para ampliar la red de estaciones de carga. Barcelona también está estudiando dar pasos a ser más verde con la posible prohibición de los coches más antiguos y contaminantes, como ya ha hecho París. Son pasos significativos, que esperemos no lleguen demasiado tarde.