Mientras en diversos países del mundo se anuncian megalómanos proyectos de ciudades de nueva planta presuntamente ecológicas y sostenibles, miles de personas en todo el planeta han emprendido iniciativas mucho más modestas creando pequeñas comunidades en zonas rurales despobladas en las que se desarrolla un modo de vida realmente armónico y respetuoso con el entorno. Son las ecoaldeas.

"Una ecoaldea es un asentamiento humano, concebido a escala humana, que incluye todos los aspectos importantes para la vida, integrándolos respetuosamente en el entorno natural, que apoya formas saludables de desarrollo y que pueda persistir indefinidamente", define el modelo Robert Gilman, uno de sus grandes impulsores a nivel internacional, un astrofísico de la NASA (la agencia espacial estadounidense) que hace más de dos décadas decidió que "las estrellas pueden esperar, pero el planeta no".

La red internacional que las agrupa está presente en más de 70 países del mundo

Kosha Joubert, presidenta de la Red Global de Ecoaldeas (GEN, en sus siglas en inglés) cree que se trata de "una comunidad intencional o tradicional conscientemente diseñada por sus habitantes en la que la gente consciente valora lo que tiene, trata de integrar tecnologías innovadoras para hacer su vida más sostenible, y todo el proceso es propiedad de las personas que viven en ella".

El objetivo de una de estas comunidades es por tanto convertirse en social, económica y ecológicamente autosuficiente. Por ello, la media de población que acogen oscila entre las 50 y las 150 personas. La eficiencia energética, el ahorro en desplazamientos, la producción y el consumo cien por cien ecológicos, la arquitectura bioclimática, una completa autogestión y un profundo sentido colectivo de pertenencia al grupo son algunos de sus fundamentos.

Basado en experiencias comunales de los años 60 y 70 –como las vinculadas al movimiento hippy, entre otras influencias– el movimiento nació tras la reunión de un grupo de apenas dos docenas de activistas en Findhorn (Escocia, Reino Unido) en 1995. Hoy, la GEN agrupa a cientos de comunidades creadas en más de 70 países, con experiencias de gran éxito como las del Yarrow Ecovillage (Canadá), The Wintles (Reino Unido) o Torri Superiore (asentada en un pueblo medieval del norte de Italia). Incluso las hay en la periferia de grandes ciudades, como en Los Angeles Eco-Village estadounidense, y hasta en pleno centro, como la del barrio de Christiania, en Copenhague (Dinamarca). En 1998, las primeras ecoaldeas fueron incorporadas a la Lista Global de 100 Mejores Prácticas de las Naciones Unidas, como modelos de vida sostenible.

De la ciudad al campo

En España, opera desde hace 17 años la Red Ibérica de Ecoaldeas, la más veterana y consolidada de Europa, cuya actividad ha recibido un cierto impulso debido a la crisis económica, que ha llevado a algunos urbanitas, aunque no demasiados, a apostar por un modelo de vida distinto, libre de las ataduras sociales y financieras de la sociedad de consumo y que les garantice una mejor calidad de existencia. Actualmente hay una veintena de estas comunidades en el país, en las que viven, aunque no existe un censo preciso de sus habitantes, alrededor de un millar de personas

Ciertamente, pese a la tendencia creciente, todavía son pocas. Ni con la crisis se ha producido un gran éxodo de la ciudad al campo. "El flujo entre áreas urbanas y áreas rurales está estabilizado y es muy poco relevante si consideramos la población de España en su conjunto. Las zonas rurales no están actuando como áreas-refugio”, explica el experto en el mundo rural e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas Ángel Paniagua. En 2013, el saldo migratorio entre campo y ciudad se decantó por 22.000 personas de diferencia hacia las áreas urbanas.

Algunas han rescatado varios de los 3.500 pueblos españoles abandonados

El modelo de las ecoaldeas ha permitido rescatar de la ruina a algunos de los más de 3.500 pueblos abandonados que, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, hay en España. Unos 1.500 de ellos están a la venta, algunos a precios irrisorios comparados con las abusivas tarifas del metro cuadrado en las grandes capitales. En la provincia de Lugo se puso a la venta uno de seis casas y 13.000 metros cuadrados de terreno por 60.000 euros. 

Aunque algunas de estas comunidades tienen más de tres décadas de existencia, como la de Lakabe (Navarra) o la de Los Portales (Sevilla), todavía existe un vacío legal al respecto. Algunas operan bajo la forma de una cooperativa, mientras otras son regidas por una fundación o asociación para poder vender los productos que generan (Los Portales, por ejemplo, que resucitó un pueblo andaluz abandonado y donde viven unas cuarenta personas, produce cereales, queso, pan y aceite de oliva).

"Nos acercamos mucho más a una huella ecológica ligera para el planeta, y ligera en lo económico para las personas”, asegura Mauge Cañada, de Lakabe,  un proyecto que cuenta ya con 36 años a sus espaldas, lo que lo convierte en el más antiguo del país. "La gestión de recursos, de energía, residuos…, es mucho más sostenible en una escala comunitaria que si cada habitante de un pueblo tuviera que resolver sus necesidades por separado", destaca Kevin Lluch, quien reside en Los Portales, y para quien "desde la perspectiva social también es más enriquecedor, ya que el modelo estimula la cooperación y el trabajo en equipo y permite desarrollar formas de organización verdaderamente democráticas". "Todo esto, que parece algo de sentido común, sin embargo, raramente es tenido en cuenta en el urbanismo moderno”, afirma Bob Tomlinson, fundador de The Wintles en Inglaterra. Y así le va a la Tierra.