La construcción de presas está en auge, sobre todo en los países en desarrollo. Ante el constante aumento de la población y la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, se postulan como una solución verde para aumentar la producción eléctrica e impulsar el crecimiento económico. Sin embargo, muchos de los proyectos se llevan a cabo sin tener en consideración los daños medioambientales y sociales que pueden acarrear. Y no son pocos.

Actualmente, se están diseñando o construyendo unas 450 presas en las cuencas hidrográficas que atesoran mayor riqueza natural del mundo: el Amazonas (América del Sur), el Congo (centro de África) y el Mekong (sureste de Asia). “Los proyectos ponen el foco en las necesidades energéticas de los pueblos sobreestimando los beneficios económicos y subestimando los efectos sobre la biodiversidad y la pesca”, denuncian un grupo de investigadores de 30 instituciones académicas, gubernamentales y de conservación de ocho países diferentes en un estudio publicado en la revista Science.

La fuente de energía renovable más empleada en el mundo es la hidroeléctrica

En concreto, las presas analizadas ponen en riesgo a unas 4.000 especies de peces de agua dulce, un tercio de las que hay en el mundo. Las barreras de hormigón reducen la diversidad, impiden la conexión entre las distintas poblaciones fluviales y no permiten a las especies migratorias completar sus ciclos de vida. Además, modifican y atenúan las inundaciones estacionales que se producen en la temporada de lluvias en muchos países tropicales, que resultan claves para muchos animales.

Los científicos denuncian que los estudios ambientales que deben preceder a los proyectos de embalses son insuficientes y opacos, y que no tienen en cuenta los efectos de las infraestructuras sobre el entorno a largo plazo. Los constructores realizan Evaluaciones de Impacto Ambiental (EIA) y proponen medidas de mitigación, como las escaleras para peces, una estrategia que en muchas ocasiones es considerada ineficaz y perjudicial. “Incluso cuando las evaluaciones de impacto ambiental son obligatorias, se pueden gastar millones de dólares en estudios que no tienen ninguna influencia real en los proyectos, a veces porque se finalizan cuando la construcción ya está en marcha”, critican los expertos.

Los autores del trabajo reclaman utilizar métodos analíticos más modernos que tengan en cuenta todos los impactos sobre el medio ambiente y las comunidades locales. El objetivo es proteger los recursos naturales y, al mismo tiempo, aprovechar el potencial de la energía hidroeléctrica, la fuente de energía renovable más empleada en el mundo, que representa el 16% de la electricidad a nivel global, tal y como detalla en su último estudio la Asociación Internacional de la Hidroelectricidad (IHA, por sus siglas en inglés).

Asimismo, proponen a los gobiernos y las empresas que comparen los costes y beneficios de la energía hidroeléctrica con los de proyectos alternativos de energía solar y eólica, puesto que la mayoría de represas no tienen una suficiente justificación económica.

Un alto coste para los pueblos indígenas

Los expertos pretenden evitar la construcción de obras “destructivas” como la de Belo Monte, en el noreste de Brasil, en el río Xingú, un importante afluente del Amazonas. Se trata de un complejo de presas que puede marcar un nuevo récord en la pérdida de la biodiversidad debido a su ubicación en un territorio excepcional con numerosas especies endémicas. Está previsto que inunde 516 kilómetros cuadrados de bosque, zonas de cultivo e incluso áreas urbanas.

La obra aspira a convertirse en la tercera central hidroeléctrica más grande del mundo, en un ranking liderado por la polémica presa de las Tres Gargantas, en el río Yangtsé, en China –país que lidera la producción de este tipo de energía–, para cuya construcción se expulsó de sus tierras a más de millón y medio de personas.

Un aspecto poco conocido de los grandes depósitos de agua que se levantan junto a las presas es que conllevan un riesgo elevado para la salud humana, puesto que son perfectos para la propagación de mosquitos y otros insectos transmisores de enfermedades tropicales graves como la malaria.

Hay personas que se juegan la vida para detener la obra de los destructivos muros

“Somos escépticos respecto al hecho de que las comunidades rurales en el Amazonas, el Congo y el Mekong obtengan más beneficios por el suministro de energía y la creación de empleo que perjuicios por la pérdida de pesquerías, su agricultura y sus propiedades”, afirman los autores del estudio.

La ONG Survival International lleva años denunciando el alto coste de las presas para los pueblos indígenas, quienes a pesar de vivir en el corazón de las zonas afectadas, no tienen nunca voz en los proyectos y son expulsados violentamente de sus tierras. Es, por ejemplo, la dura experiencia vivida por los ocho grupos étnicos –que suman unas 200.000 personas– asentados a lo largo del río Omo, en Etiopía, donde se halla la gigantesca presa llamada Gilgel Gibe III.

Hay personas que batallan en primera línea, jugándose la vida para detener la construcción de los destructivos muros de hormigón. Es el caso de la activista hondureña Berta Cáceres, quien lideraba las protestas contra el proyecto Agua Zarca, una presa sobre el río Gualcarque destinada a la producción hidroeléctrica que dejaría sin acceso al elemento vital a las comunidades de indígenas lencas de la zona. "Me siguen. Amenazan con matarme, con secuestrarme, con agredir a mi familia. Eso es a lo que nos enfrentamos”, explicaba Cáceres. 

Y es que son precisamente los proyectos hidroeléctricos como el de Agua Zarca los más peligrosos para quienes deciden enfrentarse pacíficamente a ellos. Cáceres, todo un ejemplo para su pueblo y para los defensores de la naturaleza, fue asesinada a tiros por dos individuos en su propia casa de la ciudad de La Esperanza, a unos 200 kilómetros al noroeste de la capital, Tegucigalpa, el pasado 3 de marzo.