Una colonia de murciélagos de las especies que habitan en nuestras latitudes, que no se cuentan ni con mucho entre las más grandes del mundo, puede devorar entre 15 y 30 toneladas de insectos al año (y eso que durante varios meses hibernan). La que vive en las cuevas de Carlsbad, en Nuevo México (Estados Unidos), estimada en un millón de ejemplares, se come cada noche un volumen de invertebrados que equivale al de 25 elefantes.

Así que los quirópteros son un eficaz aliado en la lucha contra determinadas plagas. Y una de las peores que sufrimos en los últimos años en la península es la del mosquito tigre (Aedes albopictus), un insecto invasor procedente de Asia Oriental que llegó a España hacia 2004 y cuyos dolorosos picotazos pueden transmitir además algunas enfermedades graves como el dengue, la chikungunya o el virus zika del que tanto se habla estos días.

La bióloga Kathrin Barboza, que estudia los murciélagos que habitan en Madrid, asegura que un solo ejemplar del murciélago común o enano (Pipistrellus pipistrellus), uno de los más pequeños de Europa, de entre 3,5 y 5 centímetros de longitud y tan sólo entre 3,5 y ocho gramos de peso, puede zamparse hasta 600 mosquitos en una hora.

Un solo ejemplar de menos de 8 gramos se puede comer 600 insectos en una hora

Pero, pese a tratarse de animales que no sólo no nos causan ningún perjuicio (aparte de sus molestas acumulaciones de excrementos, el guano, muy apreciado antiguamente como abono debido a sus elevados niveles de nitrógeno y fosfato), sino que nos resultan potencialmente tan útiles, estamos acabando con ellos.

Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), que redacta los libros rojos con las listas de los animales más amenazados, el 23% de las 1.240 especies de quirópteros que sobreviven en todo el planeta están en clara regresión. Su presencia en nuestros pueblos y ciudades es cada día más escasa, debido a las mayores dificultades que las construcciones modernas les plantean a la hora de encontrar el refugio donde pasar el día.

Barcelona ha decidido ayudarles a encontrar vivienda para que, además de enriquecer la biodiversidad de la capital catalana, contribuyan a mantener a raya a la creciente población de mosquitos foráneos. Para ello, se han empezado a instalar torres-nido en una quincena de huertos urbanos, cuyos usuarios están entre los ciudadanos más afectados por las picaduras, y también en unos pocos parques.

A lo largo de este mes se colocarán 18 de ellas, en las que, ante la dificultad de encontrar edificios o árboles adecuados y convenientemente orientados, los habitáculos se sitúan en lo alto de un poste de tres metros de altura. Cada uno ellos puede acoger a varios cientos de los diminutos murciélagos que habitan en la ciudad, pertenecientes a ocho especies distintas, y les permitirán criar en su interior. Además, su diseño hace posible añadir a la torre otras cajas-nido para pequeñas aves insectívoras.

Cada instalación está coronada por dos nidos diseñados para que los biólogos puedan examinar su interior. Están hechos de madera procedente de bosques certificados como de explotación sostenible, mientras el poste que los soporta es de madera tratada.

Nunca tocar con la mano

El momento elegido para instalar los nidos se corresponde con el final del periodo de hibernación de los murciélagos, que éstos pasan en lugares que les garanticen una temperatura constante y un cierto grado de humedad. Normalmente se trata de cuevas y cavidades ubicadas fuera de la trama urbana, a la que regresarán en primavera para alimentarse y reproducirse. Será entonces cuando se encontrarán con una nueva e inesperada oferta residencial.

Desde el Ayuntamiento de Barcelona se quiere dejar bien claro que ninguna de las ocho especies de quirópteros que acoge la ciudad es peligrosa para el ser humano, aunque advierte de que, como es de sentido común, nunca se les debe tocar con la mano, porque son animales salvajes que muerden con sus agudos incisivos cuando se sienten agredidos.

Al contrario, los quirópteros ayudarán a controlar a unas poblaciones de mosquitos, moscas y otros insectos voladores que sí pueden transmitir enfermedades víricas o bacteriológicas a las personas o los animales domésticos. Los murciélagos resultan perfectos reguladores ecosistémicos, pues pueden comerse al insecto vector de la dolencia sin desarrollarla en su interior.

Asimismo, los pequeños mamíferos voladores pueden ayudar a reducir las colonias de plagas del arbolado como la procesionaria del pino (Thaumetopoea pityocampa), especialmente virulenta este año, cuando la eclosión de las orugas, que llevan a cabo sus desplazamientos formando largos convoyesse ha adelantado hasta dos meses en algunas zonas costeras del Mediterráneo a causa del cálido y seco invierno que se viene registrando, y que puede resultar mortífera no solamente para estos árboles.

También depredan a la procesionaria del pino, en auge por los últimos inviernos suaves

"La oruga es especialmente peligrosa para niños y mascotas porque su curiosidad les impulsa a tocarlas, a olisquearlas, chuparlas o incluso comérselas”, afirma María Pifarré, del Colegio Oficial de Veterinarios de Barcelona. "La toxina que liberan los pelos de estas orugas es histamina, sustancia que desencadena las reacciones alérgicas defensivas del organismo", revela.

En el caso de perros o gatos que se coman las orugas, la reacción les puede provocar necrosis y costarles la pérdida de la lengua, algo que les dificultaría el beber durante el resto de su vida, o incluso la muerte si los daños son en órganos internos. Y la administración catalana estima que, solamente en su territorio, la procesionaria, favorecida por la benignidad de los dos últimos otoños, se ha extendido ya por más de 100.000 hectáreas de pinares.

El programa de instalación de torres-nido para murciélagos se enmarca en el Plan Verde y de la Biodiversidad 2020 que ha emprendido el gobierno local barcelonés. Barcelona es una de las ciudades europeas de sus dimensiones con una más rica flora y fauna. Según los datos del ayuntamiento, en sus calles y zonas verdes hay más de 153.000 árboles y 1.700 especies vegetales. La fauna terrestre la forman tres especies de anfibios, ocho de reptiles y 16 de mamíferos autóctonos, además de una nutrida población de aves residentes y de paso, que disfrutan de especial protección. 

Además de los omnipresentes gorriones, palomas y gaviotas, son especialmente abundantes animales como el cernícalo vulgar, el mochuelo, el erizo común, el conejo, la ardilla, el sapo partero o la culebra de escalera, aunque también se pueden encontrar en la ciudad halcones peregrinos, ginetas, tejones y, cada vez más, jabalíes procedentes de las montañas de la sierra de Collserola, alguno de los cuales se ha aventurado hasta el mismo centro. Por desgracia, también proliferan las especies invasoras, a menudo a causa del abandono de mascotas exóticas por parte de sus irresponsables (antes y después de soltarlas) dueños.