Tráfico y ruido son dos elementos que van indisolublemente unidos. Aunque no sean exclusivas de la circulación, las acusaciones de molestias auditivas en ciudades y otras poblaciones suelen dirigirse hacia ella. Desde hace tiempo, los urbanistas fijan su mirada en este factor y lo señalan como una de sus prioridades a la hora de diseñar nuevos proyectos. Es entonces cuando anglicismos como smart cities se convierten en una expresión familiar y se habla de reducir el número de automóviles en el centro de las capitales, de neutralizar las emisiones de dióxido de carbono e incluso de suprimir los semáforos.

Algunos estudios empiezan a considerar el problema de la contaminación acústica de forma holística. Como un todo. No como algo aislado o particular de ciertas zonas, sino como algo a tener en cuenta en cada actuación arquitectónica y en cada diseño de ciudad. José Rodríguez, licenciado en física y máster en Comunicación y Sociología, indaga sobre la propagación de las ondas sonoras y cómo las percibimos. Para atenuarlas, introduce cuatro variables principales: la remodelación del asfalto, la instalación de pantallas sonoras, el reforzamiento de las ventanas o el soterramiento de las vías rápidas.

El doble vidrio es la opción más utilizada en las casas para reducir las molestias auditivas

"El sonido tiene una virtud: es una onda sonora y, como toda onda, puede rebotar o difractarse. Podemos intentar que antes de que rebote encuentre un material absorbente de sonido", señala. Uno de estos materiales es el asfalto 'sonorreductor', capaz de eliminar entre un 40% y un 60% del ruido, aunque sólo funciona con tráfico que circula a partir de los 55 kilómetros por hora. Otras respuestas son los paneles a ambos lados de las carreteras. "Los hay de muchos tipos y algunas son verdaderos muros", sopesa, "así que suprimen una parte del ruido, pero también requieren de un espacio físico significativo".

A nivel doméstico, la opción más utilizada es la ventana de doble vidrio. "Es relativamente barato y puede rebajar considerablemente el ruido del tráfico", afirma, "pero obliga a mantenerlas cerradas y el sonido se puede filtrar por fisuras de la pared o por las cajas de persianas y aire acondicionado". Enterrar las carreteras, por su parte, "es una medida muy eficaz para retener el ruido porque separa al ciudadano del foco del mismo con medio metro de cemento o plexiglás. Sin embargo, es la más difícil de implementar porque soterrar una vía es lento, requiere de una fuerte inversión y eleva los costes de mantenimiento", sostiene.

Como él, hay quien empieza a incluir el tema del ruido en sus estudios de arquitectura. Carolina Rodrigues Alves es un ejemplo. Arquitecta y máster en Ingeniería Acústica y Vibraciones por la Universidad de Valladolid, ha realizado un informe para investigar qué políticas habría que llevar a cabo para contrarrestar lo que ella prefiere denominar "paisaje sonoro".

"En Europa, más de un 60% de la población está sometida a niveles de decibelios por encima de los que recomienda la Organización Mundial de la Salud, que cifra entre 70 y 100 los adecuados para una inteligibilidad adecuada", explica desde la ciudad castellana, donde cursa un doctorado. "Esto afecta a dos ámbitos principales. Uno es el anímico, con repercusión en el estrés, la falta de concentración o los niveles del sueño, y otro es el biológico. Se ha demostrado que una noche mal dormida provoca cambios en el metabolismo y en el sistema gástrico. Además, a ello se une la aceleración del ritmo cardíaco y la tensión, con riesgo de acrecentar las enfermedades cardiovasculares".

Más información y más ayudas 

Según la directiva de la Unión Europea que rige el ruido medioambiental (Environmental Noise Direction), se debe actualizar cada cinco años la situación de poblaciones de más de 100.000 habitantes, carreteras con más de tres millones de vehículos de tráfico al año, redes ferroviarias con más de 30.000 trenes anuales y los aeropuertos con más de 50.000 movimientos en ese mismo periodo.

La opinión de Rodrigues es que casi todos los análisis se estructuran a partir de los llamados mapas de ruido, midiendo la repercusión de un agente externo en lugares concretos y creando una imagen estanca que excluye otros lugares afectados y otras muchas circunstancias intangibles. "Todo se establece en torno a tres ramas: los mapas del ruido, los estratégicos y los planes de acción. Si es en ciudad, es competencia de los ayuntamientos. En carretera, del ministerio", continúa, "pero en cualquier caso, el resultado es una foto fija que no ofrece un panorama completo". "La visión es corta porque el ruido ambiental es mucho más complejo. Y es importante tratar el ruido, pero también cualquier otro tipo de sonido", aduce.

Bilbao y Sheffield han promovido la sostenibilidad en sus casos históricos

Por eso, entre los objetivos está la integración de todos los agentes sociales y su relación en el entorno. “Se trata de dar una perspectiva holística, una mirada más amplia. No verlo sólo como ruido a destruir, sino ver las sinergias que se producen en el espacio público”, esgrime. En esa concepción global incluye cómo se asimila el ruido del tráfico en las construcciones, pero también qué sonidos suprimen esas sensaciones molestas.

Tal y como enumera la arquitecta, las propuestas en materia de urbanismo han ido desde la colocación de los edificios hasta los paneles acústicos: “En zonas residenciales se ordenan las casas con el baño, la cocina y los dormitorios en el interior, dejando los pasillos de barrera; en las carreteras, los muros de plástico, los ‘encapsulamientos’ con viaductos y túneles o la modificación del asfalto con menos irregularidades van acompañados de reducción de velocidad, cortes de tráfico puntuales o trazados irregulares o con glorietas para que no se supere cierta rapidez”.

La arquitectura contra el ruido tiene sus máximos exponentes en ciudades como Bilbao o Sheffield (Reino Unido). Ambas han llevado a cabo actuaciones en sus cascos históricos para promover la sostenibilidad. Han dosificado el tráfico en el centro, han creado zonas verdes y han instalado barreras naturales de ruido con taludes, fuentes y arboledas.

"Estos remedios tienen un efecto más anímico que físico, pero empiezan a servir como punto de inicio”, esgrime Rodrigues, quien alega que la industria está mucho más volcada en el ahorro energético y que la contaminación acústica, con sus implicaciones, queda por ahora “un poco de lado”. “Hay una gran diferencia en cuanto la administración se implica: los ciudadanos y los técnicos responden. Hace falta más información y más ayudas para que se tenga más en cuenta el paisaje sonoro de todos los núcleos donde vive gente. No como algo estricto y estático, sino como algo holístico”, insiste.