El sector de los viajes de placer por mar está en auge, sin ninguna duda. Según datos de la Asociación Internacional de Líneas de Cruceros (CLIA, en sus siglas en inglés), la demanda a nivel mundial superó los 22 millones de pasajeros en 2014, lo que representa un incremento del 68% respecto a 2004. Y los problemas asociados a la contaminación generada por estas auténticas ciudades flotantes han crecido de manera proporcional.

La actividad de los grandes barcos de pasajeros genera toneladas de residuos de todo tipo, que generalmente acaba en los mares y océanos que surcan. Aunque cada vez son más los países de destino que adoptan normativas para mitigar su impacto, las organizaciones ecologistas lamentan que la legislación vigente en aguas internacionales es deficiente, y que data del siglo pasado.

Los enormes barcos
de pasajeros pueden generar 1.000 toneladas de basura al día

Un informe, ya un clásico, de la organización Oceana, describe los problemas relacionados con el medio ambiente que genera un crucero de grandes dimensiones. Se calcula que una nave con capacidad para 2.000 o 3.000 pasajeros puede llegar a generar cada día 1.000 toneladas de residuos.

Esta cantidad representa una generación de, al menos, 300 litros de aguas grises, 40 de aguas negras, 10 de sentinas (aguas oleosas), 3,5 kilos de basuras y 30 gramos de residuos tóxicos por pasajero y jornada de viaje. Con datos del año 2000, Oceana calculó cerca de 18 millones de toneladas de residuos generados en 12 meses por el conjunto de la flota de cruceros mundial.

Otro problema grave es el causado por la gran cantidad de agua de lastre que necesitan estos gigantescos buques. Estas aguas, que los barcos toman del mar, almacenan en depósitos para procurarse estabilidad y que pueden expulsar en un lugar muy lejano del de origen, constituye un problema ambiental de primer orden. No en vano puede ser responsable de la introducción de especies invasoras, mareas rojas y patógenos en otros ecosistemas. Se considera que un crucero convencional puede verter unos 70.000 litros de aguas de lastre al día.

Banderas de conveniencia

Asimismo, la contaminación atmosférica generada por el consumo de combustible de un crucero es más que considerable: es equivalente al de 12.000 vehículos, con el agravante de que utilizan fuel de más baja calidad para ahorrar costes, y resulta un 50% más tóxico. El carburante no sólo se usa para propulsar el buque, sino también para mantener sus servicios en funcionamiento en los puertos, por lo que la nave emite gran cantidad de humos y partículas contaminantes en suspensión. Según mediciones de la calidad del aire realizadas en el puerto de Barcelona, existen concentraciones de hasta 428.000 partículas ultrafinas por centímetro cúbico, una proporción 71 veces superior a la de una ciudad como Berlín.

De hecho, las emisiones generadas en el puerto barcelonés llegan hasta la cordillera de los Pirineos. Iniciativas ciudadanas como la Stop Cruise Ship Pollution, en la ciudad australiana de Sydney, luchan por evitar este tipo de contaminación, que afecta sobre todo a la población más cercana.

Las grandes naves introducen especies invasoras mediante las aguas de lastre

Por último, Oceana destaca el daño causado por la destrucción física del entorno natural, especialmente en ecosistemas variados y ricos que representan los destinos más apetecibles para los grandes cruceros. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) ya advirtió en su día de la amenaza que representaban estas embarcaciones para la salud y bienestar de las islas del Caribe.

No resulta fácil denunciar la amenaza ambiental que representa el tránsito creciente de cruceros en un contexto de dura competencia entre destinos para atraerlos, y el consenso mediático y político existente sobre los beneficios socioeconómicos que genera su actividad. Organizaciones como Greenpeace y Oceana señalan, además, que la normativa internacional se ha quedado totalmente obsoleta. De hecho, el Convenio Internacional para Prevenir la Contaminación por los Buques (MARPOL) data del año 1973, fecha muy anterior al boom experimentado por la industria de cruceros en este arranque de siglo. Por ello, cada vez más voces exigen su modificación y adaptación a la nueva realidad.

El hecho que gran cantidad de cruceros navegue bajo banderas de conveniencia, ubicadas en paraísos fiscales con normativas laxas, dificulta aún más su control y permite ignorar derechos sociales y laborales del personal embarcado. El sector se concentra cada vez en manos de grandes compañías, como Carnival y Royal Caribbean, ambas con sede en Miami (Florida, Estados Unidos). Amigos de la Tierra denuncia su opacidad en lo que respecta a las prácticas medioambientales. Esta asociación publica cada año la Cruise Ship Report Card, en la que compara las prácticas ambientales de las principales líneas de cruceros. Ninguna de ellas sale bien parada.