La gran revolución de la industria agroalimentaria de los últimos años la han protagonizado los denominados alimentos funcionales. Se trata de aquellos productos que, a sus características nutritivas habituales, añaden algún tipo de suplemento con un efecto beneficioso para la salud. Así, en los últimos años, los estantes de los supermercados se han ido llenando de yogures que “ayudan al normal funcionamiento del sistema digestivo”, de leches enriquecidas con calcio u Omega 3, ensaladas que “contribuyen al normal mantenimiento de la tensión arterial” e incluso cosméticos que mejoran la salud del sistema circulatorio. Los llaman health claims o reclamos saludables, lo último en mercadotecnia alimentaria.

En 2012, estos alimentos representaron en España un volumen de negocio superior a los 3.000 millones de euros, y su mercado aumentaba a un ritmo diez veces superior al del conjunto del sector agroalimentario. Con la llegada de la crisis este crecimiento se fue frenando, pero aún hoy progresa por encima de la media.

Las supuestas propiedades del 'L casei' nunca han sido demostradas

Para conseguir publicitar un alimento como “funcional” es imprescindible conseguir un aval de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés). En 2012, la EFSA publicó un reglamento que regulaba los health claims obligando a demostrar científicamente los efectos anunciados por el alimento en cuestión o por alguno de sus componentes. Sobre el papel, esta legislación parecía realmente estricta y tenía que servir para acabar con el caos imperante, orquestado por publicistas y empresas con pocos escrúpulos que inventaban sin parar activos supuestamente beneficiosos para la salud sin ningún tipo de apoyo científico.

Pero la industria agroalimentaria no tardó en encontrar una fisura en la nueva regulación. Un error en la redacción de la norma que no solo no frenó el alud de nuevos health claims de dudosa eficacia, sino que impulsó su multiplicación, animando a todo tipo de empresas a incluir sus propios reclamos en los productos.

El error –o, según como lo ven algunos, concesión a la industria– fue admitir que no era necesario que todo el conjunto alimenticio tuviera las propiedades publicitadas, sino solo “uno de sus componentes”, siempre que supusieran al menos un 15% –o un 7,5% en algunos casos– de la cantidad diaria recomendada. Así, añadiendo una mínima cantidad de una vitamina o mineral al producto, no sólo era posible y legal mantener el health claim, sino que prácticamente cualquier alimento procesado podía convertirse, a partir de entonces, en un potencial beneficio para la salud.

Uno de los ejemplos más claros de esta clase de productos son aquellos que se basan en el L Casei, nombre artístico del Lactobacillus casei DN-114 001, uno de los pioneros de las adiciones saludables a los alimentos. Según Danone se trata un bacilo exclusivo de este producto –también presente en sus réplicas de marca blanca– que “ayuda al sistema inmunitario”.

El profesor de bioquímica de la Universidad de Murcia, Jose Manuel López Nicolás, replica en su blog Scientia que, en realidad, las anunciadas propiedades del L Casei nunca se han probado científicamente y que Danone ha encajado ya diversas sentencias por publicidad engañosa en diferentes países. De hecho, el L Casei ya perdió el inmunitas original de su nombre por orden de la EFSA. En realidad, nutricionalmente hablando, estamos hablando de un yogur normal y corriente, sólo que más caro.

Entonces, ¿el nuevo reglamento europeo supuso el golpe de gracia para la publicidad engañosa del producto? Al final, la normativa no sólo permitió legalizar este reclamo saludable sino que permitió publicitar otros nuevos. Lo que hizo Danone fue añadir al Actimel la vitamina B6, un micronutriente que sí tiene las propiedades exigidas por la EFSA para poder publicitar el yogur como saludable, aunque la publicidad siga atribuyendo todo el mérito a la estrella mediatica, el L Casei. Hay que mirar la letra pequeña de la etiqueta para darse cuenta de quién es el verdadero héroe en la defensa del sistema inmunitario. Además, como la B6 también a “ayuda a disminuir el cansancio y la fatiga”, Danone no ha tardado en incluir también este reclamo.

Tres veces más en un plátano

Pero entonces, ¿tiene el Actimel realmente todos estos efectos beneficiosos? Sí, aunque muchos otros alimentos sensiblemente más baratos, también. Sin ir más lejos, recuerda el profesor López Nicolás, el plátano. Una sola pieza de esta fruta tiene tres veces más vitamina B6 que uno de estos yogures y cuesta tres veces menos.

Si el producto estrella de Danone es Actimel, es de Kaiku es Vitaten, un yogur que según explica en su web “se obtiene a través de un proceso de fermentación de la leche con una bacteria natural, el Lactobacillus helveticus, que es capaz de romper la proteína de la leche y producir los famosos péptidos bioactivos que ayudan a controlar la tensión arterial”. Así, con la ingesta de una botellita diaria de Vitaten deberíamos reducir la presión arterial en el plazo de cinco a siete semanas.

Sin embargo, como apunta de nuevo López Nicolás, en realidad el informe de la EFSA sobre los beneficios del Lactobacillus helvéticus, fue negativo. No hay ninguna evidencia científica que demuestre que es capaz de beneficiar la tensión arterial.

Entonces ¿por qué la marca puede publicitarlo como si lo hiciera? De nuevo, gracias a la adición de un micronutriente que no se encontraba en la composición original, en este caso el potasio. Potasio, que en una cantidad cuatro veces superior, podemos encontrar en una pieza de aguacate –que incorpora además otros compuestos altamente nutritivos como las grasas monoinsaturadas, la fibra soluble y las vitaminas antioxidantes– y una vez más por un precio muy inferior.

Con el incremento de las enfermedades cardiovasculares y la preocupación por el colesterol han aparecido multitud de productos que incorporan un suplemento de Omega 3, como leches u otros productos alimenticios. También se vende el saludable ácido graso en forma de pastillas.

En este caso los beneficios del Omega 3 están más que comprobados científicamente, la única duda proviene sobre la forma de ingerirlo. Una dieta equilibrada que contenga varias dosis de pescado azul o nueces a la semana aporta de forma natural todo el Omega 3 necesario sin tener que recurrir a complementos de ninguna clase. 

Una grieta legislativa permite a los fabricantes manipular su publicidad

Muchos expertos alertan de otro peligro –además del precio– de dichos complementos: pueden inducir al engaño de que tomándolos ya no es necesario llevar una dieta saludable y hacer un mínimo de ejercicio. Este tipo de recomendaciones vienen impresas en el envoltorio, pero a menudo de forma que resultan prácticamente ilegibles.

La nutricosmética es una nueva categoría de productos que, en teoría, son beneficiosos tanto para la belleza como para la salud. L'Oreal y Nestlé dominan este sector emergente que ha recibido las bendiciones de famosos como Madonna o David Beckham. Uno de los productos con más éxito de la nutricosmética es el Inneov Circuvein, cuya fórmula a base de pepitas de uva de “las variedades Chardonnay y Pinot” tiene “una triple acción sobre la salud venosa, la circulación sanguínea y una protección antioxidante”.

A pesar de ser un producto cosmético, el Circuvein también se considera un complemento alimenticio, así que debe pasar por los controles de la EFSA. La agencia europea no ha emitido en ningún momento informe alguno que avale los beneficios de la pepita de uva –sea cual sea su origen varietal– sobre la circulación sanguínea, ni sus presuntos efectos antioxidantes.

Entonces, ¿qué aporta esta crema? Vitaminas E y C. La primera, protectora de las células contra el estrés oxidativo, y la segunda, con propiedades beneficiosas para garantizar la circulación sanguínea normal.

El calcio es otra de las obsesiones en una sociedad con una esperanza de vida cada vez mayor y en que enfermedades como la osteoporosis, que antes apenas tenían incidencia, ahora constituyen un verdadero problema.

Pero, como dice el refrán valenciano, “¿Cuánto más azúcar, más dulce?”. Un estudio publicado en el British Medical Journal alerta de que un consumo de calcio superior a los 1.400 miligramos al día puede duplicar el riesgo de morir de enfermedades cardiovasculares. Aunque los resultados del estudio no son concluyentes y existen otras investigaciones que lo contradicen, esto nos debería llevar a preguntarnos, ¿es importante obsesionarse con el calcio?

La Organización Mundial de la Salud recomienda un consumo de entre 600 y 1.500 miligramos al día de calcio según edad, sexo o estado vital (como embarazo, menopausia u otros). Se trata de unas cantidades que se consiguen sin problemas con un consumo habitual de productos lácteos tradicionales, sin contar con otros alimentos que lo contienen de forma especialmente significativa como las sardinas, los berros o las almendras. ¿De verdad es necesario tomar un suplemento cómo el que ofrecen las leches enriquecidas? ¿Habría riesgo de pasarnos de dosis?

En su libro Saber comer, el escritor y periodista Michael Pollan detalla las que considera las 64 reglas básicas para alimentarse correctamente. En la octava pide “evitar productos que afirmen ser saludables”. Y en la número 42 insiste en el consejo: “Sé escéptico ante los alimentos no tradicionales”. Haciendo uso de su sentido común, el autor estadounidense recuerda que "la comida más sana del súper (los productos frescos) no alardea de lo saludable que es [...] Sólo los grandes productores disponen de medios para conseguir que las autoridades sanitarias les aprueben esos lemas con los que venden sus productos”.